Fantasmagoria y presentización

Presentación del libro «La Construcción de un Sueño. Sitio de Memoria Rocas de Santo Domingo. Fundación por la Memoria San Antonio».

San Antonio, 30 de agosto de 2018

Ay amor

Quebrados caímos y en la caída lloré mirándote

Fue golpe tras golpe

Pero los últimos ya no eran necesarios

Apenas un poco nos arrastramos entre los cuerpos caídos

Para quedar juntos

Para quedar uno al lado del otro

No es duro ni la soledad

Nada ha sucedido

Y mi sueño se levanta y cae como siempre

Como los días, como la noche

Todo mi amor está aquí y se ha quedado:

Pegado a las rocas, al mar y a las montañas

Pegado, pegado a las rocas, al mar y a las montañas

Raúl Zurita, “Canto a su amor desaparecido”

 

Fantasmagoria.

Debo contar que yo llegué a esta historia a través de las imágenes. O de los restos de estas. O de los fragmentos rescatados. También por las coincidencias, y por el afán de trenzar las memorias. Sólo a fines de 2014, conocí la experiencia de las “Villas de Turismo Social”, mejor conocidas como “balnearios populares” durante el período de gobierno de la Unidad Popular.

En noviembre de aquel año, una mujer de Valparaíso me contó de la reciente muerte de Alejandro Segovia, un viejo militante del PC, residente en el barrio de Playa Ancha que había filmado un documental sobre un balneario popular, en 1972. María González me entregó una copia en dvd del cortometraje titulado “Un verano feliz. El material estaba firmado por el Departamento de Cine y TV de la CUT.

Mi primera intención fue escribir una nota en su memoria para revista Punto Final, donde colaboraba. Me contacté con su viuda y su hija, Daniela. Tras una charla en su casa, fue ella la que me dio los contactos de 2 personas que, a su juicio, eran claves para hablar de su padre. Uno era el actor Samuel Villarroel quien, muy joven, protagonizaba el filme, encarnando a un obrero textil que es premiado con un veraneo. El otro era Carlos Fénero, compañero de militancia y generación de Segovia, quien había sido el productor de ese y otros materiales realizados por el Departamento.

A fines de aquel año, también leía “La danza de los cuervos” y “El despertar de los cuervos”, la primera y segunda parte de la investigación del periodista Javier Rebolledo sobre la trayectoria de la DINA.

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San Antonio y Rocas de Santo Domingo eran las principales locaciones de esta historia de terror. Sabía, por añadidura, de otras situaciones vinculadas. Por ejemplo, la demolición en 2013 de las cabañas que habían pertenecido al balneario popular, como un torpe intento de esquivar la la persistencia de la memoria. Conocía, además, de la querella que Anatolio Zárate, uno de los testimoniadores del libro de Rebolledo, había presentado contra el coronel (r) Cristián Labbé, asiduo visitante a este litoral. También supe de la declaración de Sitio de Memoria, por parte del Consejo de Monumentos Nacionales, al predio donde se emplazó el balneario popular.

Cuando comprobé que “Un Verano Feliz” había sido rodado en Rocas de Santo Domingo aprecié que mi primer planteo acerca del texto sobre Alejandro Segovia y su filme, claramente, era superado por la riqueza de los hechos y sus múltiples ecos.

Fue en enero de 2015, cuando tomé contacto por primera vez con Ana Becerra y Milko Caracciolo, de la Fundación por la Memoria de San Antonio. Les conté que quería entrevistarlos por la declaración de sitio de memoria y su lucha por recuperar un predio aún en manos del ejército. No conocían “Un Verano Feliz”. La coincidencia volvió a mostrar su diente de oro cuando llamé a Carlos Fénero, y me contó que estaba de paso por el litoral central, en San Sebastián, pero que podría trasladarse a San Antonio.

Finalmente, a mediados de ese mes, viajé al denominado primer puerto de Chile. Hacía mucho calor y la costa rebosaba de veraneantes. Junto a Ana y Milko visité el predio donde se había emplazado el balneario popular devenido locación del horror. De las cabañas sólo quedaban algunos poyos de cemento y paneles de madera, resecos y arrumbados. La losa donde, alguna vez, se levantó el comedor ahora lucía resquebrajada. Al fondo, se veían los restos de una construcción de ladrillo donde probablemente funcionó una bodega, adyacente a la cocina. Las docas inundaban el lugar. Caminamos con Ana y ella fue indicando algunos puntos: Los baños, la cabaña de las torturas, una animita que usaban los agentes de la DINA. En las cercanías, se levantaban las casas de la gente acomodada que reside en Rocas de Santo Domingo. La brisa traía algunas voces y gritos desde la playa. Las gaviotas pasaban graznando a cada tanto. Todo funcionaba como una metáfora de la historia reciente de Chile. Había mucho sol pero algo se enfriaba al ingresar al sitio. El pasado invisibilizado. La violencia más brutal con aspecto de normalidad. El solaz a pasos del tormento. El sitio podía lucir como un paisaje arrasado pero, ciertamente, había mucho, mucho por ver. Y mejor, exhumar.

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Les entregué a Ana Becerra y Milko Caracciolo una copia del dvd con “Un Verano Feliz”. Recordé las palabras de Daniela, la hija de Alejandro Segovia, cuando la entrevista: Mi padre estaría emocionado. Yo completaba la reflexión preguntándome acerca de los vericuetos de la historia, y cómo algo que se filmó con un propósito promocional, que rescataba la alegría de aquellos miles que nunca habían tenido la posibilidad de vacacionar, ahora operaba como un archivo. Como contracara del horror. Pero también como pieza de algo por reconstruir.

El reportaje fue publicado por revista Punto Final, en la primera semana de marzo de ese 2015. En tal mes, junto a algunos colaboradores, asistí a la presentación que la Fundación por la Memoria realizó de “Un Verano Feliz” en el Centro Cultural de San Antonio. Nuevamente las coincidencias. Se ataban cabos. Se rehilvanaban historias. Se juntaban trozos. Se reconstruía. En aquella ocasión, se reunieron ex presos políticos, sobrevivientes del campo de detención; la viuda e hijas de Segovia, la actriz Tegualda Tapia, que había trabajado en el filme; Carlos Fénero, Waldo Arévalo, encargado de la CUT para los balnearios, Miguel Lawner, arquitecto, antiguo director de la CORMU y protagonista también de esta reconstrucción; el periodista Javier Rebolledo; y antiguos educadores, como Jorge Rojas, entre otros.

En ese período, Daniela Segovia subió “Un Verano Feliz” a youtube. A la fecha, lleva más de 20 mil visitas. Me parece que es mucho más de la primera cifra de espectadores que pudieron ver el filme, en ese breve período de 1972-1973. Me impresiona leer los comentarios en la web. Los reencuentros, los testimonios, también las miradas enfrentadas sobre el pasado… pero también la evidenciación de los estereotipos y los clichés. Pasó lo mismo cuando The Clinic puso en su web, en febrero pasado, finalmente, la crónica “Cuando los obreros veranearon en Rocas de Santo Domingo”, que databa de abril de 2015, y expandía la nota que había publicado PF tiempo antes.

Entiendo que el archivo convoca. La memorias se trenzan. Se trenza con fragmentos.

Al respecto otra cita. Esta proviene de “Memorias en movimiento: Las batallas culturales de la imagen en la Unidad Popular”, investigación realizada por Laura Lattanzi, Carlos Ossa y Verónica Troncoso, disponible en el sitio web de la Cineteca Nacional:

“¿Qué pueblo era aquel que se levantaba hacia un porvenir en conflicto? (…) La primera constatación: Ese pueblo ya no existe, por lo tanto, no hay forma de encontrar sedimentos contemporáneos de su existencia. Este punto incrementó el valor de los archivos y dispuso la investigación”. (p. 20)

Es decir, esta fantasmagoria que son las imágenes de los balnearios, entre los materiales fílmicos rescatados (no sólo “Un Verano Feliz” sino además “El derecho al descanso”, realizado por la Oficina de Informaciones y Radio de la Presidencia, en 1970 y otro corto similar titulado “Balnearios populares”, facturado por Luigi Hernández y la productora FCR, de 1972) operan rehilvanadores de vivencias, afectos y padeceres. Una memoria que se activa. Personal y colectiva.

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fotograma de la pelicula Un Verano Feliz_niños en playa

Presentización.

El libro La Construcción de un Sueño. Sitio de Memoria Rocas de Santo Domingo funciona como una bitácora de un proceso posterior, que es el de la vida de aquellas y aquellos que por deber ético de supervivientes desean testimoniar lo padecido. Ellas y ellos que, por décadas, han luchado porque esta locación del balneario popular/escuela de instrucción de la DINA/centro de detención no desaparezca ni del mapa ni de la memoria. Sólo por dar un ejemplo reciente: Si no hubiera sido por el tesón de la Fundación por la Memoria, creo que el ejército no habría contraído jamás el acta de Chena IV con el ministerio de Bienes Nacionales, en 2016, y permutado estos terrenos (porque ellos no devuelven aunque lo hayan usurpado). Lo que, de alguna manera, viene a actualizar la frase aquella que ningún logro popular, o por una sociedad más justa, se lleva a cabo sin lucha y obstinación.

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Por otra parte, la aparición de La Construcción de un Sueño. Sitio de Memoria Rocas de Santo Domingo no puede ser más oportuna por lo contradictorio del tiempo que toca vivir. Son ya conocidos los dictámenes de la Corte Suprema, que han permitido la libertad a uniformados responsables de desapariciones, crímenes y torturas, como los que favorecieron al ex coronel Manuel Pérez Santillán, condenado por el asesinato del funesto químico Eugenio Berríos, o al capitán Gamaliel Soto Segura, vinculado a la desaparición de Eduardo González Galeano, director del hospital de Cunco, o el caso de José Quintanilla Fernández, Felipe González Astorga y Hernán Portillo Aranda, ex militares responsables de la desaparición de Alonso Lazo, joven militante del MIR, en Copiapó en 1975, mismos que, en palabras de la abogada y parlamentaria Carmen Hertz, jamás demostraron arrepentimiento ni entregaron información de estos hechos durante el breve período que estuvieron detenidos, – hay que decir- en condiciones casi modélicas.

También se deben datar los ataques vandálicos a memoriales de detenidos desaparecidos y asesinados, en Valparaíso y Neltume, como un modo fascista no sólo de borrar el recuerdo de los crímenes sino de perpetuar la falta de respeto por la dignidad humana, incluso en sus representaciones. A esto se debe sumar hoy la pancarta dejada por el denominado Movimiento Social Patriota, sobre las paredes del sitio de memoria Villa Grimaldi, antiguo Cuartel Terranova de la DINA. Hechos que llaman a la reflexión y la acción. Se debe añadir a estos factores, la nominación de Mauricio Rojas como efímero ministro de Cultura, las Artes y el Patrimonio, célebre por sus dichos previos sobre el Museo de la Memoria y DDHH. O al decir de Leopoldo Lavín Mujica, en una columna en El Desconcierto, hace algunos días: El presentismo del gobierno de Piñera no es más que un mecanismo connatural al neoliberalismo en despliegue: “La oligarquía dominante quiere deformar el pasado, borrar el carácter emancipador de las luchas y aplastar el presente. Imponiendo por fuerza el horizonte neoliberal”.

Ante tal contexto, este libro es remarcable porque da cuenta de una trayectoria y una tarea que aún no concluye. Siguiendo lo planteado por el poeta Zurita en aquel verso («Todo mi amor está aquí y se ha quedado/Pegado a las rocas, al mar y a las montañas»), la Fundación por la Memoria ha removido las piedras para contar de tales padecimientos pero también ha reconstruido mediante la palabra lo previo: El amor, y la utopía que hizo movilizar a miles de jóvenes y adultos empeñados en un Chile más justo, popular, libre, solidario y socialista.

En tal sentido, quiero aludir al origen del título de la crónica “Veraneos en un país que ya no existe”, que me honra que haya sido incorporado a este volumen. Pertenezco a una generación distinta a la de Ana Becerra, Beatriz Miranda, Miguel Lawner y Carlos Fénero. A la misma de Javier Rebolledo y Milko Caracciolo pero por razones personales accedí, gradualmente, al horror de la dictadura mediante los intersticios de la historia que nos contaban nuestros familiares, o que transmitían los medios de comunicación en aquellos años 80. Quiero señalar que me impresionó conocer la experiencia de los balnearios populares, así como el trabajo del Departamento de Cine y TV de la Central Única de Trabajadores, y del otro futuro que pretendían los partidos y movimientos de izquierda, y compararlo con el presente chileno, cruzado por el individualismo, la competencia, el reinado sin contrapeso del dinero y sus secuelas, tales como la descomposición social y personal, y la desesperanza. Espero que la divulgación del trabajo de la Fundación por la Memoria entregue señales a todos y todas, en este presente, que es posible otro modo de sociedad sino la decadencia y el final están a la vuelta de la esquina, aunque haya dinero, celulares caros, ropa de marca y atochamientos con autos nuevos.

