Presentación del libro «La Construcción de un Sueño. Sitio de Memoria Rocas de Santo Domingo. Fundación por la Memoria San Antonio».
San Antonio, 30 de agosto de 2018
Ay amor
Quebrados caímos y en la caída lloré mirándote
Fue golpe tras golpe
Pero los últimos ya no eran necesarios
Apenas un poco nos arrastramos entre los cuerpos caídos
Para quedar juntos
Para quedar uno al lado del otro
No es duro ni la soledad
Nada ha sucedido
Y mi sueño se levanta y cae como siempre
Como los días, como la noche
Todo mi amor está aquí y se ha quedado:
Pegado a las rocas, al mar y a las montañas
Pegado, pegado a las rocas, al mar y a las montañas
Raúl Zurita, “Canto a su amor desaparecido”
Fantasmagoria.
Debo contar que yo llegué a esta historia a través de las imágenes. O de los restos de estas. O de los fragmentos rescatados. También por las coincidencias, y por el afán de trenzar las memorias. Sólo a fines de 2014, conocí la experiencia de las “Villas de Turismo Social”, mejor conocidas como “balnearios populares” durante el período de gobierno de la Unidad Popular.
En noviembre de aquel año, una mujer de Valparaíso me contó de la reciente muerte de Alejandro Segovia, un viejo militante del PC, residente en el barrio de Playa Ancha que había filmado un documental sobre un balneario popular, en 1972. María González me entregó una copia en dvd del cortometraje titulado “Un verano feliz”. El material estaba firmado por el Departamento de Cine y TV de la CUT.
Mi primera intención fue escribir una nota en su memoria para revista Punto Final, donde colaboraba. Me contacté con su viuda y su hija, Daniela. Tras una charla en su casa, fue ella la que me dio los contactos de 2 personas que, a su juicio, eran claves para hablar de su padre. Uno era el actor Samuel Villarroel quien, muy joven, protagonizaba el filme, encarnando a un obrero textil que es premiado con un veraneo. El otro era Carlos Fénero, compañero de militancia y generación de Segovia, quien había sido el productor de ese y otros materiales realizados por el Departamento.
A fines de aquel año, también leía “La danza de los cuervos” y “El despertar de los cuervos”, la primera y segunda parte de la investigación del periodista Javier Rebolledo sobre la trayectoria de la DINA.
San Antonio y Rocas de Santo Domingo eran las principales locaciones de esta historia de terror. Sabía, por añadidura, de otras situaciones vinculadas. Por ejemplo, la demolición en 2013 de las cabañas que habían pertenecido al balneario popular, como un torpe intento de esquivar la la persistencia de la memoria. Conocía, además, de la querella que Anatolio Zárate, uno de los testimoniadores del libro de Rebolledo, había presentado contra el coronel (r) Cristián Labbé, asiduo visitante a este litoral. También supe de la declaración de Sitio de Memoria, por parte del Consejo de Monumentos Nacionales, al predio donde se emplazó el balneario popular.
Cuando comprobé que “Un Verano Feliz” había sido rodado en Rocas de Santo Domingo aprecié que mi primer planteo acerca del texto sobre Alejandro Segovia y su filme, claramente, era superado por la riqueza de los hechos y sus múltiples ecos.
Fue en enero de 2015, cuando tomé contacto por primera vez con Ana Becerra y Milko Caracciolo, de la Fundación por la Memoria de San Antonio. Les conté que quería entrevistarlos por la declaración de sitio de memoria y su lucha por recuperar un predio aún en manos del ejército. No conocían “Un Verano Feliz”. La coincidencia volvió a mostrar su diente de oro cuando llamé a Carlos Fénero, y me contó que estaba de paso por el litoral central, en San Sebastián, pero que podría trasladarse a San Antonio.
Finalmente, a mediados de ese mes, viajé al denominado primer puerto de Chile. Hacía mucho calor y la costa rebosaba de veraneantes. Junto a Ana y Milko visité el predio donde se había emplazado el balneario popular devenido locación del horror. De las cabañas sólo quedaban algunos poyos de cemento y paneles de madera, resecos y arrumbados. La losa donde, alguna vez, se levantó el comedor ahora lucía resquebrajada. Al fondo, se veían los restos de una construcción de ladrillo donde probablemente funcionó una bodega, adyacente a la cocina. Las docas inundaban el lugar. Caminamos con Ana y ella fue indicando algunos puntos: Los baños, la cabaña de las torturas, una animita que usaban los agentes de la DINA. En las cercanías, se levantaban las casas de la gente acomodada que reside en Rocas de Santo Domingo. La brisa traía algunas voces y gritos desde la playa. Las gaviotas pasaban graznando a cada tanto. Todo funcionaba como una metáfora de la historia reciente de Chile. Había mucho sol pero algo se enfriaba al ingresar al sitio. El pasado invisibilizado. La violencia más brutal con aspecto de normalidad. El solaz a pasos del tormento. El sitio podía lucir como un paisaje arrasado pero, ciertamente, había mucho, mucho por ver. Y mejor, exhumar.
