Fantasmagoria y presentización

Presentación del libro «La Construcción de un Sueño. Sitio de Memoria Rocas de Santo Domingo. Fundación por la Memoria San Antonio».

San Antonio, 30 de agosto de 2018

Ay amor

Quebrados caímos y en la caída lloré mirándote

Fue golpe tras golpe

Pero los últimos ya no eran necesarios

Apenas un poco nos arrastramos entre los cuerpos caídos

Para quedar juntos

Para quedar uno al lado del otro

No es duro ni la soledad

Nada ha sucedido

Y mi sueño se levanta y cae como siempre

Como los días, como la noche

Todo mi amor está aquí y se ha quedado:

Pegado a las rocas, al mar y a las montañas

Pegado, pegado a las rocas, al mar y a las montañas

Raúl Zurita, “Canto a su amor desaparecido”

 

Fantasmagoria.

Debo contar que yo llegué a esta historia a través de las imágenes. O de los restos de estas. O de los fragmentos rescatados. También por las coincidencias, y por el afán de trenzar las memorias. Sólo a fines de 2014, conocí la experiencia de las “Villas de Turismo Social”, mejor conocidas como “balnearios populares” durante el período de gobierno de la Unidad Popular.

En noviembre de aquel año, una mujer de Valparaíso me contó de la reciente muerte de Alejandro Segovia, un viejo militante del PC, residente en el barrio de Playa Ancha que había filmado un documental sobre un balneario popular, en 1972. María González me entregó una copia en dvd del cortometraje titulado “Un verano feliz. El material estaba firmado por el Departamento de Cine y TV de la CUT.

Mi primera intención fue escribir una nota en su memoria para revista Punto Final, donde colaboraba. Me contacté con su viuda y su hija, Daniela. Tras una charla en su casa, fue ella la que me dio los contactos de 2 personas que, a su juicio, eran claves para hablar de su padre. Uno era el actor Samuel Villarroel quien, muy joven, protagonizaba el filme, encarnando a un obrero textil que es premiado con un veraneo. El otro era Carlos Fénero, compañero de militancia y generación de Segovia, quien había sido el productor de ese y otros materiales realizados por el Departamento.

A fines de aquel año, también leía “La danza de los cuervos” y “El despertar de los cuervos”, la primera y segunda parte de la investigación del periodista Javier Rebolledo sobre la trayectoria de la DINA.

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San Antonio y Rocas de Santo Domingo eran las principales locaciones de esta historia de terror. Sabía, por añadidura, de otras situaciones vinculadas. Por ejemplo, la demolición en 2013 de las cabañas que habían pertenecido al balneario popular, como un torpe intento de esquivar la la persistencia de la memoria. Conocía, además, de la querella que Anatolio Zárate, uno de los testimoniadores del libro de Rebolledo, había presentado contra el coronel (r) Cristián Labbé, asiduo visitante a este litoral. También supe de la declaración de Sitio de Memoria, por parte del Consejo de Monumentos Nacionales, al predio donde se emplazó el balneario popular.

Cuando comprobé que “Un Verano Feliz” había sido rodado en Rocas de Santo Domingo aprecié que mi primer planteo acerca del texto sobre Alejandro Segovia y su filme, claramente, era superado por la riqueza de los hechos y sus múltiples ecos.

Fue en enero de 2015, cuando tomé contacto por primera vez con Ana Becerra y Milko Caracciolo, de la Fundación por la Memoria de San Antonio. Les conté que quería entrevistarlos por la declaración de sitio de memoria y su lucha por recuperar un predio aún en manos del ejército. No conocían “Un Verano Feliz”. La coincidencia volvió a mostrar su diente de oro cuando llamé a Carlos Fénero, y me contó que estaba de paso por el litoral central, en San Sebastián, pero que podría trasladarse a San Antonio.

Finalmente, a mediados de ese mes, viajé al denominado primer puerto de Chile. Hacía mucho calor y la costa rebosaba de veraneantes. Junto a Ana y Milko visité el predio donde se había emplazado el balneario popular devenido locación del horror. De las cabañas sólo quedaban algunos poyos de cemento y paneles de madera, resecos y arrumbados. La losa donde, alguna vez, se levantó el comedor ahora lucía resquebrajada. Al fondo, se veían los restos de una construcción de ladrillo donde probablemente funcionó una bodega, adyacente a la cocina. Las docas inundaban el lugar. Caminamos con Ana y ella fue indicando algunos puntos: Los baños, la cabaña de las torturas, una animita que usaban los agentes de la DINA. En las cercanías, se levantaban las casas de la gente acomodada que reside en Rocas de Santo Domingo. La brisa traía algunas voces y gritos desde la playa. Las gaviotas pasaban graznando a cada tanto. Todo funcionaba como una metáfora de la historia reciente de Chile. Había mucho sol pero algo se enfriaba al ingresar al sitio. El pasado invisibilizado. La violencia más brutal con aspecto de normalidad. El solaz a pasos del tormento. El sitio podía lucir como un paisaje arrasado pero, ciertamente, había mucho, mucho por ver. Y mejor, exhumar.

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Les entregué a Ana Becerra y Milko Caracciolo una copia del dvd con “Un Verano Feliz”. Recordé las palabras de Daniela, la hija de Alejandro Segovia, cuando la entrevista: Mi padre estaría emocionado. Yo completaba la reflexión preguntándome acerca de los vericuetos de la historia, y cómo algo que se filmó con un propósito promocional, que rescataba la alegría de aquellos miles que nunca habían tenido la posibilidad de vacacionar, ahora operaba como un archivo. Como contracara del horror. Pero también como pieza de algo por reconstruir.

El reportaje fue publicado por revista Punto Final, en la primera semana de marzo de ese 2015. En tal mes, junto a algunos colaboradores, asistí a la presentación que la Fundación por la Memoria realizó de “Un Verano Feliz” en el Centro Cultural de San Antonio. Nuevamente las coincidencias. Se ataban cabos. Se rehilvanaban historias. Se juntaban trozos. Se reconstruía. En aquella ocasión, se reunieron ex presos políticos, sobrevivientes del campo de detención; la viuda e hijas de Segovia, la actriz Tegualda Tapia, que había trabajado en el filme; Carlos Fénero, Waldo Arévalo, encargado de la CUT para los balnearios, Miguel Lawner, arquitecto, antiguo director de la CORMU y protagonista también de esta reconstrucción; el periodista Javier Rebolledo; y antiguos educadores, como Jorge Rojas, entre otros.

En ese período, Daniela Segovia subió “Un Verano Feliz” a youtube. A la fecha, lleva más de 20 mil visitas. Me parece que es mucho más de la primera cifra de espectadores que pudieron ver el filme, en ese breve período de 1972-1973. Me impresiona leer los comentarios en la web. Los reencuentros, los testimonios, también las miradas enfrentadas sobre el pasado… pero también la evidenciación de los estereotipos y los clichés. Pasó lo mismo cuando The Clinic puso en su web, en febrero pasado, finalmente, la crónica “Cuando los obreros veranearon en Rocas de Santo Domingo”, que databa de abril de 2015, y expandía la nota que había publicado PF tiempo antes.

Entiendo que el archivo convoca. La memorias se trenzan. Se trenza con fragmentos.

Al respecto otra cita. Esta proviene de “Memorias en movimiento: Las batallas culturales de la imagen en la Unidad Popular”, investigación realizada por Laura Lattanzi, Carlos Ossa y Verónica Troncoso, disponible en el sitio web de la Cineteca Nacional:

“¿Qué pueblo era aquel que se levantaba hacia un porvenir en conflicto? (…) La primera constatación: Ese pueblo ya no existe, por lo tanto, no hay forma de encontrar sedimentos contemporáneos de su existencia. Este punto incrementó el valor de los archivos y dispuso la investigación”. (p. 20)

Es decir, esta fantasmagoria que son las imágenes de los balnearios, entre los materiales fílmicos rescatados (no sólo “Un Verano Feliz” sino además “El derecho al descanso”, realizado por la Oficina de Informaciones y Radio de la Presidencia, en 1970 y otro corto similar titulado “Balnearios populares”, facturado por Luigi Hernández y la productora FCR, de 1972) operan rehilvanadores de vivencias, afectos y padeceres. Una memoria que se activa. Personal y colectiva.

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Presentización.

El libro La Construcción de un Sueño. Sitio de Memoria Rocas de Santo Domingo funciona como una bitácora de un proceso posterior, que es el de la vida de aquellas y aquellos que por deber ético de supervivientes desean testimoniar lo padecido. Ellas y ellos que, por décadas, han luchado porque esta locación del balneario popular/escuela de instrucción de la DINA/centro de detención no desaparezca ni del mapa ni de la memoria. Sólo por dar un ejemplo reciente: Si no hubiera sido por el tesón de la Fundación por la Memoria, creo que el ejército no habría contraído jamás el acta de Chena IV con el ministerio de Bienes Nacionales, en 2016, y permutado estos terrenos (porque ellos no devuelven aunque lo hayan usurpado). Lo que, de alguna manera, viene a actualizar la frase aquella que ningún logro popular, o por una sociedad más justa, se lleva a cabo sin lucha y obstinación.

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Por otra parte, la aparición de La Construcción de un Sueño. Sitio de Memoria Rocas de Santo Domingo no puede ser más oportuna por lo contradictorio del tiempo que toca vivir. Son ya conocidos los dictámenes de la Corte Suprema, que han permitido la libertad a uniformados responsables de desapariciones, crímenes y torturas, como los que favorecieron al ex coronel Manuel Pérez Santillán, condenado por el asesinato del funesto químico Eugenio Berríos, o al capitán Gamaliel Soto Segura, vinculado a la desaparición de Eduardo González Galeano, director del hospital de Cunco, o el caso de José Quintanilla Fernández, Felipe González Astorga y Hernán Portillo Aranda, ex militares responsables de la desaparición de Alonso Lazo, joven militante del MIR, en Copiapó en 1975, mismos que, en palabras de la abogada y parlamentaria Carmen Hertz, jamás demostraron arrepentimiento ni entregaron información de estos hechos durante el breve período que estuvieron detenidos, – hay que decir- en condiciones casi modélicas.