Hay una tarea bosquejada en el libro. Una especie de “continuará” y es la concreción de un parque por la memoria, que contenga una escuela o una institución educativa que propague y fortalezca los derechos humanos, así como áreas para la creación artística, la cultura y -por qué no- la recreación. De tal modo, se reconstruirá y se reconectará el sitio con el sueño de hace más de 4 décadas; donde el descanso y la recreación de las personas, especialmente de aquellos/as más pobres, era un derecho facilitado por el estado. El sueño de un país más justo, que algunos trataron de convertir en una pesadilla.

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Capas de memoria

Reconocer. Sebastián Tapia, 50% de Hogareño, cuenta que una vez, en Valparaíso, mientras veían una presentación de Lukax Santana, con sus objetos dispuestos sobre una manta en el suelo, con su concentrada interpretación de lo que para otros pudieran ser cachureos y que, en su manipulación pasaban a ser instrumentos generadores de sonidos nuevos, les surgió la idea: “Él ha estado constantemente en el mundo de la improvisación. Por qué no hacerle un homenaje. Más aún: Está vivo y en completa actividad”, dice. Había otro factor: El trabajo de experimentación musical de Hogareño está influido por la investigación y la recolección que ha hecho Santana por más de 3 décadas.

Lo conversaron. Se sumaron 3 músicos que habían colaborado, de diversas maneras, con Santana: César Bernal, Miguel Jáuregui y AyeAye, el (premiado) alias de Carlos Reinoso. Renato Ortiz, el otro integrante del dúo, señala que Lukax también participaría en el disco. Pregunta: Cómo homenajear a alguien cuyo trabajo, la improvisación, se ejecuta fundamentalmente en vivo. La propuesta acordada fue que cada uno interviniera archivos sonoros suyos. Grabaciones de campo, textos, sonidos electrónicos… Así surgieron pistas como “Memoria 1”, “Ajayu79” y “Tributo”. En el caso de Hogareño, el tándem empleó los objetos recobrados/subvertidos en su uso por Santana para registrar 3 capas de sonidos que generan el tema “A_LKXS”. “Esa tarde fuimos a su casa, en Viña, tomamos once y luego grabamos”, relata Sebastián Tapia. “El homenaje es también un juego. Un pretexto para compartir con amigos, más bien”.

Rodrigo Acevedo, diseñador, fue quien meditó sobre la forma física del homenaje. “Cómo hacer que un objeto sea un disco”, recuerda Tapia. De ese modo, resultó un frasco trasparente que en su interior contiene un objeto (un clavo, una bolita de cristal…) con un papel impreso donde está el código QR que lleva a la web desde donde descargar el archivo sonoro con las 4 composiciones. También hubo un homenaje en vivo, el pasado 20 de mayo, en el auditorio del edificio Cousiño del DUOC porteño. En escena, estuvieron los músicos, así como el locutor Ronald Smith y un grupo de danza. Antes, en abril pasado, en Nueva York, Hogareño había mostrado el frasquito, el objeto del homenaje, en el festival Ende Tymes 7. “Los gringos quedaron locos. Nos querían copiar la idea”, dice sonriendo Tapia.

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Epifanías. “Hago esto porque, a los 15 años, entré al cine Arte, de Viña, y veo en vivo a los HighBass”, cuenta Lukax Santana, semanas después del homenaje. “Nunca antes vi eso en un escenario: Improvisación… Claudio Parra intervino un piano; había una radio puesta; y trutrucas. Esa mezcla para mi fue una epifanía. Sentí una identidad. Me dije que era rock, era vanguardia… pero de acá”.

A fines de los 60, el joven tenía algo parecido a una doble personalidad, en sus propias palabras. La inmersión en la cultura de la época y la militancia política, junto al MIR. “Era extraño hacer convivir esos 2 mundos pero yo lo hice. Por una parte, el hippismo, la paz y el amor, la marihuana, y al mismo tiempo ser un militante, clandestino. También lo tenían mis amigos del liceo Guillermo Rivera”, recuerda.

Regresos. Germán -Lukax- Santana fue detenido los primeros días de septiembre de 1974. Fue conducido a la Academia de Guerra Naval, luego al Cuartel Silva Palma y, finalmente, a la Cárcel Pública de Valparaíso. Estuvo poco más de un año en esa condición. “Curiosamente no tengo malos recuerdos de la cárcel. No fue un lugar de tortura, como el Silva Palma. Llegar allí significaba que estabas vivo y que te reconocían como tal”, rememora. Luego fue exiliado, y viajó a Inglaterra. Ahí conoció el Free Improvisation Movement y al London Musical Collective. Comenzó su faena experimental. Vino su labor junto a Quilombo Expontáneo y decenas de colaboraciones. También discos como “These dark materials”. “Estando fuera, pensaba que tenía que juntar la mayor cantidad de información porque en algún momento volvería y tenía que entregar todo lo que veía”, reflexiona. “Por eso, tuve la costumbre, desde esos años, de grabar todo. Andaba para todos lados con mi grabadora”.

Tras su retorno a Chile trabajó con diversos músicos, con los que coincidió en ese afán cuestionador y lúdico. Entre estos, el guitarrista Toto Álvarez, en Transatlántico. También se vinculó al grupo de danza de Carmen Beuchat. Con este, volvió a la cárcel de Valparaíso, transformada en un parque cultural. Un día les notificaron del cambio de sitio de ensayo; desde el teatro a una sala ubicada en el edificio donde alguna vez estuvo la galería penal. “La primera vez fue un tanto chocante. Estaba cambiado pero sí reconocí el lugar donde estuve”, señala.

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Este regreso fue origen a “Base Nica”, la experiencia de improvisación que desarrolla, hoy por hoy, en el recinto que, alguna vez, funcionó como área de castigo para los prisioneros. Este proceso es grabado por Sebastián Tapia. En el título se aprecia su vocación juguetona e interrogadora. “Todas las bases del MIR tenían nombre. Por ejemplo, Base Che Guevara… Pero a mi me gusta trabajar con el doble o triple significado de las palabras”, señala sobre una composición que se aleja de su modo habitual (“Lo fijé en 45 minutos. Además, por primera vez, trabajo con un gráfico; marco tiempos, instrumentos…”) y que, en un futuro cercano, podría tranformarse en un disco.

Ensimismado, Lukax mueve y golpea tarros y resortes. Luego sus botellas y cuencos. Algún juguete. El sonido inunda el lugar y parece conjurar dolores y convocar a los compañeros. Jóvenes de hace 45 años. “Es un reconocimiento a amigos, militantes”, dice. Luego, el silencio ejecuta su tarea e imprime imágenes en la memoria.

*el homenaje A_LKXS, acá

publicado en Cultivos Chilenos, de revista El Ciudadano, junio de 2016, 

Veraneos en un país que ya no existe

Entre 1971 y 1973 se desarrolló una experiencia inédita. Eran las llamadas Villas de Turismo Social, mejor conocidos como los balnearios populares. La concreción de la medida 29 del programa de gobierno de Allende, que buscaba fomentar la recreación y turismo entre quienes nunca antes habían tenido la posibilidad de darse un veraneo.

El éxito de la iniciativa contrastó con el infame final de estos centros, usurpados tras el Golpe, por las FFAA. Algunos se transformaron en centros de detención y muerte, como Rocas de Santo Domingo, Ritoque y Puchuncaví.

Hasta hoy varias personas recuerdan el paso por estos balnearios. Una experiencia de turismo con énfasis en lo social (y colectivo) que parece las antípodas del modo individual que impera hoy.

(…)

“Había cajas de fotografías. Manifestaciones, discos, libros… Destruí todo de aquellos tiempos. Si yo no fui, fueron mis familiares” dice, como disculpándose, Mario Merino Arenas, presidente de la Federacion Nacional de Trabajadores de la Salud (FENATS) hasta el 11 de septiembre de 1973.

Hora y media antes, ha contestado algunas preguntas sobre los balnearios populares, que él llama “colonias”. Desde su cargo, Merino fue uno de los responsables del envío allí de equipos que se encargaban de los primeros auxilios. “Me coordinaba con la CUT”, recuerda. “Nos pedían paramédicos, fundamentalmente dirigidos por algún profesional. Escogíamos la mejor gente. Mandábamos 12 a 15 personas. El número estaba determinado por el tamaño de la colonia porque no todas eran iguales”.

Merino también disfrutó los balnearios de Tongoy y Pichidangui, en los veranos de 1972 y 1973, por un período de 2 semanas. “Fui a veranear como un trabajador más, con mi señora, que también era una trabajadora más, y 6 hijos”, indica. Como él, arribaron especialmente delegaciones de trabajadores de la salud, de Correos y de los municipios, así como desde algunas textiles y la construcción, cuenta.

Como una sinopsis, los hechos se le amontonan pero evoca, especialmente, el entusiasmo. “Recuerdo la alegría de estar allí. La gran calidad humana en el grupo”, dice.

En un momento, se acuerda del álbum con fotografías -sobrevivientes- de aquellos años, y que también contiene imágenes de su exilio en la RDA. Lo abre y muestra las primeras páginas. Allí están, en blanco y negro, las cabañas con forma de A, el comedor y sus mesones de madera, las bandejas de plástico para el almuerzo; su familia; él mismo sentado en la puerta de una cabaña con su hijo en los brazos; el sol sobre las cabezas; la arena. Fragmentos, que parece, provinieran de un continente lejano.

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Balneario popular en Pichidangui. Fotografía de Mario Merino Arenas.

El derecho al descanso

La medida 29 del programa de gobierno de la UP lo dejaba claro. “Organizaremos y fomentaremos el turismo popular”. Darle la posibilidad del descanso a esos millones para quienes las palabras “veraneo” o “vacaciones” sonaban lindas pero irrealizables. La misión estuvo a cargo de la Dirección de Equipamiento Comunitario (DIPEC) dependiente del ministerio de Vivienda y Urbanismo. Sería el llamado “Plan A”, en probable alusión a la silueta que tendrían las cabañas de los conjuntos vacacionales. En su mensaje al Congreso Pleno, del 21 de mayo de 1971, el presidente Allende indicaba que, a esa fecha, ya se encontraban en funcionamiento 7 de estos complejos, y que se pretendía llegar a 13 en el breve plazo. Menciona a Peñuelas (Coquimbo), Pichidangui, Tongoy, Papudo, Piedras Negras (Las Cruces) y Llallauquén (en el embalse Rapel). Entre los que se aproximaban, estaban uno en Iquique, Curanipe, Llico, Duao y Rocas de Santo Domingo. “El uso de estos establecimientos está orientado exclusivamente al uso de sectores de bajos ingresos económicos”, declaraba.

Los balnearios populares se localizaron “en las mejores playas del país, aprovechando la disponibilidad de terrenos en poder de Bienes Nacionales, o se adquirieron a particulares en conformidad con las normas vigentes a la época”, relata Miguel Lawner, arquitecto, director de la Corporación de Mejoramiento Urbano (CORMU), en aquellos años, y uno de los responsables de la concreción de lo centros, en su informe “La Demolición de un sueño”, datado en diciembre 2013.

Cada villa estaba compuesta por hasta 10 bloques de cabañas, construidas con paneles prefabricados de tablas de pino, una experiencia pionera en Chile. El tiempo apremiaba. Los paneles se elaboraban en Santiago y eran cargados en camiones hasta las locaciones, donde cuadrillas de trabajadores los ensamblaban. Las cabañas eran instaladas sobre poyos de cemento. El techo era de planchas de pizarreño. La edificación, en cada lugar, estuvo a cargo de empresas. En el caso de Rocas de Santo Domingo fue una cooperativa de trabajadores, formada desde el Sindicato de la Construcción de San Antonio.

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Página de folleto de la DIPEC, 1971. Gentileza de Tomás Torres.

Además de las cabañas, cada centro contaba con espacios colectivos. Un folleto divulgatorio de la DIPEC, en 1971, señalaba que uno de los aspectos prioritarios era “la vida comunitaria del ser humano”. Se puede leer: “Al diseñar los balnearios (se han generado) espacios de uso colectivo, bajando los costos de inversión”. Tales eran el comedor, la posta de primeros auxilios, los baños, canchas deportivas y juegos infantiles, así como los lavaderos y tendederos. El alhajamiento de los centros estaría a cargo de la Dirección de Turismo que, para los efectos, creó la Oficina de Turismo Social.

