Veraneos en un país que ya no existe

Entre 1971 y 1973 se desarrolló una experiencia inédita. Eran las llamadas Villas de Turismo Social, mejor conocidos como los balnearios populares. La concreción de la medida 29 del programa de gobierno de Allende, que buscaba fomentar la recreación y turismo entre quienes nunca antes habían tenido la posibilidad de darse un veraneo.

El éxito de la iniciativa contrastó con el infame final de estos centros, usurpados tras el Golpe, por las FFAA. Algunos se transformaron en centros de detención y muerte, como Rocas de Santo Domingo, Ritoque y Puchuncaví.

Hasta hoy varias personas recuerdan el paso por estos balnearios. Una experiencia de turismo con énfasis en lo social (y colectivo) que parece las antípodas del modo individual que impera hoy.

(…)

“Había cajas de fotografías. Manifestaciones, discos, libros… Destruí todo de aquellos tiempos. Si yo no fui, fueron mis familiares” dice, como disculpándose, Mario Merino Arenas, presidente de la Federacion Nacional de Trabajadores de la Salud (FENATS) hasta el 11 de septiembre de 1973.

Hora y media antes, ha contestado algunas preguntas sobre los balnearios populares, que él llama “colonias”. Desde su cargo, Merino fue uno de los responsables del envío allí de equipos que se encargaban de los primeros auxilios. “Me coordinaba con la CUT”, recuerda. “Nos pedían paramédicos, fundamentalmente dirigidos por algún profesional. Escogíamos la mejor gente. Mandábamos 12 a 15 personas. El número estaba determinado por el tamaño de la colonia porque no todas eran iguales”.

Merino también disfrutó los balnearios de Tongoy y Pichidangui, en los veranos de 1972 y 1973, por un período de 2 semanas. “Fui a veranear como un trabajador más, con mi señora, que también era una trabajadora más, y 6 hijos”, indica. Como él, arribaron especialmente delegaciones de trabajadores de la salud, de Correos y de los municipios, así como desde algunas textiles y la construcción, cuenta.

Como una sinopsis, los hechos se le amontonan pero evoca, especialmente, el entusiasmo. “Recuerdo la alegría de estar allí. La gran calidad humana en el grupo”, dice.

En un momento, se acuerda del álbum con fotografías -sobrevivientes- de aquellos años, y que también contiene imágenes de su exilio en la RDA. Lo abre y muestra las primeras páginas. Allí están, en blanco y negro, las cabañas con forma de A, el comedor y sus mesones de madera, las bandejas de plástico para el almuerzo; su familia; él mismo sentado en la puerta de una cabaña con su hijo en los brazos; el sol sobre las cabezas; la arena. Fragmentos, que parece, provinieran de un continente lejano.

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Balneario popular en Pichidangui. Fotografía de Mario Merino Arenas.

El derecho al descanso

La medida 29 del programa de gobierno de la UP lo dejaba claro. “Organizaremos y fomentaremos el turismo popular”. Darle la posibilidad del descanso a esos millones para quienes las palabras “veraneo” o “vacaciones” sonaban lindas pero irrealizables. La misión estuvo a cargo de la Dirección de Equipamiento Comunitario (DIPEC) dependiente del ministerio de Vivienda y Urbanismo. Sería el llamado “Plan A”, en probable alusión a la silueta que tendrían las cabañas de los conjuntos vacacionales. En su mensaje al Congreso Pleno, del 21 de mayo de 1971, el presidente Allende indicaba que, a esa fecha, ya se encontraban en funcionamiento 7 de estos complejos, y que se pretendía llegar a 13 en el breve plazo. Menciona a Peñuelas (Coquimbo), Pichidangui, Tongoy, Papudo, Piedras Negras (Las Cruces) y Llallauquén (en el embalse Rapel). Entre los que se aproximaban, estaban uno en Iquique, Curanipe, Llico, Duao y Rocas de Santo Domingo. “El uso de estos establecimientos está orientado exclusivamente al uso de sectores de bajos ingresos económicos”, declaraba.

Los balnearios populares se localizaron “en las mejores playas del país, aprovechando la disponibilidad de terrenos en poder de Bienes Nacionales, o se adquirieron a particulares en conformidad con las normas vigentes a la época”, relata Miguel Lawner, arquitecto, director de la Corporación de Mejoramiento Urbano (CORMU), en aquellos años, y uno de los responsables de la concreción de lo centros, en su informe “La Demolición de un sueño”, datado en diciembre 2013.

Cada villa estaba compuesta por hasta 10 bloques de cabañas, construidas con paneles prefabricados de tablas de pino, una experiencia pionera en Chile. El tiempo apremiaba. Los paneles se elaboraban en Santiago y eran cargados en camiones hasta las locaciones, donde cuadrillas de trabajadores los ensamblaban. Las cabañas eran instaladas sobre poyos de cemento. El techo era de planchas de pizarreño. La edificación, en cada lugar, estuvo a cargo de empresas. En el caso de Rocas de Santo Domingo fue una cooperativa de trabajadores, formada desde el Sindicato de la Construcción de San Antonio.

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Página de folleto de la DIPEC, 1971. Gentileza de Tomás Torres.