Les entregué a Ana Becerra y Milko Caracciolo una copia del dvd con “Un Verano Feliz”. Recordé las palabras de Daniela, la hija de Alejandro Segovia, cuando la entrevista: Mi padre estaría emocionado. Yo completaba la reflexión preguntándome acerca de los vericuetos de la historia, y cómo algo que se filmó con un propósito promocional, que rescataba la alegría de aquellos miles que nunca habían tenido la posibilidad de vacacionar, ahora operaba como un archivo. Como contracara del horror. Pero también como pieza de algo por reconstruir.
El reportaje fue publicado por revista Punto Final, en la primera semana de marzo de ese 2015. En tal mes, junto a algunos colaboradores, asistí a la presentación que la Fundación por la Memoria realizó de “Un Verano Feliz” en el Centro Cultural de San Antonio. Nuevamente las coincidencias. Se ataban cabos. Se rehilvanaban historias. Se juntaban trozos. Se reconstruía. En aquella ocasión, se reunieron ex presos políticos, sobrevivientes del campo de detención; la viuda e hijas de Segovia, la actriz Tegualda Tapia, que había trabajado en el filme; Carlos Fénero, Waldo Arévalo, encargado de la CUT para los balnearios, Miguel Lawner, arquitecto, antiguo director de la CORMU y protagonista también de esta reconstrucción; el periodista Javier Rebolledo; y antiguos educadores, como Jorge Rojas, entre otros.
En ese período, Daniela Segovia subió “Un Verano Feliz” a youtube. A la fecha, lleva más de 20 mil visitas. Me parece que es mucho más de la primera cifra de espectadores que pudieron ver el filme, en ese breve período de 1972-1973. Me impresiona leer los comentarios en la web. Los reencuentros, los testimonios, también las miradas enfrentadas sobre el pasado… pero también la evidenciación de los estereotipos y los clichés. Pasó lo mismo cuando The Clinic puso en su web, en febrero pasado, finalmente, la crónica “Cuando los obreros veranearon en Rocas de Santo Domingo”, que databa de abril de 2015, y expandía la nota que había publicado PF tiempo antes.
Entiendo que el archivo convoca. La memorias se trenzan. Se trenza con fragmentos.
Al respecto otra cita. Esta proviene de “Memorias en movimiento: Las batallas culturales de la imagen en la Unidad Popular”, investigación realizada por Laura Lattanzi, Carlos Ossa y Verónica Troncoso, disponible en el sitio web de la Cineteca Nacional:
“¿Qué pueblo era aquel que se levantaba hacia un porvenir en conflicto? (…) La primera constatación: Ese pueblo ya no existe, por lo tanto, no hay forma de encontrar sedimentos contemporáneos de su existencia. Este punto incrementó el valor de los archivos y dispuso la investigación”. (p. 20)
Es decir, esta fantasmagoria que son las imágenes de los balnearios, entre los materiales fílmicos rescatados (no sólo “Un Verano Feliz” sino además “El derecho al descanso”, realizado por la Oficina de Informaciones y Radio de la Presidencia, en 1970 y otro corto similar titulado “Balnearios populares”, facturado por Luigi Hernández y la productora FCR, de 1972) operan rehilvanadores de vivencias, afectos y padeceres. Una memoria que se activa. Personal y colectiva.
Presentización.
El libro La Construcción de un Sueño. Sitio de Memoria Rocas de Santo Domingo funciona como una bitácora de un proceso posterior, que es el de la vida de aquellas y aquellos que por deber ético de supervivientes desean testimoniar lo padecido. Ellas y ellos que, por décadas, han luchado porque esta locación del balneario popular/escuela de instrucción de la DINA/centro de detención no desaparezca ni del mapa ni de la memoria. Sólo por dar un ejemplo reciente: Si no hubiera sido por el tesón de la Fundación por la Memoria, creo que el ejército no habría contraído jamás el acta de Chena IV con el ministerio de Bienes Nacionales, en 2016, y permutado estos terrenos (porque ellos no devuelven aunque lo hayan usurpado). Lo que, de alguna manera, viene a actualizar la frase aquella que ningún logro popular, o por una sociedad más justa, se lleva a cabo sin lucha y obstinación.