Algunos balnearios, como Chacaya (Iquique), Pichidangui, Loncura (Quintero) y Rocas de Santo Domingo, serían gestionados por la Central Única de Trabajadores (CUT). Otros, tales como Peñuelas, Ritoque, Las Cruces y Duao, funcionarían desde la Consejería Nacional de Desarrollo Social de la Presidencia de la República. Ambas organizaciones seleccionaban a los veraneantes. En el primer caso, fueron delegaciones desde los sindicatos afiliados a la multisindical. En el segundo, grupos de pobladores, pertenecientes a juntas de vecinos, comités y centros de madres. Si bien, el período estival era donde se preveía la mayor afluencia de veraneantes, cada centro también estaba acondicionado para la temporada invernal.

Hacia 1973 el plan consideraba la construcción de 40 balnearios no sólo en el litoral sino en la precordillera. No existen estadísticas sobre cuántas personas gozaron de estos balnearios pero las cifras serían importantes al considerar que, al momento del golpe de estado, funcionaban 19 centros, que acogían -sólo en la temporada de enero a inicios de marzo- a delegaciones de 200 a 300 personas (cada balneario tenía capacidad para 500), que permanecían de 10 a 14 días.

¿La gente que veraneaba tenía conciencia que aquello era una medida del gobierno?, le pregunto a Mario Merino Arenas. Responde: “La gente veía un hecho real, no un discurso o una promesa; lo estaban viviendo y gozando”.

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María Lazcano y Esteban Opazo muestran una imagen del balneario de Peñuelas, en Coquimbo, donde veranearon en 1972.

Nos despertaban con La Batea

Esteban Opazo tenía 8 años, cuando con su madre, María Lazcano, y toda su familia, se unieron a un centenar de vecinos de la población Villa Berlín, en el cerro Los Placeres, de Valparaíso, una mañana del verano de 1972, para ser trasladados por buses de la Empresa de Transportes del Estado (ETCE) hasta la playa Peñuelas en Coquimbo.

Sería el inicio de un paseo irrepetible. “Las cabañas eran de madera, con literas. Lo único que tenía que llevar uno eran las sábanas. La ropa de cama la ponían ellos”, recuerda María Lazcano.Nos despertaban con “La Batea”, desde unos altavoces”, añade refiriéndose a la clásica canción de Quilapayún.

Me acuerdo perfectamente… Había un altillo donde estaban las literas para los hijos, y, más abajo, un sector para la cama matrimonial. La primera noche, como no sabía donde estaba la luz, me puse a buscar el baño y no lo encontré, entonces pegué la meada en las paredes”, rememora riéndose Opazo. Los baños estaban en una dependencia exterior.

Había 3 comidas diarias: Desayuno, almuerzo y comida, que eran entregadas en el comedor. Las personas hacían una fila frente a un punto de la cocina, usando bandejas plásticas similares a las del almuerzo escolar. Ahí los encargados las llenaban. La ropa era lavada por los mismos veraneantes en lavaderos comunes.

Curiosamente, en el barrio era mayoritaria la militancia DC. La convocatoria fue a través de la junta de vecinos. “Aquí conviven varias personas. Desde marinos hasta trabajadores. Íbamos todos mezclados”, rememora Opazo, quien continúa viviendo en la misma población. “Mi padre era opositor al gobierno de Allende pero por ser trabajador le dio mucha importancia al gesto de las vacaciones. Él entendía que en la organización de la gente estaba el paso para ir más allá y cambiar un poco las cosas”, reflexiona hoy.

Se lo perdieron

A Peñuelas también llegaron Lorena Banda y su madre, Marta Contreras. Ella fue 2 veces, una por el sindicato al que pertenecía su esposo y la segunda, por el centro de madres de uno de los sectores del barrio Gómez Carreño, en Viña del Mar. “Mi padre era profesor, así que los recursos que había en la casa no eran como para veranear”, señala Lorena Banda, quien tenía 14 años en aquel ’72.

En la charla entre madre e hija, gradualmente, surgen los recuerdos. Como los vales que se entregaban para las comidas. O que el costo de todo el veraneo no superaba los 10 escudos por persona. “En la mañana, nos levantábamos temprano y estaban los monitores para los niños. Había juegos, bailes, canto, dibujos… Después de almuerzo íbamos a la playa”, cuenta Lorena Banda. En tanto su madre, trae al presente la posibilidad de emprender paseos a los alrededores, a las atracciones de Coquimbo y La Serena… Y hasta un poco más allá: “Como estaban organizados los veraneantes, fueron a hablar con la gente de Ferrocarriles y pudimos viajar hasta Vicuña y el valle del Elqui. Eso fue un acuerdo de todo el campamento”, evoca Marta Contreras.

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Fotograma del documental «Un Verano Felíz», rodado en el balneario popular de Rocas de Santo Domingo (1972), dirigido por Alejandro Segovia junto al Departamento de Cine y TV de la CUT.

Ella se emociona: “Para mi vida y la de mis hijos fue muy importante haber ido a esos paseos populares. Tuvimos alegría, así que tengo buenos recuerdos”.

En el segundo viaje, varias mujeres del barrio se restaron porque eran opositoras al gobierno. “Se perdieron la oportunidad porque hasta el día de hoy no conocen La Serena. Sus hijos hubieran tenido otra mirada ante la vida…”, señala con pesar.

Antorchas en la noche

En todos los balnearios, las actividades recreativas estaban a cargo de educadores. María Angélica Barrientos fue una. Tenía 19 años y estudiaba en el Pedagógico de la sede porteña de la Universidad de Chile. Simpatizaba con el MAPU, así que se unió a los educadores de este partido político, en Piedras Negras, en Las Cruces. Antes asistió a una capacitación. “Fue un curso de socialismo, materialismo histórico y centralismo democrático; toda una preparación para los cursos que le hacíamos a los pobladores pero no como una cuestión de eslóganes o una frase para repetir sino para aplicar”, recuerda.

El balneario de Las Cruces estaba a cargo de la Consejería Nacional de Desarrollo Social. Su énfasis era dotar al veraneo de cierto sentido. Que ciertos elementos de la historia y la vida de los pobladores pudieran ser analizados y debatidos, usando el método de la educación popular. Al centro arribó gente de Santiago, fundamentalmente. De sectores como Barrancas (hoy Pudahuel) y Cerrillos. “Había un promedio de 10 monitores, que eran apoyados por gente que estaba de paso. También hubo un coordinador general del balneario. En el segundo verano (1972) estuve 3 períodos seguidos, y me terminé enfermando porque no descansé; era muy intenso”, cuenta María Angélica Barrientos.

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María Angélica Barrientos

Los talleres, de asistencia voluntaria, se realizaban en el comedor. “Las películas o las funciones de títeres eran una herramienta ”, dice. “Se daban problemas sociales de las personas, que se acercaban a ti; que había alcoholismo, violencia intrafamiliar… Entonces nosotros decíamos: ‘Ya, tratemos este tema, no por el caso de una sola familia sino por una situación social global”.

María Angélica Barrientos coincide con los otros testimoniadores en que, pese a la diversidad política de los veraneantes, no presenció pugnas ideológicas durante el período. Sin embargo, los enfrentamientos de la época rondaban las inmediaciones. Rememora un episodio, al salir a otra de las playas de Las Cruces: “Hubo gente que quiso conocer el pueblo. Entonces partimos con guitarreos y todo a la playa principal. Cuando llegamos, algunas personas se nos acercaron y nos dijeron que porqué estábamos allí si teníamos nuestro propio lugar para vacacionar. Entramos en discusión, y fue un altercado donde se pusieron los ánimos muy tensos. Llegaron los carabineros. Nos aconsejaron que mejor nos retiráramos porque estaban efervescentes los ánimos. En la noche, comenzamos a ver antorchas, entre las dunas, no sé si para amedrentarnos. Así que establecimos un sistema de rondas, de guardias, toda la noche… Afortunadamente no pasó nada más”.

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Rosa Figueroa

Rosa Figueroa tenía 11 años cuando veraneó con su familia, procedente del barrio de Achupallas, en Viña del Mar. También visitó Peñuelas. “Entonces era muy poco probable que la gente pudiera vacacionar”, recuerda y compara con lo que hoy existe, desde algunos municipios, para los grupos de adulto mayor (“…pero igual se paga y se llega a centros recreativos privados, en buses privados”, aclara). No obstante, su reflexión posee otros ecos: “En esa época era todo más colectivo. La gente tenía mayor participación en las organizaciones. La dictadura nos convirtió en individualistas”. Cuenta que en los años 80, en su barrio, integró con otros jóvenes un centro cultural, recordando las actividades que vivió en el balneario. “Claro, yo soy comunista desde que nací pero a mi me quedó esa parte orgánica. Esa intención de organizarse con otros y hacer algo”.

El despojo

Tras el 11 de septiembre de 1973, todos los balnearios populares dejaron de funcionar. Uno a uno fueron ocupados por las FFAA, con el pretexto que allí se desarrollaban escuelas de guerrilla. “Las fuerzas armadas se repartieron los Balnearios Populares como quien se reparte un botín de guerra. La Armada, por ejemplo, se apropió del situado en Puchuncaví, la FACH de Ritoque y el Ejército de Pichidangui, recinto que aún mantiene en su poder, destinándolo al veraneo de sus efectivos”, señala Miguel Lawner en “La Demolición de un Sueño”. Mediante el Decreto Ley n°12 fue disuelta la CUT y sus bienes fueron confiscados.

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Tras el golpe cívico-militar, en lo que se transformaron los balnearios. Como el ubicado en Ritoque. Dibujo de Miguel Lawner titulado «Perros sin uniforme».

Algunos centros, como Tongoy, fueron vendidos a particulares en actos y sumas que se guardaron en el sigilo. Así se legalizó el despojo. Como ha sido expuesto por agrupaciones de ex prisioneros, Rocas de Santo Domingo, Ritoque y Puchuncaví pasaron a ser centros de detención, tortura y muerte. La Armada rebautizó este último recinto como Melinka. Durante décadas, el ejército profitó de los terrenos usurpados. Igual suerte corrió el centro vacacional de Pirque, en la precordillera. Las imágenes de los antiguos balnearios transformados en prisiones pueden apreciarse en dibujos y pinturas de antiguos presos políticos como Adam Policzer , Carlos “Tato” Ayress y el mismo Miguel Lawner.

Como terrible contraste, María Angélica Barrientos, quien estuvo encarcelada en Tres Álamos, recuerda que allí la DINA usó cabañas como las de los balnearios, probablemente por su fácil ensamblado, como celdas. Hace algunos meses, esta asistente social, que hoy trabaja en el Programa de Reparación y Atención Integral en Salud (PRAIS), participó en el taller “Bordando la Memoria” en el Parque Cultural de Valparaíso, junto a decenas de mujeres que vivieron la represión política. El tema de su bordado fue la medida 29. Allí están los rostros sonrientes, los buses y las cabañas en forma de A. Además, fijó a la tela conchitas. La memoria es un tejido resistente y colectivo pero, al mismo tiempo, frágil y que requiere tesón.

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Recién a fines del año pasado, mediante la firma de la llamada Acta de Chena IV, se estableció que el ejército permutará 64 inmuebles al ministerio de Bienes Nacionales. Entre estos se encuentra el predio de Rocas de Santo Domingo, donde la Fundación por la Memoria de San Antonio anhela construir un Parque por la Memoria y una escuela de Derechos Humanos.

Luis Sepúlveda es dirigente de la Comisión de Derechos Humanos de dicho puerto. Al momento del Golpe, era dirigente sindical del Servicio Médico Legal en el hospital local. Recuerda cuando, ya regresada la democracia, le preguntó al entonces presidente de la CUT, Arturo Martínez, por qué no recuperaban los balnearios que Allende les había transferido. Martínez guardó silencio. Sepúlveda cree que faltó pelear; que era una acción posible mediante una ley. Reconoce el error en el cambio de nombre de la central. “De Única se pasó a Unitaria”, y hace un gesto de reprobación con la cabeza.

publicado en revista El Ciudadano, de febrero de 2017.

Fotografías por Felipe Montalva, salvo las aportadas por algunxs entrevistdxs.

Cierto horizonte de justicia

En noviembre pasado, un par de hechos desenterraron lo acaecido en el antiguo balneario popular de Rocas de Santo Domingo. La detención temporal del coronel (r) Cristián Labbé acusado de torturas por Cosme Caracciolo cuando el inmueble funcionó como centro de detención y muerte, tras el Golpe.

El segundo acontecimiento es la permuta que el Ejército hará, con ese y otros predios, a Bienes Nacionales, en virtud del Acta de Chena IV.

Una cautelosa esperanza se esboza entre quienes proyectan en el lugar un Parque de la Memoria, que incluiría una escuela de derechos humanos.

(…)

Los acontecimientos tenían la misma locación. Cristián Labbé Galilea, coronel (r), era detenido en Valparaíso por una orden emitida por el ministro en visita Jaime Arancibia. Se le acusaba como autor de detención ilegal, secuestro y tormento en la persona de Cosme Caracciolo, referente histórico de la pesca artesanal que, hacia 1975, militaba en el MIR. Su cautiverio lo vivió en las cabañas del antiguo balneario popular, enclavado en las cercanías de la playa Marbella Norte (ver El Ciudadano 199).