Además de las cabañas, cada centro contaba con espacios colectivos. Un folleto divulgatorio de la DIPEC, en 1971, señalaba que uno de los aspectos prioritarios era “la vida comunitaria del ser humano”. Se puede leer: “Al diseñar los balnearios (se han generado) espacios de uso colectivo, bajando los costos de inversión”. Tales eran el comedor, la posta de primeros auxilios, los baños, canchas deportivas y juegos infantiles, así como los lavaderos y tendederos. El alhajamiento de los centros estaría a cargo de la Dirección de Turismo que, para los efectos, creó la Oficina de Turismo Social.

Algunos balnearios, como Chacaya (Iquique), Pichidangui, Loncura (Quintero) y Rocas de Santo Domingo, serían gestionados por la Central Única de Trabajadores (CUT). Otros, tales como Peñuelas, Ritoque, Las Cruces y Duao, funcionarían desde la Consejería Nacional de Desarrollo Social de la Presidencia de la República. Ambas organizaciones seleccionaban a los veraneantes. En el primer caso, fueron delegaciones desde los sindicatos afiliados a la multisindical. En el segundo, grupos de pobladores, pertenecientes a juntas de vecinos, comités y centros de madres. Si bien, el período estival era donde se preveía la mayor afluencia de veraneantes, cada centro también estaba acondicionado para la temporada invernal.

Hacia 1973 el plan consideraba la construcción de 40 balnearios no sólo en el litoral sino en la precordillera. No existen estadísticas sobre cuántas personas gozaron de estos balnearios pero las cifras serían importantes al considerar que, al momento del golpe de estado, funcionaban 19 centros, que acogían -sólo en la temporada de enero a inicios de marzo- a delegaciones de 200 a 300 personas (cada balneario tenía capacidad para 500), que permanecían de 10 a 14 días.

¿La gente que veraneaba tenía conciencia que aquello era una medida del gobierno?, le pregunto a Mario Merino Arenas. Responde: “La gente veía un hecho real, no un discurso o una promesa; lo estaban viviendo y gozando”.

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María Lazcano y Esteban Opazo muestran una imagen del balneario de Peñuelas, en Coquimbo, donde veranearon en 1972.

Nos despertaban con La Batea

Esteban Opazo tenía 8 años, cuando con su madre, María Lazcano, y toda su familia, se unieron a un centenar de vecinos de la población Villa Berlín, en el cerro Los Placeres, de Valparaíso, una mañana del verano de 1972, para ser trasladados por buses de la Empresa de Transportes del Estado (ETCE) hasta la playa Peñuelas en Coquimbo.

Sería el inicio de un paseo irrepetible. “Las cabañas eran de madera, con literas. Lo único que tenía que llevar uno eran las sábanas. La ropa de cama la ponían ellos”, recuerda María Lazcano.Nos despertaban con “La Batea”, desde unos altavoces”, añade refiriéndose a la clásica canción de Quilapayún.

Me acuerdo perfectamente… Había un altillo donde estaban las literas para los hijos, y, más abajo, un sector para la cama matrimonial. La primera noche, como no sabía donde estaba la luz, me puse a buscar el baño y no lo encontré, entonces pegué la meada en las paredes”, rememora riéndose Opazo. Los baños estaban en una dependencia exterior.

Había 3 comidas diarias: Desayuno, almuerzo y comida, que eran entregadas en el comedor. Las personas hacían una fila frente a un punto de la cocina, usando bandejas plásticas similares a las del almuerzo escolar. Ahí los encargados las llenaban. La ropa era lavada por los mismos veraneantes en lavaderos comunes.

Curiosamente, en el barrio era mayoritaria la militancia DC. La convocatoria fue a través de la junta de vecinos. “Aquí conviven varias personas. Desde marinos hasta trabajadores. Íbamos todos mezclados”, rememora Opazo, quien continúa viviendo en la misma población. “Mi padre era opositor al gobierno de Allende pero por ser trabajador le dio mucha importancia al gesto de las vacaciones. Él entendía que en la organización de la gente estaba el paso para ir más allá y cambiar un poco las cosas”, reflexiona hoy.

Se lo perdieron

A Peñuelas también llegaron Lorena Banda y su madre, Marta Contreras. Ella fue 2 veces, una por el sindicato al que pertenecía su esposo y la segunda, por el centro de madres de uno de los sectores del barrio Gómez Carreño, en Viña del Mar. “Mi padre era profesor, así que los recursos que había en la casa no eran como para veranear”, señala Lorena Banda, quien tenía 14 años en aquel ’72.

En la charla entre madre e hija, gradualmente, surgen los recuerdos. Como los vales que se entregaban para las comidas. O que el costo de todo el veraneo no superaba los 10 escudos por persona. “En la mañana, nos levantábamos temprano y estaban los monitores para los niños. Había juegos, bailes, canto, dibujos… Después de almuerzo íbamos a la playa”, cuenta Lorena Banda. En tanto su madre, trae al presente la posibilidad de emprender paseos a los alrededores, a las atracciones de Coquimbo y La Serena… Y hasta un poco más allá: “Como estaban organizados los veraneantes, fueron a hablar con la gente de Ferrocarriles y pudimos viajar hasta Vicuña y el valle del Elqui. Eso fue un acuerdo de todo el campamento”, evoca Marta Contreras.