También se deben datar los ataques vandálicos a memoriales de detenidos desaparecidos y asesinados, en Valparaíso y Neltume, como un modo fascista no sólo de borrar el recuerdo de los crímenes sino de perpetuar la falta de respeto por la dignidad humana, incluso en sus representaciones. A esto se debe sumar hoy la pancarta dejada por el denominado Movimiento Social Patriota, sobre las paredes del sitio de memoria Villa Grimaldi, antiguo Cuartel Terranova de la DINA. Hechos que llaman a la reflexión y la acción. Se debe añadir a estos factores, la nominación de Mauricio Rojas como efímero ministro de Cultura, las Artes y el Patrimonio, célebre por sus dichos previos sobre el Museo de la Memoria y DDHH. O al decir de Leopoldo Lavín Mujica, en una columna en El Desconcierto, hace algunos días: El presentismo del gobierno de Piñera no es más que un mecanismo connatural al neoliberalismo en despliegue: “La oligarquía dominante quiere deformar el pasado, borrar el carácter emancipador de las luchas y aplastar el presente. Imponiendo por fuerza el horizonte neoliberal”.

Ante tal contexto, este libro es remarcable porque da cuenta de una trayectoria y una tarea que aún no concluye. Siguiendo lo planteado por el poeta Zurita en aquel verso («Todo mi amor está aquí y se ha quedado/Pegado a las rocas, al mar y a las montañas»), la Fundación por la Memoria ha removido las piedras para contar de tales padecimientos pero también ha reconstruido mediante la palabra lo previo: El amor, y la utopía que hizo movilizar a miles de jóvenes y adultos empeñados en un Chile más justo, popular, libre, solidario y socialista.

En tal sentido, quiero aludir al origen del título de la crónica “Veraneos en un país que ya no existe”, que me honra que haya sido incorporado a este volumen. Pertenezco a una generación distinta a la de Ana Becerra, Beatriz Miranda, Miguel Lawner y Carlos Fénero. A la misma de Javier Rebolledo y Milko Caracciolo pero por razones personales accedí, gradualmente, al horror de la dictadura mediante los intersticios de la historia que nos contaban nuestros familiares, o que transmitían los medios de comunicación en aquellos años 80. Quiero señalar que me impresionó conocer la experiencia de los balnearios populares, así como el trabajo del Departamento de Cine y TV de la Central Única de Trabajadores, y del otro futuro que pretendían los partidos y movimientos de izquierda, y compararlo con el presente chileno, cruzado por el individualismo, la competencia, el reinado sin contrapeso del dinero y sus secuelas, tales como la descomposición social y personal, y la desesperanza. Espero que la divulgación del trabajo de la Fundación por la Memoria entregue señales a todos y todas, en este presente, que es posible otro modo de sociedad sino la decadencia y el final están a la vuelta de la esquina, aunque haya dinero, celulares caros, ropa de marca y atochamientos con autos nuevos.

Hay una tarea bosquejada en el libro. Una especie de “continuará” y es la concreción de un parque por la memoria, que contenga una escuela o una institución educativa que propague y fortalezca los derechos humanos, así como áreas para la creación artística, la cultura y -por qué no- la recreación. De tal modo, se reconstruirá y se reconectará el sitio con el sueño de hace más de 4 décadas; donde el descanso y la recreación de las personas, especialmente de aquellos/as más pobres, era un derecho facilitado por el estado. El sueño de un país más justo, que algunos trataron de convertir en una pesadilla.

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Oriunda de La Florida, con residencia extendida en Valparaíso, Daniela Gatica fue uno de los estrenos sobresalientes del año pasado. Muy joven -tiene 21 años-, se rodeó con gente experimentada para un sonograma que, pese a la diversidad estilística, va canción a canción ahondando un surco personal con su voz y letras.

Entre los créditos del disco está Tilo González, legendario baterista de Congreso. “La experiencia de trabajar con gente que tiene harta cancha musical fue súper enriquecedora”, recuerda Daniela. “Sobre todo para observar cómo trabajan y qué decisiones toman”… Pero hasta ahí el nexo. El presente y el futuro queda en sus manos: “La verdad, no siento que continúo ningún camino. Estoy en una etapa de descubrir el sonido que le quiero dar a mi música y de moldearlo en conjunto con una banda que formamos recientemente con un grupo de amigos”, señala.

En la portada, un primer plano de la cantautora. Sus ojos grandes y oscuros, que parece reflejan a quien tiene enfrente. “Un hilo conductor podría ser el sueño y lo onírico, y en ese contexto hay una representación más clara del imaginario”, cuenta. “Pero también está muy presente el factor cotidiano, hay varias canciones que están inspiradas en conversaciones ajenas de micro o de pasaje. Soy sapa y me gusta imaginarme las sensaciones de los demás. Y para eso hay harto de mirar y escuchar”.

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A su juicio, son las letras las que guían el momento de componer. Hay un guiño a Altazor (“Bajazor”), o metáforas desde lo natural (“Chépica”), o una canción de amor que cierra pero que abre (“Historia corta”). Sin embargo, es notable la abundancia de insectos en los versos. Por ejemplo, se escucha en “El ácaro”.

“Cuando llegue a la orilla de su cuello

circuncida la escalera que es postiza en la garganta

Resbalín a la piscina que es la guata

Donde viven los demás que hay que cazar

para matar o ser matado”

O en “Insecticida”:

“Estoy embarazada de una araña atigrada

Enmudecida

Me vomitó la sangre y tejió hambre en las paredes

Humedecidas”.

“En principio el disco se iba a llamar «Todos los insectos de una sola vez», como un tomo del Icarito”, cuenta Daniela. “Siempre estoy buscando debajo de las piedras o los troncos. Son los seres vivos que mas interesan. En un tiempo que escribía más a partir de los sueños, que eran mas figurativos, los bichos eran una constante; yo era una araña o había una polilla que se comía a sí misma. Me interesa trabajar una escritura que explicite esas conductas que parecen repugnantes, para algunos, pero que tienen un símil en la esencia humana. Como el escarabajo pelotero, que lleva a cuestas una bola de caca, igual que todos nosotros”.

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Esta nota fue redactada mientras miles de mujeres se tomaban facultades y calles en Chile. Condenaban la educación que genera machitos y levantaban una crítica radical al patriarcado, que no sólo hiere o mata sino menosprecia y abusa. Le pregunto a Daniela Gatica sobre qué acaece en el medio musical:

“Me entristece cuando nosotras mismas nos posicionamos en una situación de inferioridad. La única acción concreta que podemos realizar las mujeres en este ámbito, a mi parecer, es generar redes más potentes y romper el modelo estereotípico que cosifica o explota nuestra imagen, con el fin de perpetuar esa falsa creencia que existe una superioridad musical en lo masculino. Aguante la red muchacha”.

publicado en Cultivos Chilenos, de revista El Ciudadano, en junio de 2018.

fotos de Carolina Vásquez.

Las cosas al caer

Cuando estas páginas estén en sus manos, La Bestia de Gevaudan estará esparciendo su catártica sonoridad en el continente desde donde estos santiaguinos tomaron su denominación. La gira europea (producida a punta de conciertos y ahorros personales, y edificada gracias a internet) considera festivales y fechas en Bélgica, Suiza y Francia.

Precisamente allí, en la campiña de Gevaudan, hace un par de siglos, un extraño carnívoro cobró la vida de decenas de personas, cuestión que originó la leyenda. Pero nuestra Bestia se constituyó en 2011, desde las cenizas de Johnson Overdrive, banda encabezada por el vocalista y guitarrista Diego Yáñez. Tras la edición de “Traidor” (2013), se integró el baterista Alonso Bustamante. Como dúo, La Bestia de Gevaudan engendró el ep. “Haller” y “Feral” (2015), donde furia e intensidad hicieron añicos las etiquetas. ¿Post metal? ¿Post rock, post hardcore, industrial? Es que nuestra Bestia no salía a devorar paseantes. No. Sus enemigos eran mucho más reconocibles. Al comenzar “Feral”, tema que titula el disco, el sample de John Hamilton, entrevistado en TV por el caso Karadima, reconfigura esos demonios.

“La música y la letra de “Feral” están completamente ligadas a casos de violencia sexual contra menores y al hecho que son acciones que no pueden ser perdonadas ni dejadas sin castigo”, cuenta Diego. También habla de su padre, músico y actor (en internet son rastreables sus canciones), y cómo le enseñó a emplear las cuerdas como herramienta de expresión, allá en Bulnes, Bío Bío, a los 14 años.

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Diego Yáñez

Notable es la combinación de fiereza (haga la prueba: escuche “Espejo”, en alto volumen) y melancolía (siga con “Serpientes y “Fig. 5”). “Siempre hay alguien que pone un espejo frente a la realidad, sus vicisitudes y la condición humana que es, de por sí melancólica y furiosa, con muy pocos momentos de alegría, lamentablemente”, señala el bajista Eduardo Román, reciente miembro del -ahora- trío. Pero también la tensión, la inminencia atmosférica… Para muestra “Kintsukoroi”, adelanto de un disco por publicar este 2018, con la voz invitada de Mike Armine, de Rosetta. “Es un concepto japonés que llama a abrazar el dolor y las cicatrices en vez de esconderlas; incluso exponerlas como medallas y partes de una historia a contar”, señala Diego.

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Eduardo Román

No es desencaminado anotar a La Bestia de Gevaudan entre esas bandas chilenas que ocuparon la intensidad no sólo para agujerear etiquetas sino para representar padecimientos… Supersordo, Griz, diAblo o Asamblea Internacional del Fuego, con quienes han existido nexos, por lo menos de audición. En palabras de Diego: “Estamos en un país donde las injusticias se suceden una tras otra y es difícil no ser marcado por estas. Ni siquiera importa que no afecten personalmente ya que cualquier persona con mínimo juicio valórico se debe ver afectada, lo que produce una frustración tremenda, que puede ser transformada en tristeza, melancolía o rabia, y es esta última la que debemos usar para no hundirnos”.