Labbé fue dejado en libertad tras 48 horas y $50 mil de fianza pero Caracciolo anunció que, en las siguientes semanas, otros prisioneros se querellarían contra un oficial que, pese a la gravedad de las acusaciones en su contra, aún no conoce una sentencia de cárcel.

Precisamente, el predio de Rocas es uno de los que serán traspasados por el Ejército al ministerio de Bienes Nacionales, de acuerdo al Acta de Chena IV, un protocolo de acuerdo que involucra, además, al ministerio de Defensa. Según este documento, el ente militar permutará 41 terrenos, a lo largo de Chile. Entre estos, algunos significativos para la causa de la reconstrucción de la memoria. En el listado, al que tuvo acceso El Ciudadano, aparecen además los cerros de Chena, el terreno donde se emplazó el cuartel de la CNI en Punta Arenas y los tristemente célebres Escuela de Ingenieros y Cuartel Nº2 Tejas Verdes, de San Antonio.

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Estado actual del antiguo balneario popular de Rocas de Santo Domingo

 

“Rocas es nuestro”, enfatiza Ana Becerra, antigua presa política, y presidenta de la Fundación por la Memoria de San Antonio. Su organización viene peleando hace años las 11 hectáreas de este predio, para levantar allí un parque por la memoria. De paso, han obstaculizado la pretensión del Ejército y el municipio local de venderlo a privados, destino que han corrido casi todos los -alguna vez- balnearios populares.

Entre los inmuebles que serán permutados, la dirigenta destaca también los Lotes A1, A5, la casa patronal y el parque de Bucalemu, en Rocas de Santo Domingo: “Mucho más gente fue asesinada y desaparecida en la dictadura. Son varios los casos de campesinos que vivían en las cercanías. Mucha gente tuvo miedo de declarar cuando fue el Informe Rettig, y tampoco a la comisión Valech”, señala.

Lo suyo es optimismo y realismo en porciones similares. De serles entregado en comodato el predio, quizás el parque esté disponible hacia 2020. Antes vendrían acciones como el levantamiento arqueológico y la construcción de dependencias, además de la decisión sobre la modalidad de administración. “Se requerirá mucho tiempo y recursos. Yo probablemente no lo vea”, dice.

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Ana Becerra

Sobrevivientes

No sólo Becerra y Caracciolo pasaron por Rocas. Reconstruir su historia ha sido complejo, reconocen. Pero los testimonios emergen, gradualmente.

Sergio Vásquez Malebrán también militaba en el MIR, en Valparaíso, cuando ocurrió el Golpe. Estudiante de la Universidad Federico Santa María, logró mantenerse oculto en las semanas que siguieron gracias al auxilio de numerosas personas en diversos barrios y poblaciones. “Había que apechugar”, señala hoy. Su primera detención, por parte de marinos, ocurriría en octubre de 1973.

Distinta sería su segunda caída. El 25 de enero de 1975 fue capturado, en las cercanías del Sporting de Viña del Mar. Se trataba de una operación dirigida específicamente contra el MIR en la zona, ejecutada por la Agrupación Vampiro, perteneciente a la Brigada Caupolicán de la DINA, en colaboración con el Servicio de Inteligencia Naval y el Servicio de Inteligencia Militar (SIM), cuyo centro era el regimiento Maipo. Semanas antes, Mónica Medina, “enlace” de Erich Zott, jefe regional mirista, había caído en Santiago en una “ratonera”. “Ese fue el gran encuentro con la represión organizada, con la misión de destruir un partido”, evalúa hoy Vásquez.

En esos días, caerían detenidos no sólo Vásquez y su compañera, Miriam Aguilar sino además Horacio Carabantes, Fabián Ibarra y su mujer, Sonia Ríos; Sergio Veselly, Carlos Rioseco, Alfredo García, Abel Vilches, la joven argentina Lilian Jorge, Elías Villar y una docena de militantes.

Fue torturado con golpes y electricidad en el regimiento Maipo. Debido a las convulsiones, una de las huinchas con las que era sujetado a la parrilla se hundió en su talón izquierdo, causándole una herida grave. Junto a sus compañeros, fue trasladado al Cuartel Terranova (Villa Grimaldi) los primeros días de febrero. Allí fue sometido nuevamente a vejaciones y tormentos.

Probablemente, el 2 ó 3 de dicho mes, Vásquez fue subido, vendado y amarrado, al pick-up de una camioneta C-10, y junto a Vilches, García, Rioseco, Villar, Carabantes y Lilian Jorge, fue conducido a otro sitio. Al ser descendido del vehículo, pese a andar con chalas, sintió que el suelo le irritaba la herida. Era arena de playa. “Habíamos llegado a un lugar donde había mar y dunas. Estaba súper vendado pero la percepción era clara… Nos hacen caminar un trecho, no largo, y nos meten a una cabaña de madera, y nos amarran a un catre”, recuerda. Sin embargo, Abel Vilches logró desatarse y hace lo propio con él y Lilian Jorge. “Sólo se veía un poco de luz, entre los resquicios de la madera. Ahí me doy cuenta que estábamos dentro de una cabaña tipo A”, rememora. Al escuchar ruido, vuelven a amarrarse. Eran los agentes de la DINA que regresaban.

Probablemente, al día siguiente, el grupo es subido otra vez a una camioneta. Vásquez se encontraba en muy malas condiciones. A la fiebre y el dolor de la herida se sumaron vómitos. Mediante golpes, sus compañeros pudieron notificar a quienes conducían la camioneta. “Pararon. Era tarde, por lo que podíamos sentir, y nos dejaron tomar aire, y después de un rato, eso nunca se me olvidó, un tipo llama por radio y dice algo así como ‘Aquí Rocas de Santo Domingo llamando, queremos permiso para entrar’”, cuenta. El vehículo reanudó su marcha. Vásquez sospecha que fueron llevados a Valparaíso, al cuartel Silva Palma, por algunas horas.

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Sergio Vásquez

Al igual que Caracciolo y otros detenidos, el hombre recuerda que durante su presidio escuchó voces de niños y mujeres en los alrededores. Se trataba de familiares de agentes de la DINA que veraneaban a metros de allí, en las cabañas aledañas al camino.

Tras 4 ó 5 días en ese sitio, Vásquez y los otros detenidos fueron trasladados nuevamente al Cuartel Terranova. Sólo él y Lilian Jorge sobrevivirían. Sus compañeros permanecen como detenidos desaparecidos hasta hoy.

Palimpsesto

Hace un par de años, Tomás Torres, estudiante de Arquitectura de la PUC, conoció el caso de Rocas de Santo Domingo. La temática no le era ajena. Desde muy joven había asistido junto a compañeros de colegio al parque de la memoria que hoy existe en Villa Grimaldi. Ñuñoíno como es, conoce también la historia del antiguo reclusorio de calle José Domingo Cañas.

Un compañero de carrera se interesó por el modo en que habían sido construidas las cabañas de Rocas. Una experiencia pionera en la edificación con paneles de madera, para optimizar tiempo. Pero no profundizó. “A mi me pareció impresionante como historia y es irrefutable el daño que se hizo al ocupar (el Ejército) las cabañas y luego demolerlas. Sólo con pensar en la medida de darles vacaciones a gente que no conocía el mar, como dicen algunos testimonios, es que era algo bueno”, señala. En una presentación del libro “El nacimiento de los cuervos” de Javier Rebolledo, tomó contacto con Miguel Lawner, el antiguo director de la CORMU, responsable de la construcción del balneario.

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Tomás Torres

En septiembre de 2015 se acercó a la Fundación por la Memoria con una propuesta. Su proyecto de tesis es un parque educativo. “Me salió el concepto de palimpsesto. Es decir, tengo un terreno con unas huellas. Debo descifrarlas, qué levantaban. Ahora lo que nos toca es ver qué podemos dejar nosotros”, cuenta. Tras el beneplácito de la organización, su labor ha ido tomando forma. Ha realizado maquetas de las cabañas destruidas. Tiene claro que, probablemente, su empeño se bifurque en un proyecto para la universidad y otro, a debatir, por los miembros de la Fundación.

“Estoy pensando en un lugar de reflexión que no necesariamente te tire toda la información encima. Hacer algo más didáctico. Mis puntos son que el lugar no quede olvidado; darle vida, que se utilice; y que dure, proyectarlo más allá de lo inmediato”, dice el futuro arquitecto.

Esta historia continuará.

 

publicado en revista El Ciudadano, enero 2017

El combate naval de Valparaíso

A la distancia se lo puede leer como un coletazo de lo que pasó en las calles de Valparaíso, el 21 de mayo. Una semana después, el alcalde Jorge Castro declaró al desfile de las Glorias Navales, como “Patrimonio Cultural Inmaterial de la ciudad de Valparaíso”.

La idea surgió a la par de las querellas por el ataque del fue objeto una columna de cadetes navales, en el ya mencionado desfile.

Flashback. Castro declaró al desfile como “patrimonio cultural inmaterial” tras una campaña de firmas -dicho de paso: propugnada por el mismo municipio- denominada “Defendamos nuestra tradición: Homenaje a las Glorias navales”. Según consignaba la prensa local, la medida edilicia buscaba “preservar las tradiciones que están en el alma de Valparaíso, como lo es el desfile del 21 de Mayo en homenaje a las Glorias Navales, a Prat y sus hombres. Esta fiesta ha ido cambiando con los años y queremos recuperarla para que la gente vuelva a vivir el 21 de Mayo en nuestra ciudad”, sostenía el alcalde.

La declaración concierne al desfile, protagonizado por personal uniformado y además al de días previos, que desarrollan las delegaciones de estudiantes de escuelas y liceos de la ciudad, que desfilan una y otra vez ante el monumento de la plaza Sotomayor.

La decisión del alcalde es a lo menos insólita. En primer lugar, el carácter de patrimonio inmaterial es declarado por Castro por sí y ante sí. Más allá de la fugaz campaña de firmas -y aunque suene parecido- la declaración no tiene relación alguna con la que designa a Valparaíso como Patrimonio de la Humanidad, otorgada por la UNESCO hace años atrás. Digno de tener en cuenta es que la iniciativa fue respaldada por el ignoto Movimiento Unitario Nacional (MUNA), integrado por… miembros de las Fuerzas Armadas en retiro.

La UNESCO reconoce como “patrimonio cultural inmaterial” (PCI) a un número limitado pero creciente de eventos, usos y costumbres que configuran un patrimonio vivo de cada comunidad, “que confiere a cada uno de sus depositarios un sentimiento de identidad y de continuidad, puesto que se lo apropian y lo recrean constantemente”, señala su web. A menudo, ese patrimonio es pasado de generación en generación de modo oral y confidencial… Y al margen de las instituciones, también cabría preguntarse.

La UNESCO publica, año a año, una lista de manifestaciones humanas que califica como PCI. Entre estos, se halla el tango de Argentina y Uruguay, localizado en el río del Plata. “En esta región, donde se mezclan los emigrantes europeos, los descendientes de esclavos africanos y los nativos (criollos), se produjo una amalgama de costumbres, creencias y ritos que se transformó en una identidad cultural específica”. O sea, una identidad mestiza y dinámica. La UNESCO publica una lista a nivel global desde el 2008. Enumeramos algunos, sólo como para seguir entendiendo el concepto… Los castells (las torres humanas) de Cataluña, en España; la cocina tradicional mexicana, la caligrafía china; la música, canto y baile flamenco; la música de marimbas y los carnavales de negros y blancos y el de Barraquilla, en Colombia; la fiesta de los voladores en México, entre otros.

Un rasgo de los PCI es su fragilidad extrema ante la globalización. Son particularmente importantes los patrimonios de comunidades minoritarias, que han sido marginadas a través de la historia, y maltratadas económica y socialmente. Por ende, se lee en su web, es misión de la UNESCO salvaguardar estos usos y costumbres porque aseguran la diversidad cultural mundial, sobre todo, de las minorías, pueblos indígenas y países empobrecidos. En el caso chileno, un proyecto de preservación es aquel sobre el patrimonio inmaterial aymara, pueblo indígena repartido entre este país, Perú y Bolivia.