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Fotograma del documental «Un Verano Felíz», rodado en el balneario popular de Rocas de Santo Domingo (1972), dirigido por Alejandro Segovia junto al Departamento de Cine y TV de la CUT.

Ella se emociona: “Para mi vida y la de mis hijos fue muy importante haber ido a esos paseos populares. Tuvimos alegría, así que tengo buenos recuerdos”.

En el segundo viaje, varias mujeres del barrio se restaron porque eran opositoras al gobierno. “Se perdieron la oportunidad porque hasta el día de hoy no conocen La Serena. Sus hijos hubieran tenido otra mirada ante la vida…”, señala con pesar.

Antorchas en la noche

En todos los balnearios, las actividades recreativas estaban a cargo de educadores. María Angélica Barrientos fue una. Tenía 19 años y estudiaba en el Pedagógico de la sede porteña de la Universidad de Chile. Simpatizaba con el MAPU, así que se unió a los educadores de este partido político, en Piedras Negras, en Las Cruces. Antes asistió a una capacitación. “Fue un curso de socialismo, materialismo histórico y centralismo democrático; toda una preparación para los cursos que le hacíamos a los pobladores pero no como una cuestión de eslóganes o una frase para repetir sino para aplicar”, recuerda.

El balneario de Las Cruces estaba a cargo de la Consejería Nacional de Desarrollo Social. Su énfasis era dotar al veraneo de cierto sentido. Que ciertos elementos de la historia y la vida de los pobladores pudieran ser analizados y debatidos, usando el método de la educación popular. Al centro arribó gente de Santiago, fundamentalmente. De sectores como Barrancas (hoy Pudahuel) y Cerrillos. “Había un promedio de 10 monitores, que eran apoyados por gente que estaba de paso. También hubo un coordinador general del balneario. En el segundo verano (1972) estuve 3 períodos seguidos, y me terminé enfermando porque no descansé; era muy intenso”, cuenta María Angélica Barrientos.

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María Angélica Barrientos

Los talleres, de asistencia voluntaria, se realizaban en el comedor. “Las películas o las funciones de títeres eran una herramienta ”, dice. “Se daban problemas sociales de las personas, que se acercaban a ti; que había alcoholismo, violencia intrafamiliar… Entonces nosotros decíamos: ‘Ya, tratemos este tema, no por el caso de una sola familia sino por una situación social global”.

María Angélica Barrientos coincide con los otros testimoniadores en que, pese a la diversidad política de los veraneantes, no presenció pugnas ideológicas durante el período. Sin embargo, los enfrentamientos de la época rondaban las inmediaciones. Rememora un episodio, al salir a otra de las playas de Las Cruces: “Hubo gente que quiso conocer el pueblo. Entonces partimos con guitarreos y todo a la playa principal. Cuando llegamos, algunas personas se nos acercaron y nos dijeron que porqué estábamos allí si teníamos nuestro propio lugar para vacacionar. Entramos en discusión, y fue un altercado donde se pusieron los ánimos muy tensos. Llegaron los carabineros. Nos aconsejaron que mejor nos retiráramos porque estaban efervescentes los ánimos. En la noche, comenzamos a ver antorchas, entre las dunas, no sé si para amedrentarnos. Así que establecimos un sistema de rondas, de guardias, toda la noche… Afortunadamente no pasó nada más”.

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Rosa Figueroa

Rosa Figueroa tenía 11 años cuando veraneó con su familia, procedente del barrio de Achupallas, en Viña del Mar. También visitó Peñuelas. “Entonces era muy poco probable que la gente pudiera vacacionar”, recuerda y compara con lo que hoy existe, desde algunos municipios, para los grupos de adulto mayor (“…pero igual se paga y se llega a centros recreativos privados, en buses privados”, aclara). No obstante, su reflexión posee otros ecos: “En esa época era todo más colectivo. La gente tenía mayor participación en las organizaciones. La dictadura nos convirtió en individualistas”. Cuenta que en los años 80, en su barrio, integró con otros jóvenes un centro cultural, recordando las actividades que vivió en el balneario. “Claro, yo soy comunista desde que nací pero a mi me quedó esa parte orgánica. Esa intención de organizarse con otros y hacer algo”.

El despojo

Tras el 11 de septiembre de 1973, todos los balnearios populares dejaron de funcionar. Uno a uno fueron ocupados por las FFAA, con el pretexto que allí se desarrollaban escuelas de guerrilla. “Las fuerzas armadas se repartieron los Balnearios Populares como quien se reparte un botín de guerra. La Armada, por ejemplo, se apropió del situado en Puchuncaví, la FACH de Ritoque y el Ejército de Pichidangui, recinto que aún mantiene en su poder, destinándolo al veraneo de sus efectivos”, señala Miguel Lawner en “La Demolición de un Sueño”. Mediante el Decreto Ley n°12 fue disuelta la CUT y sus bienes fueron confiscados.

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Tras el golpe cívico-militar, en lo que se transformaron los balnearios. Como el ubicado en Ritoque. Dibujo de Miguel Lawner titulado «Perros sin uniforme».