Por otra parte, la aparición de La Construcción de un Sueño. Sitio de Memoria Rocas de Santo Domingo no puede ser más oportuna por lo contradictorio del tiempo que toca vivir. Son ya conocidos los dictámenes de la Corte Suprema, que han permitido la libertad a uniformados responsables de desapariciones, crímenes y torturas, como los que favorecieron al ex coronel Manuel Pérez Santillán, condenado por el asesinato del funesto químico Eugenio Berríos, o al capitán Gamaliel Soto Segura, vinculado a la desaparición de Eduardo González Galeano, director del hospital de Cunco, o el caso de José Quintanilla Fernández, Felipe González Astorga y Hernán Portillo Aranda, ex militares responsables de la desaparición de Alonso Lazo, joven militante del MIR, en Copiapó en 1975, mismos que, en palabras de la abogada y parlamentaria Carmen Hertz, jamás demostraron arrepentimiento ni entregaron información de estos hechos durante el breve período que estuvieron detenidos, – hay que decir- en condiciones casi modélicas.
También se deben datar los ataques vandálicos a memoriales de detenidos desaparecidos y asesinados, en Valparaíso y Neltume, como un modo fascista no sólo de borrar el recuerdo de los crímenes sino de perpetuar la falta de respeto por la dignidad humana, incluso en sus representaciones. A esto se debe sumar hoy la pancarta dejada por el denominado Movimiento Social Patriota, sobre las paredes del sitio de memoria Villa Grimaldi, antiguo Cuartel Terranova de la DINA. Hechos que llaman a la reflexión y la acción. Se debe añadir a estos factores, la nominación de Mauricio Rojas como efímero ministro de Cultura, las Artes y el Patrimonio, célebre por sus dichos previos sobre el Museo de la Memoria y DDHH. O al decir de Leopoldo Lavín Mujica, en una columna en El Desconcierto, hace algunos días: El presentismo del gobierno de Piñera no es más que un mecanismo connatural al neoliberalismo en despliegue: “La oligarquía dominante quiere deformar el pasado, borrar el carácter emancipador de las luchas y aplastar el presente. Imponiendo por fuerza el horizonte neoliberal”.
Ante tal contexto, este libro es remarcable porque da cuenta de una trayectoria y una tarea que aún no concluye. Siguiendo lo planteado por el poeta Zurita en aquel verso («Todo mi amor está aquí y se ha quedado/Pegado a las rocas, al mar y a las montañas»), la Fundación por la Memoria ha removido las piedras para contar de tales padecimientos pero también ha reconstruido mediante la palabra lo previo: El amor, y la utopía que hizo movilizar a miles de jóvenes y adultos empeñados en un Chile más justo, popular, libre, solidario y socialista.
En tal sentido, quiero aludir al origen del título de la crónica “Veraneos en un país que ya no existe”, que me honra que haya sido incorporado a este volumen. Pertenezco a una generación distinta a la de Ana Becerra, Beatriz Miranda, Miguel Lawner y Carlos Fénero. A la misma de Javier Rebolledo y Milko Caracciolo pero por razones personales accedí, gradualmente, al horror de la dictadura mediante los intersticios de la historia que nos contaban nuestros familiares, o que transmitían los medios de comunicación en aquellos años 80. Quiero señalar que me impresionó conocer la experiencia de los balnearios populares, así como el trabajo del Departamento de Cine y TV de la Central Única de Trabajadores, y del otro futuro que pretendían los partidos y movimientos de izquierda, y compararlo con el presente chileno, cruzado por el individualismo, la competencia, el reinado sin contrapeso del dinero y sus secuelas, tales como la descomposición social y personal, y la desesperanza. Espero que la divulgación del trabajo de la Fundación por la Memoria entregue señales a todos y todas, en este presente, que es posible otro modo de sociedad sino la decadencia y el final están a la vuelta de la esquina, aunque haya dinero, celulares caros, ropa de marca y atochamientos con autos nuevos.
Hay una tarea bosquejada en el libro. Una especie de “continuará” y es la concreción de un parque por la memoria, que contenga una escuela o una institución educativa que propague y fortalezca los derechos humanos, así como áreas para la creación artística, la cultura y -por qué no- la recreación. De tal modo, se reconstruirá y se reconectará el sitio con el sueño de hace más de 4 décadas; donde el descanso y la recreación de las personas, especialmente de aquellos/as más pobres, era un derecho facilitado por el estado. El sueño de un país más justo, que algunos trataron de convertir en una pesadilla.