Más información acá

Publicado en la sección Cultivos Chilenos, de revista El Ciudadano nº 222, mayo de 2018.

Fotos por Gary Go.

Los Pedazos Rotos

Una voz dulce y evocadora. Sonoridades que parece descendieran desde un folklor sonámbulo. O una canción pop nocturna. Un ukelele, guitarras, un bombo legüero. Quizás un teclado; por ahí una cajita musical. Arreglos sutiles. Disco tenue. Como para quedarse albergado allí, en la temporada fría o en el velocísimo de la cotidianidad metropolitana. Tal es “Loza” (Uva Robot, 2017), el sonograma debut de Niña Tormenta. Uno de los trabajos destacados del año recién pasado.

Niña Tormenta es el alter ego de Tiare Galaz, una mujer que hasta hace poco estaba, como ella misma cuenta, en el otro lado del escenario: En la producción de conciertos o la agenda musical de una radio. Continúa un poco ahí, en la faena del sello Uva Robot y la productora Capitán Cobalto que ha dado a conocer un puñado de solistas y bandas del novísimo pop chileno. Entre estos, Chini and The Technicians, Antolín, Diego Lorenzini (y su banda Tus Amigos Nuevos), quien ha trabajado como productor de “Loza”. “Tengo 33 años y me costó mucho, al principio, mostrar lo que hacía. Admiro mucho a la gente que es muy joven y se lanza. He sido pudorosa pero este ha sido un proceso lento y muy acompañado. Todo el tiempo fue un juego. Ir probando”, cuenta.

Trizaduras

En la portada de “Loza”, una reproducción alterada del plato modelo “Willow” de la clásica y fenecida marca Lozapenco. Quien viaje a Penco, en el Bío Bío, va a constatar que a la entrada de la población donde residen los antiguos obreros de la fábrica existe un mural con este diseño creado hace décadas por el escultor Roberto Benavente. En el caso del disco de Niña Tormenta, este guiño pop(ular) queda matizado por las fracturas en la ilustración. ¿Trozos de recuerdos en un disco que tiene una buena dosis de nostalgia? “Siento que un poco el hilo conductor del disco es la nostalgia pero esto es una revisión actual, no en el momento de hacer las canciones”, cuenta la música. “Fui buscando qué cosas me hacían crear una canción. Emociones, conexiones con mi abuela o mi padre. Fue un desborde emocional durante el disco, que me permitió pensarlas, escribirlas”.

Un momento clave es la canción “Lozapenco”. Un tema-retrato donde la abuela es reconstruida mediante trazos breves, concretos, reconocibles (“Limpia, barre, ordena/
Elige, compra, lleva/ Corta, pela, lava, hierve/ Hornea, fríe, sirve…”). El coro es notable en la fuerza de su simpleza. Su resonancia:

“Té en bolsa/Lozapenco/El queque con azúcar flor”

“Me fui convenciendo de hacer cosas sencillas; acotar y expresar con los elementos que tenía”, cuenta.

La belleza de la canción transmite una paradoja. Un tipo de producto nacional que fue muy común en los hogares de clase media, y media-baja chilena, que evoca sensaciones y momentos (“ahora veo esos platos y digo qué lindos; quiero atesorar eso porque me lleva a mi infancia, a los cumpleaños, a mis abuelos tomando onces”, dice Tiare Galaz) pero que, como contracara, rememora el fraude del empresario Feliciano Palma Matus que arruinó la industria Lozapenco, a inicios de los 90. “Es parte de la historia del país. Es como estas fábricas chilenas que terminan desapareciendo o formando parte de empresas extranjeras”.

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La música de casa

“Loza” contiene 9 canciones. Una de estas es su particular versión de “A la mar fui por naranjas”, tema tradicional popularizado por Héctor Pavéz, a inicios de los años 70. “Me la enseñó mi papá y fue de las primeras que toqué en el ukelele. Mi papá era profesor de música y folklorista, igual que mi madre. Tuvieron varios grupos. La canción me gusta mucho”, señala Niña Tormenta.

Lo biográfico explica esa “atmósfera de folklor” que irradia “Loza”: “Crecí en Villa La Reina, y mis padres estudiaron en la Escuela Experimental Artística. Fui mucho a peñas folklóricas. Cuando ya era adolescente empecé a escuchar Nirvana y bandas de rock. Mi papá odiaba que escuchara canciones en inglés pero nunca dejé a Violeta Parra, Víctor Jara o Inti Illimani: Era la música que se escuchaba en mi casa. Más adelante, al hacer melodías, los ritmos que salían tenían que ver con eso”.

La concisión de ingredientes de “Loza” deja entrever otros influjos que la autora reconoce: “Los discos que más disfruto son aquellos que tienen pocos elementos, como “Mateosolobienselame”, del uruguayo Eduardo Mateo, o el primero de Javiera Mena. Además, estoy recién aprendiendo a tocar, a conocer cómo funciona mi voz”. A esa lista se podrían añadir el músico argentino Maxi Prietto (de los celebrados Los Espíritus y Prietto Viaja Al Cosmos Con Mariano) y -cómo no- Violeta Parra y Atahualpa Yupanqui. ”Ellos son puro desborde. No hacen una alegoría de algo que no les pertenecía sino que lo estaban viviendo”, argumenta.

Folklor en el concreto

El disco fue grabado durante el invierno de 2017 en su propia casa. Cierta hipotermia parece haberse trasmitido al disco. “Lo empezamos a grabar los jueves y siempre llovía. Ese entorno frío se empezó a colar en la grabación”, recuerda Galaz. Al inicio de “Edificios Nuevos” se alcanza a escuchar su tos. Al inicio de “Va a llover hasta el domingo” se oye cómo cae el chaparrón. ”Fue intencional. Es una idea de Diego Lorenzini, de valorar el error dentro de lo que se está haciendo, que no sea todo tan limpio”.

Como respuesta a esa atmósfera quizás las canciones operan como refugio. Hay señales allí. En “Canción Nueva” se escucha:

“Quise cuidarla bien y protegerla/ De un mundo tan brutal/ Quise cuidarla bien/ Nunca dejé de ser un niño herido/Quise cuidarla bien y sólo supe adorarla tanto”.

Y en “Va a llover hasta el domingo”:

“No salgamos más/ En la tele dicen/ Que va a llover/ Hasta el domingo”

“Es lindo pensar la música como un refugio. Hay personas que me han dicho que se quedaron escuchando el disco, en sus casas; como que se sintieron cobijados por la música”, señala Niña Tormenta.

Le señalo el contrapunto que su disco parece establecer con Santiago, una ciudad cada vez más saturada de ruido, contaminación y gente que va acelerada de un lugar a otro.

Comenta: “Hace 2 años comencé a trabajar independiente en Capitán Cobalto y Uva Robot, y el ritmo de mi vida ha cambiado. Trabajo en la casa, salgo poco, trato de mantener una vida a ese ritmo, que a mi me acomode. Me costó pero me permitió, por ejemplo, realizar el disco con esta tranquilidad. Me siento privilegiada porque puedo vivir haciendo conciertos pero también vivo una vida súper sencilla. No tengo grandes ambiciones”.

En tal sentido, es un momento singular dentro de “Loza”, la ironía camuflada que exhibe la canción “Edificios nuevos”. Una lectura sobre la proliferación de torres -ghettos verticales, les llaman- en la zona central de Santiago:

“Son tan lindos/ Esos edificios nuevos/ Son tan lindos/ Esos edificios nuevos/ Aguantan todos los temblores/ No hay nada que los desmorone/ Y quedan siempre tan enteros/ Esos edificios nuevos”

(Ríe) “Es raro que alguien haga una canción porque le gusten los edificios nuevos. Como que no inspiran nada más que desesperanza. Están hechos para que alberguen la mayor cantidad de gente y puedan vender más. Entiendo que la música se toma muy literalmente. En el fondo, la canción la hicimos con mi pareja viviendo en un edificio del centro con muy poco espacio. Era un poco en broma. Ahora vivimos en Ñuñoa y en una misma cuadra construyeron 3 edificios; vimos cómo se desmanteló el barrio. Es muy brutal. En Santiago, que ya es acelerado, se construyen edificios por todos lados, entonces el futuro va a ser más caótico, más ruidoso, sobrepoblado. Una se siente expulsada”.

publicado en revista Punto Final n° 894, marzo de 2018

Corridos de la rebeldía mapuche

Warria. Temuco es una ciudad que parece no cerrar la respuesta. Definir un lugar, un sentido. La gente lleva una prisa anormal, como si algo los tuviera en preocupación constante. Cierta arisquez marca gestos y acciones. Será que no calza el contorno de ciudad grande chilena con emplazarse en uno de los centros del país mapuche.

Son los días de la huelga de hambre de los 4 comuneros acusados de la quema de templos cristianos. Frente a la cárcel, en avenida Balmaceda, permanece el acampe en solidaridad. Un fogón, un mate que va de mano en mano. El humo pinta un velo sobre las banderas, las pancartas y las siluetas de hombres y mujeres. Un rewe ha sido instalado en el prado. De fondo, allá en avenida Caupolicán, flamea la gigantesca bandera chilena que el reduccionismo patriotero quiso poner en cada capital regional. Pero la realidad funciona mejor que la metáfora, y uno piensa en que llegará el día en que ese pendón tan torpe en su grandilocuencia, tendrá que compartir espacio con otro, con otros; si es que esos otros/otras así lo deciden.

Welul ni zugu. Al acampe me cita Rafael Pichun, oriundo de Temulemu, hijo del recordado lonko Pascual Pichun y referente de Los Werkenes del Amor, la expresión musical que no sólo combina el corrido mexicano, la cumbia y los sonidos vernáculos mapuche sino también crónicas de rebeldía y toma de conciencia. “Acá es donde uno debe estar ¿no? Uno es un werken”, comenta al saludarme.