Algunos centros, como Tongoy, fueron vendidos a particulares en actos y sumas que se guardaron en el sigilo. Así se legalizó el despojo. Como ha sido expuesto por agrupaciones de ex prisioneros, Rocas de Santo Domingo, Ritoque y Puchuncaví pasaron a ser centros de detención, tortura y muerte. La Armada rebautizó este último recinto como Melinka. Durante décadas, el ejército profitó de los terrenos usurpados. Igual suerte corrió el centro vacacional de Pirque, en la precordillera. Las imágenes de los antiguos balnearios transformados en prisiones pueden apreciarse en dibujos y pinturas de antiguos presos políticos como Adam Policzer , Carlos “Tato” Ayress y el mismo Miguel Lawner.

Como terrible contraste, María Angélica Barrientos, quien estuvo encarcelada en Tres Álamos, recuerda que allí la DINA usó cabañas como las de los balnearios, probablemente por su fácil ensamblado, como celdas. Hace algunos meses, esta asistente social, que hoy trabaja en el Programa de Reparación y Atención Integral en Salud (PRAIS), participó en el taller “Bordando la Memoria” en el Parque Cultural de Valparaíso, junto a decenas de mujeres que vivieron la represión política. El tema de su bordado fue la medida 29. Allí están los rostros sonrientes, los buses y las cabañas en forma de A. Además, fijó a la tela conchitas. La memoria es un tejido resistente y colectivo pero, al mismo tiempo, frágil y que requiere tesón.

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Recién a fines del año pasado, mediante la firma de la llamada Acta de Chena IV, se estableció que el ejército permutará 64 inmuebles al ministerio de Bienes Nacionales. Entre estos se encuentra el predio de Rocas de Santo Domingo, donde la Fundación por la Memoria de San Antonio anhela construir un Parque por la Memoria y una escuela de Derechos Humanos.

Luis Sepúlveda es dirigente de la Comisión de Derechos Humanos de dicho puerto. Al momento del Golpe, era dirigente sindical del Servicio Médico Legal en el hospital local. Recuerda cuando, ya regresada la democracia, le preguntó al entonces presidente de la CUT, Arturo Martínez, por qué no recuperaban los balnearios que Allende les había transferido. Martínez guardó silencio. Sepúlveda cree que faltó pelear; que era una acción posible mediante una ley. Reconoce el error en el cambio de nombre de la central. “De Única se pasó a Unitaria”, y hace un gesto de reprobación con la cabeza.

publicado en revista El Ciudadano, de febrero de 2017.

Fotografías por Felipe Montalva, salvo las aportadas por algunxs entrevistdxs.

Cierto horizonte de justicia

En noviembre pasado, un par de hechos desenterraron lo acaecido en el antiguo balneario popular de Rocas de Santo Domingo. La detención temporal del coronel (r) Cristián Labbé acusado de torturas por Cosme Caracciolo cuando el inmueble funcionó como centro de detención y muerte, tras el Golpe.

El segundo acontecimiento es la permuta que el Ejército hará, con ese y otros predios, a Bienes Nacionales, en virtud del Acta de Chena IV.

Una cautelosa esperanza se esboza entre quienes proyectan en el lugar un Parque de la Memoria, que incluiría una escuela de derechos humanos.

(…)

Los acontecimientos tenían la misma locación. Cristián Labbé Galilea, coronel (r), era detenido en Valparaíso por una orden emitida por el ministro en visita Jaime Arancibia. Se le acusaba como autor de detención ilegal, secuestro y tormento en la persona de Cosme Caracciolo, referente histórico de la pesca artesanal que, hacia 1975, militaba en el MIR. Su cautiverio lo vivió en las cabañas del antiguo balneario popular, enclavado en las cercanías de la playa Marbella Norte (ver El Ciudadano 199).

Labbé fue dejado en libertad tras 48 horas y $50 mil de fianza pero Caracciolo anunció que, en las siguientes semanas, otros prisioneros se querellarían contra un oficial que, pese a la gravedad de las acusaciones en su contra, aún no conoce una sentencia de cárcel.

Precisamente, el predio de Rocas es uno de los que serán traspasados por el Ejército al ministerio de Bienes Nacionales, de acuerdo al Acta de Chena IV, un protocolo de acuerdo que involucra, además, al ministerio de Defensa. Según este documento, el ente militar permutará 41 terrenos, a lo largo de Chile. Entre estos, algunos significativos para la causa de la reconstrucción de la memoria. En el listado, al que tuvo acceso El Ciudadano, aparecen además los cerros de Chena, el terreno donde se emplazó el cuartel de la CNI en Punta Arenas y los tristemente célebres Escuela de Ingenieros y Cuartel Nº2 Tejas Verdes, de San Antonio.

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Estado actual del antiguo balneario popular de Rocas de Santo Domingo

 

“Rocas es nuestro”, enfatiza Ana Becerra, antigua presa política, y presidenta de la Fundación por la Memoria de San Antonio. Su organización viene peleando hace años las 11 hectáreas de este predio, para levantar allí un parque por la memoria. De paso, han obstaculizado la pretensión del Ejército y el municipio local de venderlo a privados, destino que han corrido casi todos los -alguna vez- balnearios populares.