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Y ya que estamos…

Es aquí donde aparece una de las interrogantes del caso Glorias Navales. Castro declara como patrimonio inmaterial no sólo el desfile escolar si no el de la Armada. En mayo pasado, el juez Julio Miranda Lillo, ministro en visita de la Corte de Apelaciones de Valparaíso, quien investiga la desaparición del sacerdote Miguel Woodward tras el golpe militar de 1973, dictó prisión preventiva contra 10 funcionarios de la Armada, hoy en retiro, además de establecer un criterio que debió sonar como un cañonazo en la institución naval: En el buque-escuela Esmeralda, último paradero conocido del religioso, se torturaba, así como en la Academia de Guerra Naval. A lo anterior, habría que añadir la reciente sentencia definitiva de la Corte Suprema, en el caso del secuestro y ejecución de Jaime Aldoney Vargas, en la base aeronaval de El Belloto, en 1973. El máximo tribunal sentenció a diversas penas a miembros de la Armada de Chile como autores de dicho crimen.

Llegados a este punto, habría que recordar que la Armada chilena nunca ha pedido perdón por esos (y otros) actos de desprecio profundo por la vida de no pocos porteños. Su silencio institucional es tan grande como el edificio de plaza Sotomayor, locación de la antigua intendencia regional, ocupado por la institución naval desde septiembre de 1973, y nunca devuelto a sus propietarios anteriores.

Por ende, cabría preguntarse si la declaración patrimonial municipal viene más bien a proteger el maltrecho peso moral de la Armada en la zona. O poner un velo de olvido acerca de las actuaciones de sus miembros, que reciben cierto castigo legal tan sólo en los últimos años.

Pero volvamos a la Unesco. Se debe tener en cuenta que otro rasgo del “patrimonio cultural inmaterial” tiene que ver con los propósitos de paz y buena convivencia entre los pueblos que dichas costumbres relevarían. Por dar un ejemplo hasta chistoso: La UNESCO considera la gastronomía francesa como PCI pues entre sus cualidades genera “lazos familiares y amistosos, y en un plano más general refuerza los vínculos sociales”.

No es el caso del desfile de las Glorias Navales, destinado a homenajear la bravura de los efectivos navales chilenos en la Guerra del Pacífico, contienda cuyos efectos perniciosos en la convivencia con Perú y Bolivia se mantienen hasta hoy.

Es decir, más allá de la inocencia de cientos de civiles que acompañan a sus familiares uniformados, así como de los escolares y sus familias, se trata de un desfile militar de indeleble espíritu bélico. Tal como la permanencia del Huáscar en el puerto de Talcahuano, el homenaje de las Glorias Navales dista de ser un hermanador con otros pueblos.

Algún medio de prensa usó la metáfora “blindar el acto”, de no muy dispares asociaciones bélicas y militaristas, para calificar la declaración “patrimonial” del alcalde Castro. Curiosamente, le encajó muy bien. Un blindaje pretende mantener incólume una posición o un grupo humano, instalando una gruesa barrera aislante entre este y su contexto. Los blindajes también son inamovibles y rara vez se discuten.

(publicado en ciudad invisible, mayo de 2011)

Dos de un tipo

Termino de leer un par de libros. Aunque la elección es diversa, nada es casual. “Operación Masacre” de Rodolfo Walsh, un clásico de la literatura de no-ficción trasandina, y la biografía “Tito. El libro de Alipio Tito Paoletti”, del periodista Guillermo Alfieri.

Coincidencias apreciables: Walsh y Paoletti, periodistas y argentinos con una apuesta que rebasa ampliamente los límites de la profesión; inmersos en la marea de un tiempo: Los 60 y los 70. La dialéctica de la vida. Dos periodistas para tener en cuenta, cuando se trata de usar la profesión para entender la época y sumarse a los desafíos que se presentan.

No es ficción

Rodolfo Walsh había nacido en 1928 en Choele Choel, en la provincia de Río Negro, en el sur argentino. “Operación Masacre” (1957) fue su primer libro. Cuentan los argentinos que se adelantó casi 10 años a “A sangre fría” de Truman Capote, que muchos consideran el origen de la non fiction, el relato-basado-en-la-realidad, profundamente investigado y con recursos narrativos propios de la literatura. Me pregunto por qué no lo estudiamos en la universidad.

“Operación Masacre” documenta pues, con una soberbia construcción de personajes y situaciones , un hecho que antecedería la catástrofe argentina que le costaría la vida a su autor. En 1957, un alzamiento militar filoperonista (el general había sido depuesto un par de años antes) intenta derrocar a la llamada “Revolución Libertadora”, del general Aramburu. El movimiento fracasa. En Florida, una zona del conurbano norte de Buenos Aires, durante esa misma noche la policía irrumpe en una vivienda donde encuentran reunidos a un grupo de hombres. La mayoría no tiene filiación política y algunos juegan a las cartas y acaban de terminar de seguir por radio un match de box. La patrulla se lleva a los hombres. Todavía no son las 00:00 del día 9 de junio. Horas después, los apresados son fusilados en un basural en la localidad de José León Suarez.

Walsh conoció los hechos poco después. Supo de que algunos de los baleados, en medio de la oscuridad, se habían salvado y comenzó a investigar. Pronto comenzaron a caer datos sorprendentes. Que la junta de Aramburu sabía con antelación de la insurrección. Que horas antes de la medianoche del día 9 ya había una cantidad apreciable de presos por la insurrección. Que la ley marcial fue promulgada (y su anuncio, irradiado por Radio Nacional) a las 00:36 de dicha jornada. Que los fusilados de José León Suarez fueron apresados una hora antes de promulgada dicha ley. Que se trataba de una masacre injustificada y que evidenciaba el carácter de la represión de la Revolución que se había autoerigido como libertadora y que proponía sanar el país de los excesos del régimen de Perón.

Rodolfo Walsh comenzó a publicar los resultados de su investigación, por capítulos, en un pequeño diario de derecha. Lo acontecido transformó al periodista (y promesa de la narrativa policial) que, hasta ese momento, se había identificado con la oposición a Perón. Gradualmente, su trabajo periodístico fue la manifestación de su conciencia de que la oligarquía argentina era la responsable del estado de cosas en el país.

La clave de Walsh es la investigación independiente, un trabajo casi de espía, para escribir líneas como esta:

“En su calabozo de la comisaría 1a. de San Martín, Giunta escucha una risa larga, que parece venir de lejos, rueda por los pasillos y galerías y de pronto estalla a su lado. Es él mismo quien se ríe. Él, Miguel Ángel Giunta. Lo comprueba al llevarse la mano a la boca y sofocar el flujo histérico de la risa que le brota inadvertido de adentro.

Más de una vez ha tenido que reprimirse de este modo, razonar, decirse en voz alta:

–Quieto. Soy yo. No tengo que dejarme llevar…

Pero luego el torbellino lo arrastra nuevamente. Habla solo, ríe, llora, divaga y explica, y vuelve a caer en el pozo del terror donde está la silueta de Rodríguez Moreno, alta contra los eucaliptus nocturnos, en la mano una pistola que brilla fríamente, y hombres que retroceden, uno, dos, tres pasos, para hacer puntería con los fusiles. Y luego el zumbido inolvidable y perverso de las balas, el tropel de los fugitivos, el ¡plop! de un proyectil al penetrar en la carne y el ¡ahhh! desgarrado que suelta un hombre al caer en plena carrera, dos pasos detrás de él Giunta sacude la cabeza entre las manos y murmura:

–Soy yo, estoy bien, soy yo… “

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En los 60, Walsh se unió a Montoneros, el brazo a la izquierda del peronismo. Publicó 2 libros de investigación periodística: “El caso Satanowsky” y “¿Quién mató a Rosendo?”. Pasó a formar parte del aparato armado de la organización. De periodista a guerrillero. Es interesante leer la evolución del pensamiento del autor en los apéndices de las sucesivas ediciones del libro. De hombre de ideas a hombre de acción. Como si esa ficción que son las ideas ya no le sirviera, y tal como en su literatura se debiera a la realidad. Entonces, impresiona ese primer “Operación Masacre” como el bautizo. Como el momento del cambio. Quizás estas líneas presentes en un epílogo de 1964 lo expresen mejor:

“Cuando escribí esta historia, yo tenía treinta años. Hacía diez que estaba en el periodismo. De golpe me pareció comprender que todo lo que había hecho antes no tenía nada que ver con una cierta idea del periodismo que me había ido forjando en todo ese tiempo, y que esto sí –esa búsqueda a todo riesgo, ese testimonio de lo más escondido y doloroso–, tenía que ver, encajaba en esa idea (…) Entonces me pregunté si valía la pena, si lo que yo perseguía no era una quimera, si la sociedad en que uno vive necesita realmente enterarse de cosas como éstas. Aún no tengo una respuesta. Se comprenderá, de todas maneras, que haya perdido algunas ilusiones, la ilusión en la justicia, en la reparación, en la democracia, en todas esas palabras, y finalmente en lo que una vez fue mi oficio, y ya no lo es.

Releo la historia que ustedes han leído. Hay frases enteras que me molestan, pienso con fastidio que ahora la escribiría mejor. ¿La escribiría?”.

Evidentemente, Walsh tomaría otro camino. Tras el golpe de 1976, funda en la clandestinidad la agencia de noticias ANCLA intentando romper el cerco de silencio de la dictadura de Videla. Con esta logra difundir las primeras noticias sobre centros de detención, torturados, ejecutados y desaparecidos, así como las más bien pocas acciones de la resistencia. Desde su condición, escribe la Carta abierta a la Junta Militar, un documento implacable contra el terror de estado. En ese mismo período, su hija Victoria, destacada miliciana de Montoneros sería asesinada por los militares. El mismo Walsh sería desaparecido en 1977, tras enfrentarse con una patrulla en la ciudad de Buenos Aires. Su trepidante, profunda y apasionada prosa le hace renacer en cada lector.

El hombre de la cooperativa

Alipio “Tito” Paoletti pese a nacer en Buenos Aires hizo lo suyo en la provincia de La Rioja, uno de los paradigmas de la Argentina oculta, de aquella que quedó en la pobreza más por la civilización impulsada desde la capital que por el modo de vida nativo, como escribiría alguna vez. La Rioja, de personajes como Carlos Saúl Menem, a quien Paoletti conoció como el dúctil gobernador provincial al momento del golpe de 1976.

Casi 15 años antes, El Gordo Paoletti, un periodista formado en el oficio, había refundado el diario provincial “El Independiente”. Su idea, y del comité editorial que lo acompañaba era un periódico alejado de las directrices de algunos partidos políticos y de los poderes de facto de la provincia. En 1966, Paoletti editorializaba: “Un periodista es un hombre que anda por la vida sin miedos y sin armas, que confía en el pueblo y asume como compromiso irrenunciable la defensa de los valores permanentes de la comunidad frente a los grupos humanos que no tienen más ley, lisa y llanamente, que el poder que otorga la fuerza”.

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El asunto iría a más. En 1970, fuertemente tocado por los cambios que se vivían en América Latina, Tito decidió dar un giro radical al modo de producción de “El Independiente”: Cedió sus derechos como propietario de la editorial que originaba el tabloide y, junto a sus socios, acordaron transformarlo en una cooperativa de trabajadores: La estructura de la empresa se transformó en colectiva: La Cooperativa de Periodistas y Gráficos , Coopegraf, donde “todos los bienes de producción que componían la empresa (se cedían) a los auténticos trabajadores o servidores de la misma”.

La cooperativa sirvió para que los trabajadores postularan a viviendas y a mercaderías de primera necesidad, que se adquierían colectivamente a precio mayorista: Un dato clave: Coopegraf tomaba sus decisiones en asamblea. Además, existía el criterio acordado de reivertir un porcentaje de lo ganado en modernizar la infraestructura del diario. Era, sí, una experiencia inédita en Argentina y quizás en Latinoamérica.

Pero los años venían fuleros. En 1976, un nuevo golpe militar. Esta vez la represión se se manifiesta con una brutalidad inaudita. Paoletti y su familia se clandestinizan para salvar la vida. Luego logran huir y exiliarse en España. Los años vienen duros. Tito logra hacerse un nombre en la resistencia argentina armando vínculos, informando sobre lo que ocurre en la patria, recopilando información acerca de la represión militar, a través de testimonios de sobrevivientes y militares arrepentidos.

Este material verá la luz en 1986, en el contundente libro “Como los nazis, como en Vietnam”, sobre los alcances del genocidio en Argentina. Como plantea el escritor Osvaldo Bayer, en el prólogo, Paoletti realiza lo que no se atrevió la comisión del Nunca Más de Ernesto Sábato “…nos describirá todos los campos de detención y concentración y nombrará sus cabezas torturadoras, secuestradoras y finalmente asesinas. Y sus ayudantes. Título por título, los crímenes y sus variedades, el uso vesánico del poder sobre seres absolutamente indefensos”.

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Un par de años antes, al finalizar la dictadura, Paoletti volvió a La Rioja. Lo hizo junto a algunos periodistas que habían sido apresados por el régimen de facto. Se encontró con una sorpresa lamentable: Los actuales miembros de Coopegraf les impidieron volver al diario. En 1976, Tito y los otros habían sido “renunciados”, es decir, falsificadas sus firmas en sendas cartas que declaraban su retiro de la cooperativa. Como sello de la ignominiosa acción, en aquella época, quienes se quedaron con “El Independiente” expresaron en una editorial su decisión de apoyar los objetivos de “reorganización nacional” de la junta militar de Videla.