Un werken es un mensajero y una autoridad dentro del mundo mapuche. Rafael Pichun era ya reconocido cuando, hace algunos años, en Ercilla tras un festival, se puso a guitarrear sus corridos junto a otros músicos. Esa noche, Jorge Huenchullan, de la comunidad autónoma de Temucuicui, lo presentó como El Werken del Amor. Era una broma pero quedó.

Desde su mirada, Pichun se sentía en una contradicción: “Un werken es una persona muy conectada a la espiritualidad mapuche y debería acercarse lo menos posible a lo occidental, y yo hago todo lo contrario. Me alejo para acercar los elementos, según mi visión… Es una contradicción mía porque si le preguntas a un peñi o a otro werken dirá que es bueno lo que hago”, señala.

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A Pichun, desde niño le interesó la música. Cantaba en asados y actividades en comunidades dispersas entre lomas, bosques y caminos de tierra. Cuando llegó el tiempo de componer, primero fusionó lo mapuche con el folclor latinoamericano. Luego pasó a la trova y ahora despliega esta experiencia de weichan corrido, como la denomina: Corrido guerrero: Corrido rebelde mapuche.

“Al igual que la gente en las comunidades, me gustan mucho los corridos”, declara. “Escuchaba a Antonio Aguilar y Amparo Ochoa porque a mi viejo le gustaba. También a los Reales del Valle. Me interesaron los corridos zapatistas, revolucionarios. Al estudiarlo, supe que es una expresión cultural. No se puede decir cualquier cosa sino hechos reales, importantes. Entonces, las canciones que compuse fueron sobre casos verídicos. Ahí calcé con el sentir de los peñi”, señala.

Apunte del terreno. Es evidente la popularidad de la música de raíz mexicana en la zona rural y, especialmente, en el sur chileno/Ngulumapu mapuche. Desde hace más de medio siglo, merced a lo difundido en películas protagonizadas por Miguel Aceves Mejía y Jorge Negrete, corridos y rancheras se propagaron hondamente. Hoy se cuentan por centenares los exponentes, como las distintas versiones de Los Charros de Lumaco, Los Luceros del Valle, Los Ruiseñores de la Frontera, Los Prisioneros del Sur o el Grupo Explosión, que editan cds que se venden, más que nada, en ferias y cunetas y se presentan en festivales rancheros, mientras sus videos se exhiben, una y otra vez, en los cerveceados wurtlitzers digitales de bares y cantinas.

Pero algo ocurre con las letras. Como que no hay más tema que la anécdota amorosa, festiva, ebria o solitaria. Ahí radica la explosiva singularidad de Los Werkenes del Amor. Las letras de Pichun relatan una épica mapuche. Algo que no existía hasta hace algunos años y que lo emparenta con Los Tigres del Norte. Historias de amores rebeldes, peñi que viven fondeados de la policía o se galvanizan en la lucha de recuperación. “Para mi la música es un instrumento para hacer política”, plantea.

Rupu. Como Werkenes del Amor, Pichun recorre diversos nudos de la geografía mapuche. Así surgen las canciones, sea por petición de peñi o lamgen, o por experiencias personales. En cada lugar se acompaña con músicos locales. Además, en youtube se encuentran los videos y el audio de algunas presentaciones. Entre estos destaca un éxito: La cumbia “Lamgencita”:

“La vi tirar aquella piedra/que produjo una explosión/Su mirada de rebeldía, me provoca pero ella no me quiere dar amor/Ella me pide que deje la parranda/ porque ella quiere la liberación”.

“Hay cosas que no puedo decir porque la gente no me a escuchar pero, cuando las digo cantando, sí”, complementa Pichun. “Es un mensaje político pero es una realidad muy fuerte en las comunidades. Hay gente que está perdida en el alcoholismo. Entonces si alguien escucha las letras puede pensar en cambiar porque las lamgen se merecen su respeto; que ellas tengan su vida más agradable, más digna. Hoy las lamgen han alcanzado su propio nivel de protagonismo”, y ejemplifica con la machi Francisca Linconao, Lorenza Cayuhan y decenas más. Incluso, casos trágicos como Macarena Valdés.

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Este corrido está emparentado a “Qué hermosa es usted”, una declaración de amor a una belleza rebelde: “No es el estereotipo de una flaca, con curvas, como muestran en la tele. Posiblemente una lamgen tenga las manos llenas de heridas porque trabaja la tierra; quizás anda transpirada porque trabaja todo el día; quizás es gordita. Esa es la belleza a la que yo hablaba”.

Otros corridos cuentan las historias de mapuche de hoy, que se enfrentan a la policía militarizada para recuperar sus tierras. Hay uno dedicado al Gato, de Lleu Lleu. Una línea señala:

“Yo soy un mapuche rebelde/ La tierra me está acompañando”.

“La idea del corrido es darle ánimo al weichafe (guerrero) frente al bombardeo de los medios que lo tildan de terrorista, de delincuente. Que el weichafe tenga su forma de expresión”, argumenta.

Consciente de lo anterior es que a Pichun no le interesa ir a eventos donde sabe que va a encontrar una concurrencia ebria o en pura juerga: “Uno promueve la rebeldía pero a través de la responsabilidad. En mis canciones hago un llamado a la liberación del pueblo mapuche”.

Actualización. Dos días después de esta entrevista, desde el acampe de avenida Balmaceda, las FFEE toman detenido a Patricio Curiche, en el marco de la llamada Operación Huracán. Entre la bruma de las lacrimógenas, las imágenes funcionan como un bucle de siglos.

Post data:

Warria: Ciudad

Welul ni zugu: Contradicción

Rupu: Camino, recorrido.

publicado en Cultivos Chilenos, de revista El Ciudadano nº 217, octubre/noviembre de 2017

Vericuetos de la psicocumbia

El hombre del cartel. Calle San Francisco es un sendero sinuoso que arranca cerro arriba desde las inmediaciones de plaza Echaurren. Cada metro es un aglomerado de las contradicciones y seducciones de cierto Valparaíso. Acá, los bares al garete y su tropa de navegantes perdidos. Allí, los estudiantes del liceo Escuela de Tripulantes con sus peinados a lo Edu Vargas. Allá va la O (o la micro 612), cimbreándose cual bailarina. Allí, peluquerías, panaderías, mueblerías y tiendas de segunda mano donde se sigue recordando el nombre de los clientes. Ahí, la escuela Blas Cuevas que hasta hace poco tenía un mural con Allende. Luego, la calle se convierte en un nervio que se sumerge en las profundidades de los cerros Cordillera, Toro… e incluso, un cerro fantasma, el Loceras.

En esos vericuetos había un hombre a su tierra atado; a su sitio eriazo que había colonizado con juguetes deshechados, trozos de latas y muebles. Pedazos de aquí y allá. René Carrillo era un personaje del barrio. Una vez, en la endeble valla, fijó un cartel manuscrito. En la frase había una actitud para ir por la vida: La Gran Patudez de Siempre. Era 2011. Sergio Castro y Sergio Donoso, nacidos y criados en ese ecosistema de subidas y bajadas, vieron el mensaje y no dudaron. Era el nombre para su banda.

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Sergio Donoso

Majamama. Se sabe. La cumbia es parte de la biota latinoamericana. Y, mientras millones la bailan semana a semana en discos, galpones y living-comedores, cada año menudean actualizaciones de clásicos e incunables así como relecturas desde la electrónica, el rock y el dub. Hace una década, la cumbia chicha del oriente peruano fue (re)descubierta por una nueva generación a través de la serie de discos The Roots of Chicha. Bandas como Los Destellos, Los Mirlos, Los Shapis y Juaneco y su Combo tocaban cumbia con esqueleto rockero, donde la guitarra eléctrica reemplazaba los bronces. Además, bebían y fumaban de los referentes del rock de esos años, los 60-70. Si la cumbia es un pantano coloreado por múltiples flujos, imagínenlo en una selva amazónica… En la chicha se rastrea surf, Santana hasta los viajes psicodélicos de Los Jaivas. Hay ritmo, actitud y un peculiar sentido del humor. Además, una gráfica (pienso en los afiches tornasolados de Elliot Tupac y las pinturas de Christian Bendayán), unos consumos, una ética.

De regreso a Valparaíso, invierno de 2017, Sergio Castro, guitarrista de La Gran Patudez de Siempre, recuerda: “Los ritmos tropicales siempre han estado presentes en nuestro cotidiano. Era la banda sonora del pasar caminando por la calle. No nos fue difícil usarlos. En mi casa, habían casets de Tulio Enrique León, de Manzanita y su Conjunto, y un amplio muestrario de las cumbias clásicas”. A su lado, el bajista Sergio Donoso, recalca: “Veníamos con toda la tradición del rock de los 70 y queríamos llevarlo a lo tropical, a lo bailable, a lo latinoamericano. Desde el principio estuvo la idea de hacer una fusión, una majamama. Hacer cumbias progresivas”.

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Sergio Castro

Viajes. Tras siete años, cambio de integrantes y un consistente derrotero musical, La Gran Patudez de Siempre priorizó lo instrumental. Eso está plasmado en “Chicha Fresca”, disco debut del combo que, además, se compone de Mauricio Rojas en batería, Gerardo Pando en percusión y Jimi Montaño, quien se encarga de los teclados y la voz en uno de los pocos temas que usan este recurso: “Qué ruido haces”, cuya letra pasea por la calle un poema de Claudio Bertoni. “Al ser instrumental la voz debía ser parte de otro instrumento. No la típica voz que estuviera adelante. Entonces, la idea era como que alguien tuviera un megáfono”, señala Donoso a lo que Castro acota: “Ese megáfono reventado del camión del gas”. Muy Valparaíso.

En el disco hay danza y periplo mental. Goce y trance. El cruce entre Santana y Los Vikings 5 de “La danza del gatito” y “Chicha”. O la inmersión sonora -monumental- de “Lamento del Pehuén” y “San Peter”. Pero también “Blues sin blues” o “Las Puertas”. “Como es instrumental te permite viajar la mente. Si tuviera letra como que te aterriza”, señala Donoso.