Entre los inmuebles que serán permutados, la dirigenta destaca también los Lotes A1, A5, la casa patronal y el parque de Bucalemu, en Rocas de Santo Domingo: “Mucho más gente fue asesinada y desaparecida en la dictadura. Son varios los casos de campesinos que vivían en las cercanías. Mucha gente tuvo miedo de declarar cuando fue el Informe Rettig, y tampoco a la comisión Valech”, señala.

Lo suyo es optimismo y realismo en porciones similares. De serles entregado en comodato el predio, quizás el parque esté disponible hacia 2020. Antes vendrían acciones como el levantamiento arqueológico y la construcción de dependencias, además de la decisión sobre la modalidad de administración. “Se requerirá mucho tiempo y recursos. Yo probablemente no lo vea”, dice.

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Ana Becerra

Sobrevivientes

No sólo Becerra y Caracciolo pasaron por Rocas. Reconstruir su historia ha sido complejo, reconocen. Pero los testimonios emergen, gradualmente.

Sergio Vásquez Malebrán también militaba en el MIR, en Valparaíso, cuando ocurrió el Golpe. Estudiante de la Universidad Federico Santa María, logró mantenerse oculto en las semanas que siguieron gracias al auxilio de numerosas personas en diversos barrios y poblaciones. “Había que apechugar”, señala hoy. Su primera detención, por parte de marinos, ocurriría en octubre de 1973.

Distinta sería su segunda caída. El 25 de enero de 1975 fue capturado, en las cercanías del Sporting de Viña del Mar. Se trataba de una operación dirigida específicamente contra el MIR en la zona, ejecutada por la Agrupación Vampiro, perteneciente a la Brigada Caupolicán de la DINA, en colaboración con el Servicio de Inteligencia Naval y el Servicio de Inteligencia Militar (SIM), cuyo centro era el regimiento Maipo. Semanas antes, Mónica Medina, “enlace” de Erich Zott, jefe regional mirista, había caído en Santiago en una “ratonera”. “Ese fue el gran encuentro con la represión organizada, con la misión de destruir un partido”, evalúa hoy Vásquez.

En esos días, caerían detenidos no sólo Vásquez y su compañera, Miriam Aguilar sino además Horacio Carabantes, Fabián Ibarra y su mujer, Sonia Ríos; Sergio Veselly, Carlos Rioseco, Alfredo García, Abel Vilches, la joven argentina Lilian Jorge, Elías Villar y una docena de militantes.

Fue torturado con golpes y electricidad en el regimiento Maipo. Debido a las convulsiones, una de las huinchas con las que era sujetado a la parrilla se hundió en su talón izquierdo, causándole una herida grave. Junto a sus compañeros, fue trasladado al Cuartel Terranova (Villa Grimaldi) los primeros días de febrero. Allí fue sometido nuevamente a vejaciones y tormentos.

Probablemente, el 2 ó 3 de dicho mes, Vásquez fue subido, vendado y amarrado, al pick-up de una camioneta C-10, y junto a Vilches, García, Rioseco, Villar, Carabantes y Lilian Jorge, fue conducido a otro sitio. Al ser descendido del vehículo, pese a andar con chalas, sintió que el suelo le irritaba la herida. Era arena de playa. “Habíamos llegado a un lugar donde había mar y dunas. Estaba súper vendado pero la percepción era clara… Nos hacen caminar un trecho, no largo, y nos meten a una cabaña de madera, y nos amarran a un catre”, recuerda. Sin embargo, Abel Vilches logró desatarse y hace lo propio con él y Lilian Jorge. “Sólo se veía un poco de luz, entre los resquicios de la madera. Ahí me doy cuenta que estábamos dentro de una cabaña tipo A”, rememora. Al escuchar ruido, vuelven a amarrarse. Eran los agentes de la DINA que regresaban.

Probablemente, al día siguiente, el grupo es subido otra vez a una camioneta. Vásquez se encontraba en muy malas condiciones. A la fiebre y el dolor de la herida se sumaron vómitos. Mediante golpes, sus compañeros pudieron notificar a quienes conducían la camioneta. “Pararon. Era tarde, por lo que podíamos sentir, y nos dejaron tomar aire, y después de un rato, eso nunca se me olvidó, un tipo llama por radio y dice algo así como ‘Aquí Rocas de Santo Domingo llamando, queremos permiso para entrar’”, cuenta. El vehículo reanudó su marcha. Vásquez sospecha que fueron llevados a Valparaíso, al cuartel Silva Palma, por algunas horas.

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Sergio Vásquez

Al igual que Caracciolo y otros detenidos, el hombre recuerda que durante su presidio escuchó voces de niños y mujeres en los alrededores. Se trataba de familiares de agentes de la DINA que veraneaban a metros de allí, en las cabañas aledañas al camino.

Tras 4 ó 5 días en ese sitio, Vásquez y los otros detenidos fueron trasladados nuevamente al Cuartel Terranova. Sólo él y Lilian Jorge sobrevivirían. Sus compañeros permanecen como detenidos desaparecidos hasta hoy.