Quizás por ese afrentante revés, por los lentos avances de la querella judicial que entabló para restablecer a lo menos su jubilación, por la equívoca política de castigo a los militares desarrollada por el gobierno de Raúl Alfonsín, Tito Paoletti se fue apagando lentamente. En 1986, a poco de que “Como los nazis, como en Vitenam” fuera editado, falleció de un paro cardíaco, “producto de una enfermedad pulmonar obstructiva crónica”, según rezaba el parte médico. Las razones parecen otras.

Walsh y Paoletti no se conocieron personalmente, sin embargo, sus vidas están marcadas a fuego por las demandas de la época, y ambos optan por jugárselas a concho.

publicado en Ciudad Invisible en algún momento de 2011

El tesonero tejido de la memoria

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“Los obreros no se fueron/se escondieron/merodean por nuestra ciudad”

(de una canción de Los Prisioneros)

Ubicada en el antiguo Cordón Vicuña Mackenna, Textil Progreso fue una de las empresas emblemáticas, por su número de sus trabajadores, pasadas al Área Social durante la UP. La industria era propiedad de la familia Yarur y fue estatizada en mayo de 1971. Heriberto Medina sería nombrado interventor. Hoy con más de 80 años en el cuerpo, acaba de publicar “Textimonio”, libro felizmente titulado que narra, en primera persona, sus impresiones en el cargo, entre 1971 y 1973 y luego, la represión dictatorial que se desató con brutalidad contra los trabajadores. El texto ha sido editado por Ediciones Nehuenche y contiene, además, un notable material fotográfico sobre los breves años que duró la inédita experiencia.

Con un lenguaje sencillo y directo Medina reconstruye vívidamente una época desde lo cotidiano, marcando hitos y hechos, sin ausentarse de lo reflexivo y lo crítico. “Textimonio” se integra a una serie de volúmenes, editados en los últimos años, que cuentan el proceso de la UP a pie de fábrica, tales como “Poder popular y cordones industriales. Testimonios sobre el movimiento popuar chileno” de Franck Gaudichaud (LOM, 2004), “Cordones industriales. Nuevas formas de Sociabilidad Obrera y Organización Popular”, de Sandra Castillo (Escaparate, 2009) y “Testimonios de los cordones industriales. Reconstruyendo la historia de sus protagonistas”, de Ana López Dietz y otros (2015), texto que se generó a partir de una investigación para una obra de teatro de similar nombre, estrenada e itinerada el año pasado.

“El libro nació como una inquietud de contarle al mundo lo que había pasado en nuestro país, en un tiempo negro. No podíamos tener pa’ callado tanta miseria, tanto abuso y despotismo que se cometió con el pueblo de Chile”, cuenta Heriberto Medina, acodado hoy en la mesa del comedor de su casa, en una población en Puente Alto.

Proveniente de Lo Ovalle, en años donde el paisaje del actual paradero 18 de la Gran Avenida, era de parcelas y fundos, al igual que miles, comenzó a trabajar siendo un niño. “Se puede decir que nací dirigente por necesidad. Con mucho sacrificio, estudié y trabajé para sobresalir. Porque quedé solo, sin padre ni madre, teniendo 7 años”, cuenta. Tuvo varios empleos hasta que por un hermano conoció el mundo textil, en Sederías Kirberg. Luego estudió Mecánica Textil, por las tardes, en la Escuela de Artes y Oficios, en el barrio de Estación Central. Por las buenas notas que sacaba, lo mandaron a Alemania. Volvió convertido en técnico en tejidos de punto. Con 18 años, fue dirigente sindical en Comandari. Luego pasó a Alfombras Fredzo. Comenzó a militar en las Juventudes Comunistas. Formó parte del Congreso fundacional de la CUT, en 1953, donde fue electo presidente Clotario Blest.

“Textimonio” comienza en julio de 1968, con un Medina buscando trabajo en la textil Ballantine, donde tomaría contacto con personajes de conspicuo linaje, como Alfonso Llorente, dueño de la industria, y que años más adelante integraría Patria y Libertad. Es sólo un ejemplo, de los múltiples nombres que aparecen en estas páginas.

Tras este episodio, desde el Partido Comunista lo requerirían para un desafío de nuevo cuño: Había ganado Allende y se venía la estatización de las 40 empresas prometidas. “No tenía idea del forro en que me estaba metiendo, solo me daría cuenta con el devenir de los acontecimientos, que a contar de ahora se desarrollarían en forma vertiginosa”, narra en su libro.

Nadie estudia para ser interventor

A principios del gobierno de la UP, Heriberto Medina trabajó junto a José Cademártori, que a la postre sería ministro de Economía, en definir qué empresas pasarían al área social. Según el criterio acordado, las empresas serían administradas por interventores pertenecientes a partidos de la coalición. La elección en el cargo dependió de la militancia mayoritaria de los trabajadores en la fábrica. “No podíamos darle una empresa a un interventor si no tenía base”, señala Medina. En el caso de Progreso, la decisión se inclinó por el PC: Cademártori se lo comunicaría. Él sería el elegido.

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Medina como interventor de Textil Progreso, junto a algunas obreras. Fotografía facilitada por Víctor Moreno, de Ediciones Nehuenche.

En sus palabras, Textil Progreso era la más avanzada de Sudamérica. Trabajaban 454 personas, en su mayoría mujeres aunque hacia septiembre de 1973, la cifra aumentaría a 962. Contaba incluso con un Departamento de Computación, arcaico quizás visto desde hoy, pero que entregaba planillas sobre producción y remuneraciones a quien dirigía. Precisamente la portada de “Textimonio” muestra a Medina revisando uno de esos documentos, en su oficina. “Tejeduría tenía telares automáticos; casi no necesitaba la intervención del tejedor. Los técnicos de los diferentes departamentos eran muy preparados. Jorge Yarur era ingeniero, y eligió a los técnicos con conocimiento de causa. Yo aprendí mucho de ellos; sabían y había que exigirles”, recuerda. “Volvimos a fabricar lanabel, en ovillos y madejas. Empezamos a hacer las frazadas, con hilado cardado, que se hacían para el ejército; medias toscas pero súper calurosas porque eran de pura lana. Sacamos también el paño Prolene, inarrugable, que tenía mucha aceptación”, recuerda. Hasta la Armada vestiría los tejidos producidos en la empresa estatizada. “En ese entonces el Almirante Montero en una entrevista en El Mercurio declaraba lo orgulloso que se encontraban, usando el paño sedan fabricado por una empresa del Estado de Chile, hecho que a nosotros en ese momento no le dimos la relevancia que se merecía y pasó inadvertido, ante tanta crítica negativa que se publicaba tanto en la prensa como en la televisión”, puede leerse en una de las páginas de su libro.

Durante su administración, Textil Progreso llegó a funcionar en 3 turnos para maximizar la producción. Se fusionaron los casinos de obreros y empleados. Se compró una ambulancia y se creó un jardín infantil y una unidad de pediatría, además de un sistema de transporte para los obreros. Se realizaron intercambios con la Universidad Técnica del Estado (UTE) y la escuela industrial de Puente Alto para perfeccionamiento de los textiles. Con otras fábricas estatizadas, como INSA, también habría vínculos que resultarían en mejoras técnicas, en un momento de bloqueo estadounidense para compra de repuestos y maquinaria. Trabajadores de ambas fábricas descubrirían el llamado “Duro Cotton”, un material de desecho de la fabricación de neumáticos, “que es como una espuma pero al secarse queda más dura que el fierro (…) Este material nos servía a nosotros para hacer los piñones para los motores de los telares, engranajes para las diferentes máquinas; este material aparte de resistir muy bien el roce, era muy firme y no metía el ruido de las piezas de metal y su costo era mucho más barato, con una mayor vida útil y era más liviano”, narra Medina en “Textimonio”.

Otro logro fue el día de trabajo voluntario. “Eso fue un acuerdo del Consejo de Administración de la empresa, donde estaban representados todos, los obreros y los empleados”, señala Heriberto Medina. “Se acordó proponerle a los trabajadores que un día al mes se hiciera un trabajo voluntario. Cada departamento tenía uno, ya sea hilandería, como tejeduría, o tintorería. Y se les daba una insignia como recuerdo. Se buscaba crear un sentimiento y una idea en el trabajador, que así como recibía había que aportar”. Con ese criterio -y la solidaridad de clase- los obreros de Progreso auxiliaron a los campesinos damnificados por el terremoto de 1971, reconstruyendo viviendas y la escuela en la localidad de Mallarauco.

Además, se generó un Departamento de Cultura, que editaría las revistas Hombre Nuevo y Testimonio. Allí trabajó el poeta Rafael Eugenio Salas, luego exiliado en Francia. También Víctor Moreno, hoy editor de “Textimonio”. Se refaccionó la Casa del Obrero y se realizaron festivales del cantar, obras de teatro y campeonatos de fútbol. Algunas escenas del documental “Un Verano Felíz” fueron filmadas en la fábrica (PF 823).

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Revista Hombre Nuevo, editada por el Departamento de Cultura de Textil Progreso. Ejemplares de esta publicación fueron facilitados gentilmente por Miguel Lawner.

Pero el contexto era riguroso. Fuera y dentro de la textil. Según Medina, las discusiones eran abiertas, desde diversos ángulos, acerca del proceso de la UP y de la textil misma: “Un problema lo tuvimos con los trabajadores porque en todas las empresas que estaban para el área social, empezaron con que eran los dueños y regalarse todo lo que era de ahí y disponer de ello. En Progreso, los trabajadores hacían convenios con los de IRT, cambiaban un televisor por paño y los de Yarur cambiaban (tela) crea por tela Progreso. ¿Qué pasaba con esto? Que íbamos a crear un desabastecimiento”.

La respuesta, según el antiguo interventor, era ética: “Había que dejar claro que, en este gobierno, íbamos a estar trabajando para todos, no para algunos. O sea, terminar con las élites. Si Progreso era más avanzada no significaba que se iba a llevar todo. Teníamos que compartir la riqueza que producíamos con los que no tenían nada; que incluso las platas había que cuidarlas muy bien; que las utilidades servían para comprar más material, o renovar maquinaria; lo que pasó con Yarur es que nunca se preocupó de esto y lo invirtió en propiedades”.

Despertar de golpe

“El viernes 5 de septiembre (de 1973) tuvimos una reunión del Comité Central del partido donde se nos lee la cartilla de cuáles eran los generales que estaban leales al gobierno, y los regimientos a los que debía recurrir uno y los que estaban por el golpe. Yo tenía una agenda y los fui anotando…”, recuerda Medina. “Se nos dio la última instrucción que las armas iban a llegar a Textil Progreso para la defensa. En la práctica no pasó nada de esto. La práctica estaba muy lejos. El día 12 en la mañana me llama Fonseca y me dice: ‘Mira, estoy en Cerrillos ¿por dónde te llevo los porotos? Yo estaba en la empresa ¡Cómo le voy a decir por dónde venir si no sabía lo que estaba pasando en la calle! Era temerario… Más encima el instructor militar que estaba en la empresa desapareció como humo”.

El relato del antiguo interventor se vuelve dramático. Conocido el golpe militar en las primeras horas del 11 de septiembre, Mireya Baltra, ministra de Trabajo llega hasta la textil. Según avanzan las horas, se tomará la decisión de sacarla desde allí, disfrazada, “con una peluca rubia, maquillada”, cuenta Medina.

“El día 12 hicimos una reunión con todos los trabajadores. Les dijimos que la situación era delicada. Que el que quería irse para la casa lo hiciera ahora porque después íbamos a cerrar las puertas y no iba a salir nadie”, cuenta Medina. “Hacíamos ver (a los trabajadores) que no teníamos armas para defendernos y solamente (nos quedábamos) para resguardar que no le hicieran daño a las máquinas. A mi me había llegado un instructivo para que me fuera de la fábrica y luego me sacarían del país. Yo no lo acepté. Cómo iba a arrancar el responsable número 1 y dejar a los trabajadores solos”.

Algunos habían comenzado a huir antes, por las rejas de la industria. Se trataba de infiltrados, muchos de ellos empleados de computación. “Pasó en muchas fábricas. Fue una cosa que no controlamos ni supimos manejar. Siempre nos preocupamos que el enemigo estaba afuera y lo teníamos adentro”, enjuicia.