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Jimi Montaño

Cazuela. “Caemos en un ambiente tropicaloide y en uno rock”, señala Castro al momento de comentar sobre la respuesta del respetable a este preparado chichopsicotrópico. “Hemos tenido a cabros de pelo largo, bototos, poleras de Megadeth y con los ojos blancos bailando nuestra música”.

Para los músicos, esa hibridez sería un rasgo de las bandas de este puerto que aún rasguña: “Acá existe más capacidad de mezclar todo. Hay músicos que tienen su banda de rock pero también proyectos de otra índole. Además, los grupos van desarrollando subgéneros, un sonido particular”. Ejemplifican lista en mano: Nébula, Légamo, Maloelacabeza, Dumo y Cola de Zorro, agrupación que también tiene disco reciente bajo la pata. Una escena que tiene como territorios el barrio puerto y la subida Tomás Ramos. Todos rigurosamente independientes. En La Gran Patudez de Siempre se enorgullecen que “Chicha Fresca” se gestó gracias a tocatas autoproducidas. “Nos encargamos de todo. De pegar los afiches, llevar los instrumentos, estar en la puerta, hasta encargarnos del bar cuando toca”, cuenta Castro.

Y remata: “A LaGranPa le decimos siempre: Su banda tropikal como las del plan pero del cerro porque no todo es tan elaborado, ni realizado; es más volátil, artesanal; más relacionado con la vida de los cerros”.

Es que en ese tejido de trozos, retazos y saldos de la plaza Echaurren pa’arriba se encuentran los detalles que visten a La Gran Patudez de Siempre. Ese chichero enigmático que aparece en la portada del disco (que camina con la bahía de Quintil nocturna, salpicada de destellos), ése también proviene de aquellas callecitas donde bailan una cumbia sin pudores el entusiasmo y la caída. Es cosa de rastrearlo.

publicado en el número 216 de revista El Ciudadano, sección Cultivos Chilenos, agosto 2017.

El lugar de las historias

Terreno. Primavera 2015. Una cantautora y un audiovisualista viajan hasta una localidad del sur llamada Pichi-ropulli, en la planicie de la comuna de Paillaco, región de los Ríos. Algunas casas de madera, sombreadas por la humedad. Huertas. Una plaza con juegos infantiles pintados de colores vivos. Una escuela, una junta de vecinos. Uno, dos arcoiris que cortan el cielo tras el paso de un chubasco. Un horizonte troquelado por plantaciones forestales. Pero todo esto lo ignoran Rocío Peña y Dan Sáez al momento de hacer la mochila, tomar la guitarra, la cámara y emprender el viaje. En mes y medio desarrollarán una residencia artística colaborativa del Programa Red Cultura. Se contactan con la Agrupación Cultural “Ateneo”, el conjunto folklórico “Sol Naciente” y el grupo juvenil “Los Vikingos”. Finalmente, la experiencia convoca a una decena de personas. Conversan. Beben mate. Recorren “el pequeño monte adornado/con hualles y golondrinas/ovejas, perros, gallinas”, como relata la canción “La Puebla”. Los pichirropullanos le preguntan a Rocío Peña de qué se trata el taller. “Tienen que hacer canciones que hablen de su historia”, responde ella. De eso se trata “Memoria y Canción”.

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No verse. La historia, curiosamente, había comenzado en Valparaíso. La cantautora llegó al puerto oriunda de otra bahía, Talcahuano, tras editar su disco “Atardecer”. En 2012, un taller que realizó en Balmaceda Arte Joven conectó sus estudios de antropología a su faena musical. “Invité a la gente para que reflexionara sobre su memoria e historias locales y con eso escribiera letras de canciones”, recuerda. La invitación se actualizó en Pichi-ropulli. “La canción popular se ha nutrido de las historias de los pueblos, sencillas”, argumenta.

Rocío recuerda que algunos le dijeron: ‘¿Y a quién le va a importar?’… “Como que cuesta que la gente se quiera”, analiza. “Te repiten tanto cómo debes ser que la gente se lo empieza a creer. Eso se nota en la valoración de la historia propia y los saberes”. ¿Causas? “Es terrible lo que hacen los medios masivos de comunicación con las identidades locales. Si para mi era absurdo ver las noticias de Santiago en Talcahuano, en Pichi-ropulli sentía que la gente no veía lo que tenía alrededor: Su calidad de vida, la naturaleza. Empezamos con eso, con fijarnos en lo bonito”, relata.

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Libreta de notas. Otro aspecto de la residencia fue componer canciones a partir de su experiencia de cantautora afuerina, y las historias que escuchaba de las personas, y los hechos e imágenes que podía recopilar. Como apuntes de campo.

“El 1 de noviembre estábamos en el cementerio y conocimos una señora que vendía hierbitas”, cuenta Rocío Peña. “Ella se valoraba harto: ‘Yo creo que mi puebla debiera ser patrimonio’, decía. El resto de los cabros me decían que no tenían historia. Entonces empezábamos a conversar… Una chiquilla, la Bárbara, no sabía qué escribir pero conocía todas las hierbas y sus usos. Me decía que allá no se ocupaba paracetamol si no que tomaban pastos, y yo le decía: ‘Eso es importante’. De otro modo, yo les pedía: Ámense. Finalmente, a mi me gusta el trabajo con memoria e identidad porque es como la autoestima colectiva de los pueblos”, reflexiona.

Escuchar esos relatos de vida retrotrajo a Rocío a su propia biografía. En “Mi puebla” se escucha:

“Los vecinos de sus huerta/Me comparten espinaca/Y yo les comparto queso de ese que hace mi hermana/Los días pasan tranquilos al calor de la cocina/Y si llega una visita se le echa agüita a la sopa/ Porque aquí la repartija se aprende sencillamente/A nadie le sobra nada pero nadie niega na’”.

“En mi casa nunca hubo mucho pero siempre se compartió. Mi abuelo era farero, trabajó en el campo después de jubilarse. En mi casa había huerta. Conozco un poco de esa cosmovisión”, cuenta.

La pillería. Por haber crecido en un puerto industrial calificado, en su momento, como el primer desastre ambiental de Chile, Rocío Peña es sensible a los estragos causados por el modelo productivo. El retrato de Pichi-ropulli quedaría incompleto si no se apreciaran esos desteñimientos. La artista canta sobre los efectos del monocultivo forestal o las semillas patentadas y manipuladas genéticamente en un pequeño pueblo del sur. Ahí está la canción “Bosques de artificio”:

“Lo que usted planta es pobreza/Mas su dinero no espanta/La convicción nos aguanta vuestra violenta crudeza/Hoy tenemos la certeza y el espíritu del viento/Créame que no le miento/Nuestra lucha es con amor/Vamos forjando el clamor sin ningún remordimiento”.

“La señora Mati, que tenía una huerta impresionante, (una vez) se manda una frase maravillosa sobre la semilla. Ella decía que se habían mandado una maldad, una pillería muy grande. En Pichi-ropulli no hay planta que dé semilla. Los empresarios la hicieron muy hábilmente. Ahora todo lo tenían que comprar”, recuerda.

Por eso resuena tanto esa frase de la canción “La Tierra”:

“No toda la tierra tiene que producir igual”

Cuenta tu pueblo… A fines de 2016, el disco y una primera versión del documental estuvieron listos. Rocío Peña y Dan Sáez regresaron a Pichi-ropulli a mostrarlo. Pretenden volver en este año para algunas presentaciones y exhibir la versión final. Entretanto, la cantautora espera la germinación de la semilla musical que alentaron en un pueblo que le funcionó como reflejo de un país, y -acaso- de sí misma. Como de costumbre, estas historias no concluyen.

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* Las canciones de “Memoria y canción en Pichi-ropulli”, así como el adelanto del documental, se pueden acceder en www.rociomusica.com

Videogramas por Dan Sáez

Publicado en la sección Cultivos Chilenos, de revista El Ciudadano, julio 2017.

Capas de memoria

Reconocer. Sebastián Tapia, 50% de Hogareño, cuenta que una vez, en Valparaíso, mientras veían una presentación de Lukax Santana, con sus objetos dispuestos sobre una manta en el suelo, con su concentrada interpretación de lo que para otros pudieran ser cachureos y que, en su manipulación pasaban a ser instrumentos generadores de sonidos nuevos, les surgió la idea: “Él ha estado constantemente en el mundo de la improvisación. Por qué no hacerle un homenaje. Más aún: Está vivo y en completa actividad”, dice. Había otro factor: El trabajo de experimentación musical de Hogareño está influido por la investigación y la recolección que ha hecho Santana por más de 3 décadas.

Lo conversaron. Se sumaron 3 músicos que habían colaborado, de diversas maneras, con Santana: César Bernal, Miguel Jáuregui y AyeAye, el (premiado) alias de Carlos Reinoso. Renato Ortiz, el otro integrante del dúo, señala que Lukax también participaría en el disco. Pregunta: Cómo homenajear a alguien cuyo trabajo, la improvisación, se ejecuta fundamentalmente en vivo. La propuesta acordada fue que cada uno interviniera archivos sonoros suyos. Grabaciones de campo, textos, sonidos electrónicos… Así surgieron pistas como “Memoria 1”, “Ajayu79” y “Tributo”. En el caso de Hogareño, el tándem empleó los objetos recobrados/subvertidos en su uso por Santana para registrar 3 capas de sonidos que generan el tema “A_LKXS”. “Esa tarde fuimos a su casa, en Viña, tomamos once y luego grabamos”, relata Sebastián Tapia. “El homenaje es también un juego. Un pretexto para compartir con amigos, más bien”.

Rodrigo Acevedo, diseñador, fue quien meditó sobre la forma física del homenaje. “Cómo hacer que un objeto sea un disco”, recuerda Tapia. De ese modo, resultó un frasco trasparente que en su interior contiene un objeto (un clavo, una bolita de cristal…) con un papel impreso donde está el código QR que lleva a la web desde donde descargar el archivo sonoro con las 4 composiciones. También hubo un homenaje en vivo, el pasado 20 de mayo, en el auditorio del edificio Cousiño del DUOC porteño. En escena, estuvieron los músicos, así como el locutor Ronald Smith y un grupo de danza. Antes, en abril pasado, en Nueva York, Hogareño había mostrado el frasquito, el objeto del homenaje, en el festival Ende Tymes 7. “Los gringos quedaron locos. Nos querían copiar la idea”, dice sonriendo Tapia.