Palimpsesto

Hace un par de años, Tomás Torres, estudiante de Arquitectura de la PUC, conoció el caso de Rocas de Santo Domingo. La temática no le era ajena. Desde muy joven había asistido junto a compañeros de colegio al parque de la memoria que hoy existe en Villa Grimaldi. Ñuñoíno como es, conoce también la historia del antiguo reclusorio de calle José Domingo Cañas.

Un compañero de carrera se interesó por el modo en que habían sido construidas las cabañas de Rocas. Una experiencia pionera en la edificación con paneles de madera, para optimizar tiempo. Pero no profundizó. “A mi me pareció impresionante como historia y es irrefutable el daño que se hizo al ocupar (el Ejército) las cabañas y luego demolerlas. Sólo con pensar en la medida de darles vacaciones a gente que no conocía el mar, como dicen algunos testimonios, es que era algo bueno”, señala. En una presentación del libro “El nacimiento de los cuervos” de Javier Rebolledo, tomó contacto con Miguel Lawner, el antiguo director de la CORMU, responsable de la construcción del balneario.

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Tomás Torres

En septiembre de 2015 se acercó a la Fundación por la Memoria con una propuesta. Su proyecto de tesis es un parque educativo. “Me salió el concepto de palimpsesto. Es decir, tengo un terreno con unas huellas. Debo descifrarlas, qué levantaban. Ahora lo que nos toca es ver qué podemos dejar nosotros”, cuenta. Tras el beneplácito de la organización, su labor ha ido tomando forma. Ha realizado maquetas de las cabañas destruidas. Tiene claro que, probablemente, su empeño se bifurque en un proyecto para la universidad y otro, a debatir, por los miembros de la Fundación.

“Estoy pensando en un lugar de reflexión que no necesariamente te tire toda la información encima. Hacer algo más didáctico. Mis puntos son que el lugar no quede olvidado; darle vida, que se utilice; y que dure, proyectarlo más allá de lo inmediato”, dice el futuro arquitecto.

Esta historia continuará.

 

publicado en revista El Ciudadano, enero 2017

El hombre que estuvo allí

La reciente detención del coronel (r) Cristián Labbé, acusado de torturas por un antiguo preso político, trajo al presente, otra vez, lo ocurrido en las cabañas del antiguo balneario popular de Rocas de Santo Domingo, transformado por el Ejército en centro de detención y muerte, tras el golpe militar.

La querella presentada por Cosme Caracciolo, acogida por el ministro en visita Jaime Arancibia, de la Corte de Apelaciones de Valparaíso, permitió la detención del militar que ha negado en varias oportunidades su participación en casos de tortura y crímenes.

Pese a que Labbé saldría en libertad condicional un par de días después, Caracciolo señala que lo anterior no prueba su inocencia y que la investigación continuará. Tal como las querellas de quienes pasaron por las cabañas de Rocas de Santo Domingo y el regimiento Tejas Verdes de San Antonio.

(…)

Los hechos recientes tiñeron con otro tono la actividad. El pasado sábado 12, en las inmediaciones de la playa Marbella Norte, en Rocas de Santo Domingo, la Fundación por la Memoria de San Antonio, celebró el segundo aniversario de la declaración como Sitio de Memoria Histórica, por parte del Consejo de Monumentos Nacionales, del predio donde se emplazó el antiguo balneario popular, creado por el gobierno de la UP para solaz de trabajadores y sus familias. La historia consigna que, tras el 11 de septiembre, efectivos del cercano regimiento Tejas Verdes se apoderaron del terreno y cambiaron el uso de las instalaciones: Las cabañas fueron escuela de instrucción de la DINA y reclusorio clandestino, durante los primeros años de la dictadura.

El escenario del acto se instaló a metros de la oxidada alambrada que aún impide el acceso al terreno. La noticia fue anunciada por Ana Becerra, presidenta de la Fundación pero ya era comentada por los asistentes. La detención, durante la semana pasada, del coronel (r) Cristián Labbé Galilea. Guardaespaldas del general Pinochet, “boina negra”, instructor en tareas de contrainsurgencia, formado en la Escuela de las Américas, en Panamá, miembro de la DINA y señalado, en varias oportunidades, como autor de crímenes y torturas a prisioneros políticos durante la dictadura.

El martes 8, la Brigada de Derechos Humanos de la PDI detuvo al militar, tras la orden de captura emanada por el ministro en visita Jaime Arancibia Pinto, de la Corte de Apelaciones de Valparaíso. De este modo se acogía la querella por torturas presentada por Cosme Caracciolo Álvarez, histórico dirigente de la pesca artesanal, quien fue prisionero político en marzo de 1975, en el recinto de Rocas de Santo Domingo. Caracciolo denunció que reconoció a Labbé, en dicha ocasión, y que este personalmente lo había golpeado. La orden de captura anotaba que existían fundadas presunciones para considerar al uniformado como autor de los delitos de detención ilegal, aplicación de tormento y secuestro con grave daño. La acción judicial se extendía a Nancy Enriqueta Viedma, como cómplice. Tras 48 horas detenido en el regimiento Maipo de Valparaíso, Labbé quedó en libertad condicional tras el pago de una fianza de $50 mil.