Finalmente se quedaron 164 trabajadores. Se agruparon en el casino de la textil. A las dos y media de la tarde, efectivos del regimiento Buin y Carabineros allanaron la fábrica. Tras mantenerlos por horas, tendidos en el patio, los subieron a patadas y culatazos a algunos microbuses y los trasladaron al Estadio Chile. Antes, delante de todos, habían ametrallado a Enrique Maza Carvajal, joven venezolano, trabajador de Laboratorios Geka. También golpearon hasta la muerte a un obrero de IRT. Eran las primeras horas de lo que Medina denomina en su libro, simplemente, como El Infierno.

Urdiendo contra el silencio

En este tramo, “Textimonio” y la charla con Heriberto Medina se vuelven arduos. Menudean el abuso, el dolor y la muerte. En el Estadio Chile es asesinado Hernán Cea, obrero de la textil, crimen que hasta hoy se mantiene impune y es investigado por el juez Mario Carroza. “Es uno de los muchos hechos pero me tocó más de frente porque era compañero nuestro. Era difícil mantenerse abstraído de lo que pasaba allí. Uno no entiende cuando la mente se va trastornando, por las barbaries que pasaban. Le dije (a Cea) que se lavara y se fuera a sentar, tranquilo; que en la tarde nos íbamos a ir: una mentira piadosa pero que no hizo efecto. Él se tiró sobre un grupo de personas, y había soldados allí y le dispararon; no murió (de inmediato) y un teniente lo remató”, relata Medina.

Con Víctor Jara, el interventor tenía una relación cercana. El artista había visitado en varias oportunidades la fábrica. Meses antes le había platicado sobre sus ganas de hacer una canción grabando los sonidos de la maquinaria textil. “Estuve con él en las graderías (del estadio), conversando y analizando lo que nos vendría pero estábamos lejos de la realidad”, recuerda, apesadumbrado Medina. Vería a Jara horas antes de su martirio. No duda en apuntar al teniente de ejército, Erwin Dimter Bianchi, apodado terriblemente como “El Príncipe”, como el sujeto que dio muerte al cantautor.

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Obreros de Progreso. Fotografía contenida en un número de revista Hombre Nuevo.

Tras esto, Medina y muchos textiles fueron trasladados al Estadio Nacional. Luego a la Cárcel pública, donde permaneció hasta 1974. Constataría las inhumanas condiciones de la vida penitenciaria. También vería allí, progresivamente deteriorado por la tortura, al general Alberto Bachelet, con quien años antes había tratado en la Dirección de Abastecimiento del ministerio de Economía.

Desde aquel 12 de septiembre, Textil Progreso había quedado bajo la férula de un coronel. Tras recuperar su libertad, Medina regresó hasta su antigua empresa. “No me dejaban pero entré. La gente no sabía qué hacer conmigo. Parece que el interventor militar también estaba medio con diarrea. Me mandaron a decir que hablara con Sergio Diez que era el abogado de la empresa, que él me haría el finiquito”. Sería una de las últimas veces que pisara la fábrica.

– Usted señala en su libro su estupor frente a la brutalidad desatada por las fuerzas armadas. Considerando la ardua historia del movimiento obrero en Chile y Latinoamérica ¿No previó ese nivel represivo?

“Yo tenía una base para pensar que no. Cuando hice el servicio militar había otro ejército, otra cultura militar. Yo nunca pensé que la represión sería tan brutal. En ese momento, tampoco tenía los antecedentes de lo que los militares hacían en la Escuela de las Américas; la preparación criminal, porque le cambiaban la mente a las personas. Todo lo que la mente es capaz ellos lo hacían y experimentaban con la tortura. Era un placer para ellos… La prueba es que cuando vino la normalización -a medias- en Chile, con el regreso a la democracia, hubo gente que siguió haciendo barbaridades, y se siguió torturando en Chile”.

El trauma del golpe sigue doliendo. En la vida de toda una sociedad, incluso en el micromundo poblacional. “Se perdió la solidaridad, el sentimiento que se tenía por el vecino; si estaba agobiado, se le ayudaba, se le hacía una canasta. Hoy cada uno de nosotros vive enrejado, aislado del otro”, sentencia Medina, quien en los años posteriores sería dirigente vecinal, deportivo y de los ferianos de Puente Alto, entre otros cargos.

La historia tiene recovecos singulares. Textil Progreso desapareció a fines de los años 90, arruinada por el modelo neoliberal, impulsado por la dictadura, que liquidó la fabricación nacional de textiles. Otra empresa que formó parte del Cordón Vicuña Mackenna fue Sumar, donde hubo una breve resistencia contra la intervención militar. Hoy sus dependencias se han transformado en un mall. En tanto, en el terreno de Textil Progreso, en el 3350 de avenida Vicuña Mackenna, funciona la distribuidora de medicamentos SOCOFAR, pertenecente al holding Cruz Verde, del empresario Guillermo Harding y la mexicana FEMSA. Hace algunas semanas, el Segundo Juzgado de Letras de Santiago sentenció a la empresa a pagar una millonaria multa a los trabajadores y al sindicato. Meses antes, este había denunciado el uso de un escáner corporal, por parte de la empresa, para revisar el cuerpo de los obreros incluso sus partes íntimas, con el argumento de prevenir robos.

Entre sus muchos oficios, Heriberto Medina también ha sido actor de teatro, y hoy conforma una compañía junto a hombres y mujeres de historias parecidas a la suya. Desde dicha práctica artística recoje una idea desde la que se urde la necesidad expresiva del libro: “Hay silencios que dicen y otros que no dicen nada; que hacen daño. Cuando yo callo lo que tengo que decir, estoy haciendo daño”.

“Textimonio” rompe el silencio del olvido.

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Equipo de la revista Hombre Nuevo

publicado en una versión más reducida -en revista Punto Final-, enero de 2016.

El balneario desaparecido

Cuesta imaginar que en Rocas de Santo Domingo, uno de los balnearios más exclusivos de Chile, alguna vez se emplazó un centro destinado a quienes no podían darse el lujo de unas vacaciones. En 1971, el gobierno de la UP construyó en la playa norte de Marbella un grupo de cabañas donde veranearon obreros textiles de Santiago. No fue el único. Diecisiete de estos “balnearios populares” se emplazaron a lo largo del litoral chileno. Tras el 11 de septiembre, estos recintos fueron ocupados por las Fuerzas Armadas que los transformaron en reclusorios donde se torturó y asesinó. Las cabañas de Rocas de Santo Domingo incluso sirvieron como escuela de instrucción para la DINA y lugar de solaz para militares. “Un Verano Felíz”, documental de 1972, disponible hoy en internet, es el vestigio de un sueño transformado en pesadilla.

 

Para llegar a Rocas de Santo Domingo desde San Antonio hay que atravesar el puente Lo Gallardo sobre el río Maipo. Las banderolas dispuestas en la vereda proclaman que se arriba a una Comuna Parque. Basta una mirada a los lomajes cercanos a la playa para constatar la fuerte impronta de clase -acomodada- del territorio. Algunas casonas se erigen con vista al mar. No hay transporte público hasta las playas. En el acceso a la comuna se erige un letrero con un largo y detallado «Se Prohibe». Años atrás, en el fundo Los Boldos pasaba sus últimos días el general Pinochet. El antiguo alcalde, Fernando Rodríguez Vicuña, padre del actual, lo había declarado Hijo Ilustre.

Este panorama desmentiría lo acaecido hace un poco más de 40 años, en la oscuras dunas que rodean la playa norte de Marbella, cercana a la desembocadura del río. Allí se emplazó uno de los 17 balnearios populares: La concreción de la medida 28 del programa de la UP, aquella que prometía fomentar el turismo y la actividad física entre esa mayoría que ignoraba por completo qué eran unas vacaciones. Los balnearios se ubicaron desde Chacaya, en Iquique, hasta Playas Blancas en Lota. Según Miguel Lawner, director de la CORMU (antigua Corporación de Mejoramiento Urbano), hasta 1973, “se buscaron localizaciones situadas en las mejores playas del país, aprovechando la disponibilidad de terrenos en poder de Bienes Nacionales, o se adquirieron terrenos a particulares en conformidad con las normas vigentes a la época”.

En el caso de Rocas de Santo Domingo fue el municipio el que transfirió este terreno al MINVU, en 1971. Al igual que en otros balnearios, se erigió un conjunto de cabañas con forma de A, compuestas por paneles de pino insigne que se emsamblaban sobre poyos de cemento. Además, se construyó un comedor, su respectiva cocina, una posta de primeros auxilios y un módulo de baños públicos. 500 personas podía recibir, cada vez, este centro. Dotadas de literas, las cabañas estaban diseñadas para acoger a familias de 6 personas, ya que se consideraban los abuelos y allegados. “La familia nuclear era más grande, en aquella época”, recuerda Lawner.

El de Rocas de Santo Domingo comenzó a funcionar en diciembre de 1971. En esas mismas semanas, Alejandro Segovia, un cineasta autodidacta avecindado en Valparaíso, le charlaba a su amigo de adolescencia, Carlos Fénero -a la sazón encargado del departamento de Cine y TV de la CUT- acerca de realizar un documental sobre esta experiencia vacacional proleta. La película se llamaría “Un Verano Felíz”.

Algunos no conocían el mar

Con el visto bueno de la dirigencia de la CUT, Fénero y Segovia se pusieron manos a la obra. La historia era sencilla. Mostrar cómo un obrero y su familia podrían gozar de unas vacaciones. Las escenas de la fábrica se rodaron en la Textil Progreso, ubicada en el cordón industrial de avenida Vicuña Mackenna. La fábrica de 800 obreros había sido estatizada por Allende. “Yo les conté que queríamos filmar en la fábrica; que íbamos a llevar un actor y que los obreros podrían ser extras. Les explicamos que no podían mirar a la cámara”, evoca hoy Carlos Fénero, quien fungió como productor.

El protagonista de “Un verano felíz” fue un jovencísimo actor llamado Samuel Villarroel, quien en los años 80 se haría popular en el programa infantil Patio Plum. Su pareja ficcionada en el documental fue Tegualda Tapia. Ambos estudiaban teatro en la sede porteña de la Universidad de Chile y militaban en la Jota.

El rodaje en Rocas de Santo Domingo tomó 2 semanas. El equipo de cine llegó al lugar junto a una delegación de la textil Progreso. “Había gente que no sólo vacacionaba por primera vez sino quienes ni siquiera conocían el mar”, recuerda Villarroel.

“El primer día en el balneario, cuando había tertulias familiares con fogatas, tuve que decirles (a los textiles) quiénes éramos y en qué andábamos”, cuenta Carlos Fénero. “Varios sabían. Y les pedimos su colaboración. La gente aplaudió. Fue muy lindo”.

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“Un Verano Felíz” fue estrenada en el auditorio de la escuela de derecho de la sede porteña de la Universidad de Chile, en 1972. Luego sería mostrada brevemente en el cine Bandera, de la capital, en los programas que la CUT realizaba en convenio con Chilefilms. No hubo más. Luego vino el golpe militar y el ejército asoló las dependencias de la sindical y su Departamento de Cine. Muchas cintas fueron destruidas. Otras se extraviaron.

Hoy, en su casa del barrio de Playa Ancha, en Valparaíso, Daniela Segovia recuerda que su padre le contó cómo había escondido los rollos del documental. Poco antes de la intervención militar, Alejandro Segovia era el director Radio Caupolicán, perteneciente al Partido Comunista local. Fue arrestado por los marinos el 12 de septiembre. “Después lo llamaron a presentarse a la Academia (de guerra). Estuvo varios días preso y lo interrogaron. Cuando lo soltaron, en un saco de papas, en el patio trasero, escondió la copia de “Un Verano Felíz” que tenía”, cuenta. De ese modo protegió las únicas imágenes en movimiento que se conservan de un balneario popular.

El balneario de Rocas de Santo Domingo alcanzó a funcionar sólo 2 veranos: 1972 y 1973. Tras el golpe, Textil Progreso, así como todas las fábricas del cordón Vicuña Mackena, fue invadida a sangre y fuego por los militares. Varios obreros fueron asesinados. El balneario popular fue anexado por el vecino regimiento Tejas Verdes, dirigido por el tristemente célebre coronel Manuel Contreras.

El lugar para la memoria

Ana Becerra, actual presidenta de la Fundación por la Memoria de San Antonio, estuvo 2 veces detenida en el lugar. Ella recuerda cómo, en una oportunidad, la esposa de un DINA, que se encontraba torturando prisioneros, le gritó desde el exterior de una cabaña que se iba a la playa pues se había aburrido de esperarlo porque “se suponía que tú trabajabas solamente de noche”.

“Santo Domingo ha sido difícil de recopilar porque los sobrevivientes han sido muy pocos. Este fue un lugar de exterminio. Hasta el momento no está siquiera en el Museo de la Memoria”, señala. Esa fue la razón por la que este grupo de ex presos políticos y sobrevivientes de este recinto comenzó, ya a fines de los años 80, a recopilar la información pertinente.