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Epifanías. “Hago esto porque, a los 15 años, entré al cine Arte, de Viña, y veo en vivo a los HighBass”, cuenta Lukax Santana, semanas después del homenaje. “Nunca antes vi eso en un escenario: Improvisación… Claudio Parra intervino un piano; había una radio puesta; y trutrucas. Esa mezcla para mi fue una epifanía. Sentí una identidad. Me dije que era rock, era vanguardia… pero de acá”.

A fines de los 60, el joven tenía algo parecido a una doble personalidad, en sus propias palabras. La inmersión en la cultura de la época y la militancia política, junto al MIR. “Era extraño hacer convivir esos 2 mundos pero yo lo hice. Por una parte, el hippismo, la paz y el amor, la marihuana, y al mismo tiempo ser un militante, clandestino. También lo tenían mis amigos del liceo Guillermo Rivera”, recuerda.

Regresos. Germán -Lukax- Santana fue detenido los primeros días de septiembre de 1974. Fue conducido a la Academia de Guerra Naval, luego al Cuartel Silva Palma y, finalmente, a la Cárcel Pública de Valparaíso. Estuvo poco más de un año en esa condición. “Curiosamente no tengo malos recuerdos de la cárcel. No fue un lugar de tortura, como el Silva Palma. Llegar allí significaba que estabas vivo y que te reconocían como tal”, rememora. Luego fue exiliado, y viajó a Inglaterra. Ahí conoció el Free Improvisation Movement y al London Musical Collective. Comenzó su faena experimental. Vino su labor junto a Quilombo Expontáneo y decenas de colaboraciones. También discos como “These dark materials”. “Estando fuera, pensaba que tenía que juntar la mayor cantidad de información porque en algún momento volvería y tenía que entregar todo lo que veía”, reflexiona. “Por eso, tuve la costumbre, desde esos años, de grabar todo. Andaba para todos lados con mi grabadora”.

Tras su retorno a Chile trabajó con diversos músicos, con los que coincidió en ese afán cuestionador y lúdico. Entre estos, el guitarrista Toto Álvarez, en Transatlántico. También se vinculó al grupo de danza de Carmen Beuchat. Con este, volvió a la cárcel de Valparaíso, transformada en un parque cultural. Un día les notificaron del cambio de sitio de ensayo; desde el teatro a una sala ubicada en el edificio donde alguna vez estuvo la galería penal. “La primera vez fue un tanto chocante. Estaba cambiado pero sí reconocí el lugar donde estuve”, señala.

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Este regreso fue origen a “Base Nica”, la experiencia de improvisación que desarrolla, hoy por hoy, en el recinto que, alguna vez, funcionó como área de castigo para los prisioneros. Este proceso es grabado por Sebastián Tapia. En el título se aprecia su vocación juguetona e interrogadora. “Todas las bases del MIR tenían nombre. Por ejemplo, Base Che Guevara… Pero a mi me gusta trabajar con el doble o triple significado de las palabras”, señala sobre una composición que se aleja de su modo habitual (“Lo fijé en 45 minutos. Además, por primera vez, trabajo con un gráfico; marco tiempos, instrumentos…”) y que, en un futuro cercano, podría tranformarse en un disco.

Ensimismado, Lukax mueve y golpea tarros y resortes. Luego sus botellas y cuencos. Algún juguete. El sonido inunda el lugar y parece conjurar dolores y convocar a los compañeros. Jóvenes de hace 45 años. “Es un reconocimiento a amigos, militantes”, dice. Luego, el silencio ejecuta su tarea e imprime imágenes en la memoria.

*el homenaje A_LKXS, acá

publicado en Cultivos Chilenos, de revista El Ciudadano, junio de 2016, 

La rebelión está en muchos lugares

Guitarra y voz. O caminar, como dice ella. Araceli. Araceli Cantora. 27 años, oriunda de la población Juanita Aguirre, en Conchalí. Recorrido musical en calles, bares, actividades, centros culturales, micros o bajo la sombra de una parra, en el patio de una casa cualquiera. Errante ella. Un día en Paraguay, a la semana siguiente en el norte argentino; luego, en el norte chileno; luego Santiago; luego, un acto en Temuco. “Es una invitación a la libertad, finalmente”, comenta. Autodidacta. Rasgueos suyos llevan al folclor o a la trova con actitud punk (pero donde es necesario detenerse y negarse a categorizar). Hay algunos videos suyos en internet. También un sitio en soundcloud donde se puede escuchar “Micro”, su primer disco, grabado en 2015, que contiene las versiones del folclor latinoamericano que interpreta en buses como la 201, la 223 o la 308 y, además, composiciones propias como “Revuelta en el valle”, “Recuerdos de una memoria” y “Luna Blanca”.

Muchas voces. “Para mí es más importante lo que he deconstruido que lo que me ha construido, dentro de la de-formación musical que he podido tener”, responde Araceli ante la pregunta sobre qué melodías y personas han edificado su faena musical. “Puedo revisar músicos, álbumes y escuchar recomendaciones pero, finalmente, cuando se vive es lo que te deconstruye para poder proponer y crear”.

Su canción “Callejera” narra:

“Si soy/ he sido prisionera/Si soy/He sido niña obrera/Si soy/He sido fuego en hoguera/Si soy/He sido callada y muerta (…)”.

¿Es tu biografía material para tu creación? le pregunto. “Es que no es material. No es una materia prima porque no se comprende desde una perspectiva productiva. Hay que retomar la vida porque el trabajo nos la quitó. Esa es una reivindicación política”, Araceli aclara y acota -cuando este cronista cambia el concepto “material” por “alimento” (“El alimento se vuelve mucho más cotidiano; es algo más concreto pero relativo al mismo tiempo”): “Es fundamental porque así se hace una creación colectiva. Ocupo y reivindico la experiencia como algo subjetivo pero eso -entrecomillas, privado- se hace político todos los días”.

¿Hay algo catalizador en tu canto, de juntar las voces de muchxs? “Sí, sin duda, porque cuando empiezas a escribir, creas personajes y estos pueden tener vida, experiencia. No quiero hablar de mi. No quiero ser la héroe ni la maldita de todas las canciones sino que, simplemente, yo canto. No es totalmente autobiográfico”.

En “Siempre dicen”, Araceli relata:

“Una y mil veces escuché/Qué buena persona es/El estudioso/Una y mil veces escuché/Se me pasó la vida/Trabajando/Una y mil veces escuché/En la esquina de la plaza/Fuman pasta//Pero esto es sólo para algunos/Mientras pasan otros llenos de gozo(…)”

“Pueden ser distintas personas en distintas circunstancias, es decir, fotografías”, comenta. “Simplemente le puse un hilo conductor y ya está. Además, es algo súper común. Cuando aprendes a escuchar te vai dando cuenta que has oído tantas frases en tu vida que se repiten. Quizás es un intento de dejar en evidencia esta situación: Lo que están diciendo adultos, hombres, mujeres; o ni hombres ni mujeres… ”.

La rabia y la urgencia. En los primeros punteos de canciones como “Encuentramiento” y “Callejera” se reconocen las pulsaciones de Violeta Parra. Se lo comento. “Yo creo que sí. A pesar que la escuché de grande. La música, la letra, la vida, me remueve”, dice Araceli.

¿Te sientes parte de una tradición de canción social o de lucha? “No. Tradición a la chucha (risas). Creo que es una propuesta que se toma desde la rabia y la urgencia, que es un sentir, finalmente. Yo tomé la guitarra porque era la opción más cercana que tenía. Consideré que era una buena forma de comunicarme y poder compartir lugares íntimos y propios e instancias reflexivas y colectivas, también. No es una cuestión cuadrada o lineal sino algo simultáneo que se va dando. Ahora, sin duda, podís reconocer una identidad… Eso es lo importante. Sin necesidad que sea explícito”.

Si hay fuego, hay amor. En la canción “Revuelta en el valle”, hay imágenes de subversión, de lucha callejera pero también esquirlas afectivas:

“El trayecto es fijo, el objetivo uno/Una barricada quema este cuerpo/La mirada nublada, tanto humo/Tus ojos brillan, tu cara cubierta”.

Debo contar que, hace un par de años, un video en youtube me permitió conocer el canto de Araceli. Corresponde a un registro de la Coordinadora Social y Cultural Trepegne, en la población Angela Davis. Zona norte de Santiago. La muchacha canta un tema llamado “Vente pa’cá”:

“Yo camino lento porque quiero surcar estos vientos/Y te cuento que en el trayecto no quiero perder mi tiempo/Te veo, te miro, te escucho/Comparto y me quedo/Quizás a la siguiente mañana vaya y me atrevo/Me atrevo a tocarte la piel, a rozarte los labios/Porque te veo así/Te veo entre mis brazos/Y no te hablo de otra parte, ni de atarte ni del arte/Te hablo simplemente de lo bello que puede ser un encuentro/Ay, combate el encierro/porque te quiero en la lucha pero también te quiero dentro de mi ducha”.

Cadenciosx, enamoradx pero también agudx y compañerx. Le pregunto sobre esa confluencia entre lo amatorio y rebelde que parecen albergar estas canciones.

“Es como si se comprendiese desde lugares distintos… Yo creo, finalmente, que es lo mismo. Eso de dividir lo público con lo privado, o lo político y lo no político… No, hermano. Vivimos, querámoslo o no, en sociedades y desde ahí hay un lenguaje en que podemos comunicarnos. Y la idea es poder, en este momento y con esa canción, dejar en evidencia que si hay fuego es porque hay amor. No es la caricatura del rebelde, político, súper racional, hombre… No, la rebelión está en otros lugares: En lo cotidiano, lo sensible, desde la reflexión. Se hace urgente sentir porque la estructura, el método, la forma, se han instalado en todos los lugares y han hecho mucho daño. Desde la idea del amor romántico, por ejemplo. A partir del amor se ha sometido. Incluso, hoy en día, el amor es una estrategia de publicidad, de manipulación de masas. Y eso me parece insólito. Creo que hay que deconstruirlo; hay que revivirlo”.