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No es primera vez que el coronel (r), quien fuera alcalde de Providencia, por la UDI, hasta 2012, es procesado por violaciones a los derechos humanos. En 2014, Anatolio Zárate, marino mercante, militante PS, y presidente de la estatizada Pesquera Arauco, de San Antonio, al momento del Golpe, testificó en su contra por torturas durante su prisión política, en el regimiento Tejas Verdes.

Es largo el historial de Labbé. El uniformado se ha defendido argumentando que era sólo un custodio de Pinochet y visitó los centros de detención como instructor de educación física para los militares, cuestión que por la recurrencia y la magnitud de las denuncias resulta poco menos que inverosímil.

A la oscuridad

Caracciolo tenía 18 años cuando ocurrió el Golpe. Vivía en San Antonio y trabajaba como pescador artesanal, siguiendo la tradición familiar. Militaba en el MIR junto a un grupo de unas 40 personas, como recuerda. Entre estas estaban Ana Becerra, Jorge Silva (ver El Ciudadano de junio de este año), Olga Letelier y Eddie Henríquez, presidente del Centro de Estudiantes del Liceo Comercial de San Antonio. El promedio de los militantes era de 20 años, señala.

Tras meses de trabajo político en la clandestinidad, el 1 de marzo de 1975, Caracciolo fue detenido de madrugada en su casa. “Yo había llegado de la mar ese día. Estaba contento porque pescamos como 200 kilos de congrio. Trabajaba de noche, así que llegué temprano. Dormí hasta como las 5 de la tarde y luego salí con mi mujer a comprar algunas cosas para la comida. Luego me acosté”.

Fue un grupo de militares encapuchados quienes ingresaron a su domicilio, encañonando a su mujer y su hijo, en esa época de pocos meses, y lo despertaron con un golpe de ametralladora. Tras algunos culatazos le permitieron vestirse. Luego lo sacaron al exterior donde lo amarraron y le vendaron los ojos, antes de subirlo a una camioneta Chevrolet C-10, con pick-up. Ahí constató algo que lo entristeció. Su hermana Belinda, desde la cabina, lloraba pidiéndole perdón. “Tiempo después me enteré de cómo había sido. Los militares no sabían donde yo vivía. Fueron hasta la casa de mis padres y amenazaron con matarlos si no les decían dónde estaba, y mi hermana les dijo que los llevaba, obligada por las circunstancias”, cuenta.

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Cosme Caracciolo

En el pick-up, Caracciolo constató que otros compañeros eran transportados en similares condiciones. “Los militares caminaban encima nuestro”, detalla. En medio de la noche, y del toque de queda, fueron conducido hasta un sitio que no tardó en reconocer. “En la pesca, desarrollas un sentido de orientación. Supe que íbamos a Rocas de Santo Domingo cuando pasamos el puente (Lo Gallardo). Como fue construido por tramos, tiene resaltos. Al final del puente, doblamos a la derecha y nos fuimos por un camino de tierra, que todavía existe. Cuando me bajaron de la camioneta, sentí el ruido del mar, también el olor a algas descompuestas”, dice. Allí lo arrojaron al piso de madera de las cabañas que habían sido parte de la “Villa de Turismo Social Carlos Cortés”. Precisamente las 2 cabañas más alejadas del camino de acceso a la playa eran usadas como lugares de detención. “Ya había gente tirada allí”, cuenta.

Fue sometido a torturas durante el primer interrogatorio, poco después. “Me tiraron a una especie de camastro y me pusieron unos perros de fierro en las orejas; ahí me empezaron a aplicar electricidad; entre medio, golpes”, relata. “Las preguntas eran absurdas… Tiempo después, hilvanando, me di cuenta que los interrogatorios iban dirigidos a que me hiciera cargo de una acusación. Era buzo y tenía acceso a explosivos porque trabajé tratando de sacar un barco acá, en el puerto. Entonces, ellos armaron, en toda su locura, que yo quería ponerle dinamita al barco de la Armada, que estaba en San Antonio, desde el 11, en complicidad con algunas personas de Cartagena que ni siquiera conocía”.

Tras el primer interrogatorio, Caracciolo cuenta que debió quedar inconsciente porque despertó en medio de los cuerpos de otros detenidos. En medio de la penumbra, otro prisionero le susurró algunas instrucciones para impedir que el daño por la aplicación de electricidad fuera aún peor. “Se me habían reventado las muelas donde apretaba la mandíbula, me había vomitado”, recuerda. “Me decía Caracho -porque así me llamaban los compañeros- tenís que abrir la mandíbula; haz escándalo, trata de hacer convulsiones porque la tienen que cortar si no te van a matar”, relata. “Nunca pude saber quién era ese compañero”, añade. Sin embargo, en los siguientes días, por las voces reconocería a Eddie Henríquez, con quien sería torturado, y Jorge Silva.

También se enteraría que su hermana estaba ahí. “Luego de unos días, un guardia me dijo que ella había sido liberada y estaba bien. Eso me tranquilizó un poco”. Además, se enteró que los celadores del recinto anunciaban la llegada de un oficial. El teniente Labbé.