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En noviembre de 2013, pretextando una orden del municipio, el Ejército demolió las cabañas del antiguo balneario popular. Hoy sólo son visibles los poyos de algunas cabañas y el piso del comedor. Fue “la destrucción de la evidencia”, como la califica Ana Becerra. Para ella esto tiene que ver con el encausamiento del coronel y ex alcalde Cristián Labbé y el desafuero del diputado Rosauro Martínez (RN), bastante conocidos en este predio en las semanas posteriores al golpe. Probablemente el impacto causado por las revelaciones del libro “El despertar de los cuervos”, del periodista Javier Rebolledo, quien documenta profusamente este período, también apuró este derribo.

En noviembre pasado, la Fundación por la Memoria logró que el Consejo de Monumentos Nacionales declarara el predio Patrimonio Histórico, el primer paso para que se transforme en un Parque para la Memoria.

“Este es un lugar de memoria; de reflexión. De decir: Estamos acá porque aquí ocurrieron cosas que no queremos que vuelvan a pasar… Los cimientos que quedan (del balneario popular) son patrimonio histórico de un país, que no se deben tocar porque la reglamentación así lo dice y nosotros estamos de acuerdo porque es el testimonio de lo que existía”, señala Milko Caracciolo, de la Fundación.

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Lo anterior es particularmente sensible en Rocas de Santo Domingo. “A nosotros nos interesa que ese grupo privilegiado, que muchas veces se mantiene al margen de lo sucedido en nuestro país, también se eduque en los derechos humanos”, sostiene Caracciolo.

Por lo anterior, han llamado a su lucha “La reconstrucción del sueño”.

(publicado -con algunas modificaciones- en The Clinic #586, bajo el título «Cuando los obreros veranearon en Rocas de Santo Domingo», abril de 2015).

Una liceana de hace 30 años

Es la noche del 12 Julio de 1983. Cerca de las 21 horas, un grupo de personas realiza una manifestación de repudio a la dictadura por las calles que marcan la frontera entre los barrios de Recreo Alto y Esperanza, ese territorio donde se difumina el límite comunal entre Viña del Mar y Valparaíso. La salida es temeraria pues las manifestaciones políticas están prohibidas… pero se vive la tercera jornada de protesta nacional, en el año en que el régimen de Pinochet ya cumple una década.

La manifestación, integrada por militantes y simpatizantes del Partido Comunista avanza desde Plaza Esperanza hacia el sector de blocks de Lord Cochrane. Al llegar a la esquina de las calles Camino Real y Del Agua, el grupo constata la presencia de un furgón blanco, con 4 personas en su interior vestidos de paisano. No hay claridad si algún sujeto desde el vehículo exigió la disolución de los manifestantes. Donde sí hay certeza es que, a esa hora, la marcha ya iba de regreso hacia el sector alto del barrio. En un minuto, un miembro de los del vehículo se baja, blande una ametralladora y dispara varios tiros hacia los manifestantes. Una muchacha es alcanzada en la espalda e intenta correr por la calle en ascenso. Algunos la socorren. Al doblar una esquina, para guarecerse, en la calle Del Agua, la chica se desploma finalmente. Muerta. Su nombre, Carmen Gloria Larenas; tenía 19 años, y estudiaba en el Liceo Técnico Femenino de Valparaíso. Se transformó en la primera víctima de la dictadura, en el puerto, en ese tiempo de protestas y paros nacionales donde muchos comenzaron a organizarse, a salir a la calle y pensar que era posible derrocar a Pinochet y construir un futuro distinto.

Crimen sin culpables

La muchacha era la menor de nueve hermanos y vivía junto a sus padres en Villa América, un barrio bisagra entre Esperanza y Recreo, caracterizado por pequeños pasajes con nombres de ríos y casas pequeñas y coloridas. A un costado de la quebrada, aún hoy existe la escuela básica 21 de Mayo donde ella estudió. Varios de sus hermanos militaban en el PC. Sus padres eran evangélicos pero, como cuenta hoy Gabriel Larenas, el hermano mayor, siempre apoyaron la lucha social. Ese influjo familiar es clave para entender el accionar político de una joven que venía participando desde niña en varias actividades políticas, pese a la represión y censura, en el local del sindicato del Tripulantes de Naves Pesqueras, donde su hermano trabajaba. Tal fue el caso de un ampliado juvenil, allá por 1982. Eran los tiempos de la formación del Movimiento Democrático Popular (MDP) y Carmen Gloria resultó electa representante de la juventud.

“Yo estuve con ella horas antes, en esa misma noche de julio”, recuerda Gabriel Larenas, sentado en una plaza en Viña del Mar. Hace frío esta mañana. Han pasado 30 años del crimen de la estudiante y el hombre cuenta pormenorizadamente su fulgor y muerte. “Mi mamá le decía que por favor no fuera (a la marcha) pero ella salió no más; ella ya estaba en la pelea”.

Tras el baleo, Carmen Gloria Larenas fue trasladada por un vecino hasta el Hospital Van Buren de Valparaíso, donde ingresó sin vida. “Cuando yo llegué, los médicos de inmediato me dijeron que se trataba de una bala militar. Eso nos dio una señal”, rememora Gabriel Larenas. Al día siguiente, el 13 de julio, el cuerpo de la muchacha fue entregado a sus familiares. El velatorio se llevó a cabo en la casa paterna, donde arribó una cantidad considerable de vecinos y compañeros de la familia. Predeciblemente, también se apersonó un contingente de Carabineros a reprimir lo que consideró una nueva manifestación política no autorizada. Sería la antesala del funeral. Gabriel Larenas recuerda hasta hoy cómo personal policial le ordenó al chofer de la carroza fúnebre dirigirse a toda velocidad al cementerio de Playa Ancha para evitar la posibilidad de una caravana popular. En el cementerio mismo, varios asistentes al sepelio fueron amedrentados por la policía y miembros de la CNI. Muchos fueron detenidos.

A los pocos días, una querella criminal fue interpuesta ante un tribunal porteño por parte de la familia, representada por la abogada Laura Soto, quien luego sería diputada. No prosperaría.

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Sin embargo, la familia conseguiría varios antecedentes. Por ejemplo, que en la noche de los hechos, minutos antes de los tiros, un carabinero había conversado con los ocupantes de la camioneta. Pudieron dar con el nombre del policía, que fue citado a declarar pero este sólo señaló que se acercó al vehículo a pedir fuego. Pese al dato, el caso sería cerrado a los 3 meses por falta de antecedentes. En ese período, curiosamente, un carabinero de la tenencia del barrio de Recreo fue trasladado a Punta Arenas. Otro recibió similar misión a Antofagasta, y un tercero fue enviado a Los Angeles. “¿Pura casualidad?”, se pregunta hoy Gabriel Larenas. La sospecha se acrecentaba.

Pese al revés judicial, la familia no cejaría. Tiempo después, a través de una carta anónima obtuvieron la patente del furgón. Presentaron el nuevo antecedente al juzgado. “Con ese dato interrogaron a toda la dotación de la Tenencia de Recreo pero eso lo supimos mucho tiempo después”, cuenta Larenas. Ya era 1984. Tras este capítulo el caso volvió a ser cerrado.

Las gestiones en pos de justicia de Gabriel Larenas fueron acompañadas por el seguimiento y amedrentamiento por parte de carabineros y también de desconocidos, a lo menos, en un par de ocasiones en el plan de Valparaíso. “Nosotros quisimos hacer todo cuanto fuera posible pero mis padres ya estaban cansados. Conversamos en familia y nos dijeron que no siguiéramos. Mi mamá nos decía: ‘La Carmen murió y nadie la va a recuperar”.

El tiempo, como un enjambre espeso y lleno de las imágenes y sonidos que van dejando tras de sí los acontecimientos, cubrió de olvido e impunidad el crimen de Carmen Gloria Larenas y muchos otros jóvenes de aquellos años 80.

A quién le interesa la gente común

En 2011, Gabriel Larenas recibió una carta del Ministerio del Interior, informándole que el caso de su hermana estaba incluido junto a otros 729 ejecutados por la dictadura, y que no habían obtenido justicia. Se trataba de los casos a cargo del juez Mario Carroza, para ser precisos.

“En ese instante, tomamos contacto con un amigo del barrio quien presenció el tiroteo. A él le dio mucho miedo todo lo que ocurrió pero vio cuando los que dispararon subieron al furgon y se fueron. El los conocía, y sabía que eran carabineros de la tenencia de Recreo. Dio sus nombres exactos, bajo juramento, porque los conocía; había jugado a la pelota con ellos. Con esos datos fuimos a Santiago. Él además nos dijo que estaba dispuesto a dar su testimonio”.

Gabriel Larenas sostiene que gracias a este testigo supieron que, al cabo de casi 3 décadas del crimen, uno de los 4 carabineros involucrados había fallecido. “El resto deben estar retirados ya… Pero por eso entregamos sus nombres a Investigaciones, para que sepan qué fue de ellos”.

Hasta hoy las gestiones para aclarar el crimen de Carmen Gloria Larenas las ha desarrollado el Departamento de Derechos Humanos de la PDI. Pero no avanza. “La explicación que nos dan es que están preocupados de demasiados casos y entre esos hay unos muy emblemáticos; los de Allende, Victor Jara, Neruda… Y ahí estamos”, señala su hermano.

En este punto es necesario indicar que entre esas muertes y desapariciones, están algunas muy sensibles para la memoria de los barrios porteños. Entre otros, Luis Tamayo, del cerro Placeres; Alejandro Pinochet y Julián Peña Maltés, de Playa Ancha, Marcelo Barrios, estudiante de la UPLA, oriundo de Punta Arenas y militante del FPMR, masacrado por un pelotón de la Armada en el cerro San Juan de Dios. Una generación de jóvenes que pagó con su vida el organizarse y enfrentarse a la dictadura.

Le pregunto a Gabriel Larenas si cree que finalmente se hará justicia.

“La verdad es que no”, responde. “Más allá de esos casos emblemáticos el resto es gente común. No le interesan a nadie. Ahí están mis diferencias incluso con mi partido… Porque estos casos, no le interesan ni a la derecha ni a la Concertación seguir profundizando lo que pasó en esa época. Todos tienen un compromiso con lo que pasó. Entonces, no tienen interés en que se avance. Es por eso, que tenemos muy poca fe en que alguna vez, en el caso de la Carmen Gloria se sepa una cosa definitiva. Porque si hubiera habido intención, con el tiempo que ha pasado, se hubiera avanzado y no se ha logrado nada”.

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El recorrido de la memoria

A fines de julio pasado, familiares y compañeros de partido de Carmen Gloria Larenas realizaron un acto para recordarla en su barrio. Se repintó un mural con su rostro en la placita de Villa América y, tras una marcha, se descubrió una placa en la vereda de Calle del Agua donde la muchacha cayó. Para Alicia Zúñiga, de la Comisión de Derechos Humanos de Valparaíso, esta acción debiera repetirse en cada cerro, en cada barrio.

“Es necesario que las organizaciones políticas y sociales se coordinen para crear una Ruta de la Memoria en esta ciudad. Hemos ido trabajando en eso. Marcar los lugares que fueron centros de detención, tortura y muerte; que no fueron únicamente los cuarteles militares, los retenes de carabineros y los buques de guerra sino también empresas; hasta las universidades… También señalar los sitios donde fueron asesinados muchos compañeros”.

De alguna manera, espontánea, puntual pero sin sistematización esto ya es perceptible en varios lugares de Valparaíso y Viña del Mar. La plaza de Villa América, en Recreo Alto, es un ejemplo. Un mural en el Camino Cintura de Valparaíso, a la altura del cerro Arrayán recuerda a Alejandro Pinochet, desaparecido en 1987. Desde otro frente, la gente del Centro de Residencias y Arte Contemporáneo de Valparaíso (CRAC) desarrolló el año pasado el proyecto Valparaíso White Noise, junto al artista español Rogelio López. su trabajo quedó plasmado en la web valparaísowhitenoise.org. Se trata de un mapa virtual, del tipo google, con la localización y descripción de esos sitios de terror fascista. Antídotos contra la desmemoria, contra el ruido blanco de la impunidad. Para impedir la actualización del horror.

Le comento a Gabriel Larenas el rasgo de la temprana decisión política de su hermana, una estudiante secundaria que, tal como las chicas y chicos de hoy, no dudó en organizarse y luchar por una sociedad libre y más justa. Me responde que lo ha pensado muchas veces: “La Carmen, siendo muy chiquitita, fue muy consistente y jugada. Si ella Carmen hubiera estado viva hoy, yo te aseguro que habría estado en la calle porque si bien en ese momento, luchamos por democracia y por libertad, finalmente lo hicimos luchamos por un Chile mejor… Hoy existe democracia pero es bastante vigilada”.

(publicado, con algunas modificaciones, en  revista Punto Final, en invierno de 2013)