Otros cariños. Un disco con creaciones nuevas se vendría para este 2017. “Estamos trabajando en eso”, sonríe Araceli. Algunos temas como “Vente pa’cá” ya circulan en la red. Otro es “Vecino de calle”, una canción donde relata la historia de sus abuelos aunque, también subraya, puede ser la trayectoria de vida de muchos mayores en los barrios y poblaciones de Santiago, llegados desde el campo, desde el sur; a trabajar duro a la capital, a construirse una casa, quizás, en un terreno tomado. Araceli mira hacia atrás y reflexiona con frases como:

“Mi abuelo tenía sus manos grandes/Y se quebraban sus uñas/Y sólo entre ideas se quedaba”.

“(Mi abuela) Se vino para Santiago, con su corazón entre las manos/La imagen de sus hermanas grabadas en sus ojos/Cintas blancas de la sotana callaban las preguntas”.

“Creo que es una crítica generacional en esa estrofa. Hace referencia a ideas pero también libros, botellas vacías, palabras vacías. De qué sirve tanto pensar, o tanto recordar o parafrasear, si te quedaste encerrado en eso. Y por otro lado, la abuela, migrante -más difícil aún porque caminó sola a la ciudad- con la construcción del concepto de familia, rompiendo miedos y prejuicios, se encontró con una iglesia que la siguió coartando. Es dejar en evidencia, no sólo la vida de mis abuelos sino también reflexionar en torno a eso, sin culpar”, responde Araceli. Y se explaya: “Para mi esto es importante porque si canto, que es donde decidí caminar, que no se haga desde una lógica comercial. Hoy se habla de industria cultural, y todas estas propuestas que están saliendo vienen desde otra lógica, otra perspectiva, otros cariños; y tienen que ir removiendo. Y si los recuerdos son importantes, que se ocupen para seguir caminando porque nuestros abuelos, nuestros padres, vivieron en una dictadura. Y se les nota. Yo vivo en una pseudo democracia y la violencia con la que tengo que vivir en este sistema capitalista, neoliberal y patriarcal, se me va a notar siempre. Espero que cuando los cabros y las cabras chicas zarpadas se enfrenten a esto no sea una idealización sino en una conversación recíproca, donde podamos aprender”.

Fotografía: Gentileza de Mauricio Sánchez Quezada

publicado -con algunas variaciones- en la sección Cultivos Chilenos, de revista El Ciudadano, mayo de 2017

De talas, brotes y recuperaciones

Negativas eran las conclusiones del Informe sobre el Estado del Medio Ambiente, publicado en 2016 por el Centro de Análisis de Políticas Públicas de la Universidad de Chile. Al cabo de 15 años, las hectáreas de bosque nativo disminuyeron pese a los informes, en sentido contrario, de CONAF.

La sustitución por pino insigne y eucaliptus, el reemplazo por praderas y matorrales, y los incendios, se señalaban entre otros, como factores de la merma de un elemento clave para preservar el agua, la biodiversidad y, por ende, la vida en este territorio.

En Tirúa, comuna asolada por el modelo forestal, una experiencia comunitaria de reforestación con bosque nativo relumbra como tenue esperanza, y expande significados.

(…)

Como 2 países distintos. El Informe País sobre el Estado del Medio Ambiente, editado en abril de 2016, por el Centro de Análisis de Políticas Públicas, dependiente del Instituto de Asuntos Públicos de la Universidad de Chile, evidenciaba lo que varias investigaciones, en los últimos años habían adelantado: El bosque nativo chileno presenta menguas importantes en la superficie que ocupa. Si en 1997, el Catastro de Recursos Vegetacionales Nativos fijaba su presencia en 13,4 millones de hectáreas, entre 1990 y 2010, se perdieron 313.921 hás. de acuerdo a estudios de investigadores, procedentes de varias universidades. Uno es particularmente crítico: El “Native forest loss in the Chilean biodiversity hotspot: Aclarando the evidence” (Pérdida de bosque nativo en el centro de la biodiversidad en Chile: Aclarando la evidencia) encabezado por Alejandro Miranda et al (2016), del Laboratorio de Ecología del Paisaje Forestal, de la Universidad de La Frontera (UFRO).

En sentido contrario, para CONAF la cifra de bosque nativo ha ido en aumento, registrando 14,3 millones hás. el año pasado.

Para el Informe, esta divergencia tiene que ver con que “Si bien CONAF es la institución encargada de las cifras oficiales de las existencias de bosque nativo en Chile, determinar el estado de los bosques nativos chilenos ha implicado serios problemas derivados de los cambios reiterados en las metodologías utilizadas, definiciones asumidas y de los diferentes períodos de actualización aplicados para cada región del país, los cuales no son coincidentes” (…) “CONAF (2011) usó nuevas tecnologías para la actualización declarando una modificación a la unidad mínima cartografiable (UMC) utilizada para la realización de las actualizaciones. Las actualizaciones regionales se realizaron con una UMC diferente a la original, y se realizó una denominada homogenización cartográfica o corrección del catastro original. Sin embargo, este cambio metodológico explica principalmente los cambios de superficie en los diferentes usos/coberturas del suelo estimadas por el catastro original y las primeras actualizaciones regionales”, se puede leer en el Informe disponible en internet.

No obstante, otras mediciones son coincidentes y alarmantes. Por ejemplo, que la disminución del nativo se debe al reemplazo por “matorrales y praderas, sustitución por plantaciones forestales y habilitación agropecuaria”, siendo las regiones de La Araucanía y Los Lagos las más dañadas. Los incendios forestales, causados mayormente por el humano, son otra causa. En los últimos años, la ocurrencia de siniestros y la superficie quemada se disparó a cifras inusuales llegando, entre 2010-2015, a 15.278 hectáreas arrasadas al año. La mega sequía, en la zona centro sur, en dicho período, aparece como un factor. Lo anterior lleva a considerar el impacto del proceso de cambio climático en Chile, y la ausencia de políticas estatales consistentes para encararlo, cuestión que el Informe también comenta. Y eso que, por razones de tiempo, no se consideraron las consecuencias de los grandes incendios de enero pasado, donde también ardió bosque nativo.

plantaciones de eucaliptus en tirua

Plantaciones de pino insigne y eucaliptus globulus en Tirúa

En Temuco, Rubén Carrillo, biólogo de la Universidad de la Frontera (UFRO), confirma lo señalado en el Informe. “Lo que más ha aumentado son las plantaciones de pino y eucaliptus. No el bosque nativo”, declara. El año pasado, junto a algunos colegas, llamó la atención de gobierno y parlamentarios sobre la grave situación del araucaria araucana o pewen, quizás un caso extremo pero ejemplificador de lo que está en juego.

“En un bosque hay especies herbáceas, arbustivas, arbóreas, de distintos tamaños; hay lianas, trepadoras, plantas parásitas, epítifas; hay una rica actividad microbiológica desde el suelo. Hay fauna, y una serie de interacciones. Siempre asociados a los ecosistemas vegetales naturales están los manantiales, que impactan en el resguardo de la humedad”, señala. “Las plantaciones son ecosistemas simplificados y elaborados por el hombre. Esto es lo que las empresas forestales, a través de los medios de comunicación, han tratado de instaurar diciendo ‘plantemos bosques’. No es así”.

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Resultados de la tala rasa en Carahue

De cuando llegaron las plantaciones

En castellano, Tirúa (Trurwa), puede traducirse como “lugar de encuentro”. Algunos también le otorgan la cualidad de sitio donde juntarse y preparar alguna acción. La comuna se emplaza en un territorio mapuche con muchas historias. Al extremo sur de la provincia de Arauco, región del Bío Bío. En plena zona lafkenche, donde lomajes y montes concluyen en el océano y el horizonte es cortado por la isla Mocha.

Carmen Carrillo vive en el sector llamado Alto Primer Agua pero el vital elemento no abunda precisamente allí. Tiene 47 años, y recuerda cuando era niña, que en Cerro Negro, su lugar de nacimento, a pocos kilómetros, “andaba a pata pelá y el terreno era esponjoso” por lo húmedo. “Ahora no. Hay puro pino. La gente les vendió a las forestales. O la misma gente plantó pino y euca porque el campo estaba muy malo. Las cosas que el campesino produce, como las papas o el trigo no le daban para vivir. Además, el estado les bonificó, entonces, lo mejor fue plantar”, dice mientras ceba un mate.

Su historia es similar a la de otras mujeres campesinas de Tirúa. Mapuche y chilenas. Un pasado donde generosas vertientes bajaban desde los winkul (montes), donde había menoko (nacimientos de agua). Atravesaban bosques de ulmos, coigües, lingues y ñefn (avellana nativa). En esos sitios eran incontables los arbustos tales como el maqui. También existían hierbas, cortezas y semillas usadas como lawen (medicina). “Si uno echa el caset atrás piensa lo que antes teníamos. Si lo valoráramos ahora, era harto. Yo me crié muy pobre pero no muerta de hambre. Había mucha comida: Leche, queso, mutilla, maqui, chupones. Ahí uno se da cuenta de cómo ha cambiado”, complementa Carmen Carrillo.

Hoy el paisaje de Tirúa, así como de decenas de comunas cercanas, está caracterizado por las plantaciones de pino insigne, radiata y eucaliptus. El cambio comenzó a fines de los años 80 y se agudizó en democracia. Según el Censo Forestal y Agropecuario de 2007, 30.226 hectáreas, de 63.443, es decir, el 48% de la superficie comunal, está cubierta por monocultivo. Acá están presentes los nombres predominantes del modelo forestal chileno: Arauco, Mininco y Volterra. No únicamente con predios propios. Son numerosos los pequeños propietarios que han plantado estas especies exóticas para luego vender el metro ruma a los gigantes del negocio. Mediante el Decreto ley 701, el estado subsidiaba el cultivo. Así las cosas, es probable que las cifras de hace 10 años hayan empeorado.