Bueno pa’ los combos

El testimonio de Caracciolo coincide con el de otras personas que pasaron por Rocas de Santo Domingo. Sus días allí fueron de total oscuridad; amarrado, con los ojos vendados y prácticamente sin comer. Percibió, a metros de las cabañas de cautiverio, voces de niños y mujeres: Familiares de los agentes de la DINA que se encontraban veraneando en las instalaciones.

Caracciolo relata también que, en ocasiones, el sudor le aflojó la venda y pudo distinguir algunas cuestiones. Además, por su trabajo como pescador y su porte, más bien alto y corpulento, se resistía con empujones a los traslados a las sesiones de tortura.

Algunos días después de su llegada al recinto, es presentado por los guardias al teniente anunciado. “No puedo asegurar si Labbé estuvo o no en las sesiones de tortura pero yo sí fui presentado. Me pusieron de pie y frente a él”, recuerda Caracciolo y agrega: ‘Este es el hueón’, dijeron los guardias. ‘¿Así que tú soi el bueno pa’ los combos, conchetumadre?’, cuenta que le dijo a modo de saludo el oficial. Caracciolo señala que al agachar un poco la cabeza lo vio. Era Labbé. “Le contesté, mirándolo a la cara, ‘sí, señor’, como nos habían aleccionado los milicos. Luego, procedió a golpearme. Me dio un combo en la boca del estómago; al caer me pateó en el suelo. Para mi esto es tortura porque yo estaba amarrado y no podía defenderme”, cuenta.

Tras aproximadamente 20 días de cautiverio, algunos del grupo fueron liberados. Ana Becerra y Jorge Silva fueron trasladados al Cuartel Terranova, como se le conocía, bajo los códigos de la DINA, a Villa Grimaldi. Antes de salir, los militares les ordenaron que dijeran que habían sido tratados bien. Además, les dieron la posibilidad de hablar. Caracciolo lo hizo. “Dije que no podía negar lo que había pasado y recibí algunos golpes”.

Fue lanzado desde una camioneta en la zona sur de San Antonio, en horas del toque de queda. A duras penas llegó hasta su casa. Su familia ya había presentado recursos de amparo tras su desaparición.

La posibilidad

Ocurrió el 28 de octubre pasado. Los ministerios de Defensa y Bienes Nacionales y el Ejército acordaron, mediante la denominada Acta de Chena IV, que la institución castrense permute 41 predios bajo su posesión, totalizando cerca de 168.151 hectáreas. Entre estos, algunos significativos por las violaciones a derechos humanos allí cometidas. Tal es el caso del cuartel que albergó a la CNI en Punta Arenas; la llamada “casa del techo rojo”, también conocida como “La Panadería”, en las cercanías del cerro Chena; los cuarteles 1 y 2 de Ingenieros, que corresponderían al regimiento Tejas Verdes de San Antonio, y el predio de Rocas de Santo Domingo. El detalle es notable: El Ejército no devuelve lo usurpado sino que permuta.

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Ana Becerra

La información es clave para el futuro del terreno que la Fundación por la Memoria de San Antonio ha peleado hace años. Su lucha posibilitó la declaración como Sitio de Memoria Histórica, en 2014. La organización busca construir allí un Parque por la Memoria que considere una escuela de Derechos Humanos. Mientras se reconstruye el sueño, como han señalado, también se recupera gradualmente la historia del lugar.

“No creo que el papel más importante que jugó Rocas fuera el de centro de detención y tortura. Creo que era más bien el de tortura y desaparición de los cadáveres”, señala Ana Becerra, presidenta de la Fundación. “Muchos de los cuerpos que dicen que tiraron al mar, ya estaban en Rocas o llegaban allí. Si llegaban y los mataron allí nunca lo hemos podido saber. Pero que había cadáveres que luego fueron lanzados al mar, de eso estamos seguros”.

Otra función conocida del centro fue la instrucción de agentes de la DINA. Cosme Caracciolo acota: “Ahí nace la DINA. Aparece este tipo de personajes, como Labbé, como instructores. Se ensañaban, preguntaban cuestiones que eran absurdas. Rocas de Santo Domingo fue fundamental para la dictadura y sus agentes que salieron de acá a torturar a otros sitios de Chile”.

El dirigente de la pesca artesanal señala que le molestan los dichos del coronel (r) tras su detención: “Estas personas que tuvieron hasta el poder de la vida de miles de chilenos, actúan ahora como cobardes diciendo ‘yo no estuve’… Yo no quiero dinero sino justicia. No podemos construir una sociedad más justa con una base de criminales, que no han pagado su deuda con la justicia”.

Caracciolo indica que en el careo con el uniformado, en octubre pasado, pudo constatar su vista baja y las contradicciones en que cayó. “Labbé niega que estuvo en esas fechas pero yo lo vi. Estoy seguro”. Y agrega: “Este señor era guardaespaldas de Pinochet y viajaba mucho a Bucalemu, y en esos años tenían que pasar obligadamente por Rocas. La investigación determinará eso. Me parece muy interesante que diga que se va a querellar por injurias y calumnias porque tendrá que probar que no estuvo allí”.

publicado en revista El Ciudadano, el 12 de noviembre de 2016