Las consecuencias sobre el agua han sido devastadoras. Son numerosos los sitios de esta comuna, como Ponotro, que deben ser abastecidos por camiones aljibe.

Jimena Painen vive en un sector llamado Las Misiones, a metros de un aeródromo. Nació y creció en este lugar, hasta que, junto a su familia, viajó a Santiago a trabajar. Al retornar, advirtió los contrastes. “Mi papá lo plantó todo de euca y ahí se notó el cambio. Mi abuelito recibió bonos y plantó hectáreas y se acabó el agua”, relata ella, que incluso trabajó en un vivero de eucaliptus (“se daban rápido como lechuga”, ilustra). La mujer añade, que en sectores vecinos, incluso, han ocurrido peleas entre los comuneros debido a la escasez del vital elemento. Además, otro hecho le hizo constatar cómo había cambiado el paisaje: “Un día decidimos ir a buscar los frutos (del bosque) pero nos dimos cuenta que ahora había que pagar flete; había que salir muy lejos”, cuenta.

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Carmen Carrillo en el vivero grupal

Cerrar cuencas

Hace 3 años, desde la Dirección de Desarrollo Comunitario de la Municipalidad de Tirúa, y en específico desde la Oficina de Mujeres, empezó una iniciativa que podría cambiar tal panorama. “En marzo de 2014, durante el Mes de la Mujer, realizamos encuentros donde se convocó a organizaciones de mujeres, y se problematizó la situación de las forestales”, cuenta Susana Huenul Colicoy, 34 años. Ella había arribado, poco antes, desde Santiago con un anhelo: Regresar a trabajar a Wallmapu con organizaciones sociales.

Los encuentros tuvieron la modalidad del nütram, es decir, la conversación mapuche. Al evento fue invitado Claudio Donoso, experto en el impacto que las plantaciones forestales han dejado en el sur. “A muchas mujeres les hizo harto sentido reflexionar en cómo la forestal, que lleva tanto tiempo instalada acá, era la causante de problemas graves de agua”, recuerda Susana Huenul.

El resultado de aquellos nütram fue la configuración de un nuevo eje de trabajo de los grupos de mujeres, donde el municipio comenzaría a alejarse del rol de asistencia, y se transformaría, más bien, en un instrumento de apoyo de los procesos comunitarios.

Durante 2014 se efectuó la primera campaña de arborización, donde se entregaron árboles a los grupos y se sensibilizó en la importancia del bosque nativo. “Nadie tenía este conocimiento. Yo, la verdad, tampoco. Veía esa loma y (pensaba que) ojalá estuviera pelada pero, luego de las capacitaciones, es donde uno empieza a despertar”, recuerda Carmen Carrillo, dirigenta del grupo Santa Mónica y presidenta de la Red Comunal de organizaciones de mujeres.

Una medida que se hacía urgente era erradicar plantaciones del nacimiento de las aguas. Ejemplo del cuestionamiento que emergía fue que algunas mujeres comenzaron a concretarlo en sus propios predios. Había que “cerrar cuencas”, es decir, “sacar el pino y el euca, cercar para que no entren animales y volver a plantar con nativo para que haya agua, otra vez”, explica Carmen Carrillo. En paralelo, las organizaciones empezaron a recorrer lugares, donde aún existía bosque nativo, para recolectar algunas plantas y reforestar en los suyos. En tales salidas, las acompañaron hijos y familiares. Se recuperaron saberes antiguos. Conocer tal planta, y para qué servía. Intercambiar conocimientos. A la vez, aparecieron otras reflexiones: “A mi papá le costaba entender… Le costó sacar los euca del agua. Él antes botaba los canelos”, relata Jimena Painen, del grupo Milla Rayen. “Él decía que a los 7 años sacaba su metro ruma y tenía su plata. Ahora no, vamos a buscar los canelos con él”.

Contra el asistencialismo

En 2015, para subrayar el rol que le tocaría a las organizaciones, algunas mujeres se interesaron en la idea de crear viveros con especies nativas. Susana Huenul valora el apoyo que han tenido desde Donoso y Gerardo Ojeda, ingeniero forestal valdiviano. A través de los viveros se dispondría de plantas necesarias para reforestar y proteger las cuencas. En 2016, partieron los primeros para los grupos Santa Mónica y Millarrayen, con un total de 18 integrantes. Este año pretenden ampliar a 3 viveros.

Otro objetivo de los criaderos era que las mujeres accedieran a una iniciativa productiva, comercializando plantas. “La política pública de los bonos es muy fuerte, entonces es un desafío desarrollar alternativas a esa política asistencialista. Acá se puede intencionar una política local que permita desarrollar iniciativas con las bondades que ofrece el territorio, cuidando no replicar que todo esté centrado en el dinero; otorgando valor a todo lo simbólico que significa hacer plantines de especies nativas para reforestar y recuperar el territorio tan dañado por las plantaciones forestales”, señala Susana Huenul.

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Susana Huenul

Al visitar su vivero, Carmen Carrillo nos cuenta que el nativo es difícil de producir. Muestra las almacigueras. “Hay que tener harta dedicación”, dice. El proceso de hacer almácigos toma de agosto a septiembre. “Se requiere mucha humedad, con arena y tierra de hoja. La semilla hay que ponerla al refrigerador porque hay que hacerla hibernar”, relata. Una vez que la planta ya está crecida, se traslada desde la almaciguera a una bolsa con tierra. Viene el “endurecimiento”, es decir, sacar al exterior la planta para que se aclimate. En el lugar se aprecian matas de maitén, roble, olivillo, lingue y ulmo. Algunas han sido producidas mediante otro sistema llamado “por estacas”. Es el caso del chilco (de uso medicinal y clave para recuperar el agua), la salvia y el corcolén.

Si bien se avizora un puesto para las organizaciones en el flamante Mercado con Identidad, a un costado del parque Lafkenmapu, en la costanera tirúense, el asunto de la venta es delicado. “No todas entienden que es un asunto a largo plazo. Pero yo no quiero que se queden ahí. La idea es tener recursos para nuestros hogares”, cuenta Jimena Painen, mientras recorremos el vivero del grupo Milla Rayen.

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Vivero grupal en Alto Primer Agua, Tirúa

Recuperaciones

“Algunos ingenieros forestales nos han hablado de esta tríada básica para el ciclo de la vida que es agua, bosque y suelo”, indica Susana Huenul. “Desde el mundo mapuche también se concibe todo conectado. De este modo, la gente no puede trabajar la huerta si no tiene agua o si los suelos están erosionados, afectando un derecho básico como es el derecho a la alimentación; o la soberanía alimentaria que la entendemos como el derecho a decidir cómo alimentarnos y producir los alimentos”, dice.

La recuperación del bosque nativo conlleva muchas cuestiones. No sólo es traer de vuelta árboles, cuyos frutos como la mutilla y el ñefn sirven como base para alimentos y bebidas. O los hongos asociados, como changles, gargales y diweñes, y sus diversas propiedades medicinales. También contiene una recuperación de saberes: “El despojo a los mapuche no fue sólo de tierra sino también de conocimientos. Entonces, en la medida que se active la memoria, se vuelve una aliada para pensar el futuro. En ese proceso viene reflexionar sobre qué tenemos, todavía, pese a la invasión forestal: Frutos del bosque y sus propiedades alimenticias y medicinales. Esto es conocimiento nuestro”, indica. Con ese mismo sentido, los grupos de mujeres han participado en trafkintu (intercambios) con diversas organizaciones de Wallmapu.

Sin embargo, la recuperación va más allá y resuena hondo en Tirúa, que ocupa titulares como uno de los puntos sensibles del llamado “conflicto mapuche”. En varios cruces de caminos, Carabineros exhibe su dispositivo represivo: Camionetas, jeeps blindados y tanquetas. El 31 de marzo, Marisol Maril y su esposo, Miguel Huenchuñir, acompañados de su guagua, fueron baleados por personal policial, en el camino entre los sectores de Curapaillaco y Ralún. Hace algunas semanas, Osvaldo Torres, antropólogo y docente de la Universidad de Chile, difundió por twitter un video donde se aprecia a civiles armados, realizando un control de identidad a los pasajeros de una camioneta en una carretera en Tirúa. Asimismo, la comunidad Ayin Mapu, del Lov en resistencia Huentelolén, en Lleu Lleu, ha denunciado el reciente hostigamiento de Carabineros.

“Los medios sólo muestran la defensa que nuestra gente realiza del territorio, ocupado por Matte, Angelini y Volterra, con la venia del Estado que dispone de policía militarizada para que les cuiden el negocio pero, detrás de eso, está la defensa de la vida en todas sus dimensiones: Agua, alimentación, salud, religiosidad. Como dice Elikura Chihuailaf, la lucha mapuche es por ternura, por amor. Una ama estar acá, en contacto con naturaleza. Eso estamos defendiendo”, señala Susana Huenul.

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Jimena Painen en el vivero del grupo Milla Rayen

El aeródromo de Tirúa se localiza a metros de la casa de la familia de Jimena Painen. A metros del vivero de su grupo. El ruido de los aviones, en algunos momentos del día, es ensordecedor. Ella cuenta que, en verano, cuando hay incendios, los aparatos cisterna de las empresas forestales se multiplican desde las primeras horas del día. “Una se estresa aunque, en el fondo, se acostumbró”, comenta mientras muestra orgullosa unas plantas de copihue que le costó cultivar pero que ahí están, lentamente, mostrando sus hojas. Como promesas.

“A mi abuelito no le gustaba mucho que nos metiéramos en lo mapuche”, recuerda. “Se hacían nguillatun por acá, y queríamos averiguar y él no quería. Pero después, en Santiago, una se dio cuenta de la importancia de esas cosas. De la riqueza que una tiene”.

publicado -con algunas variaciones- en revista El Ciudadano, mayo 2017